Me dedico al periodismo, la comunicación y a escribir libros como “Exceso de equipaje” (Debate, 2018), ensayo sobre el turismo que se desborda; “Biciosos” (Debate, 2014), sobre bicis y ciudades; y “La opción B” (Temás de Hoy 2012), novela... Aquí hablo sobre asuntos urbanos.
Las viviendas turísticas, la modernidad, la CNMC y una turista inglesa
Una jubilada inglesa se ha hecho famosa esta semana por quejarse a su agencia de viajes. Al parecer, la señora pagó más de mil euros por dos semanas en un hotel de Benidorm y acabó en uno que estaba lleno de veraneantes locales. El asunto le ha sentado mal no sólo porque le parece que los ibéricos somos toscos y maleducados, sino porque no era lo que había contratado. “Los servicios de entretenimiento eran en español, ¿es que los españoles no pueden ir a otro lado en sus vacaciones?”, ha dejado escrito esta mujer en su queja.
La gente está choteándose ampliamente de esta señora en redes sociales y foros pensando que lo suyo es una ocurrencia muy tonta. Y no. En realidad, lo que reclama, Freda, que así se llama ella, es rabiosamente moderno. Lo que debe esperar un turista actual es que en el lugar al que viaja no quede nadie local, salvo que sea parte del servicio. ¿Por qué digo tal cosa? Porque así nos lo ha explicado la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia justo el mismo día que nos enteramos de los problemas de esta consumidora inglesa.
La CNMC, tras recurrir las regulaciones de Bilbao, Madrid y San Sebastián la semana pasada, ha publicado un estudio en el que critica las tendencias regulatorias sobre viviendas de uso turístico (VUT) en España y dice cosas varias a favor de este modelo de negocio. Cosas como que uno de los efectos positivos de la proliferación sin control de VUT es “la modernización de barrios del centro de las ciudades”. Vamos a ver.
Ciudades que se vacían
Es moderno, entonces, lo que ocurre en Barcelona. Según datos ofrecidos en una exposición itinerante organizada el año pasado por la FAD (asociación para el Fomento de las Artes y el Diseño), en áreas como el Gòtic o la Dreta de l’Eixample hay siete plazas de alojamiento turístico por cada diez habitantes; el 67,4 % del aumento del parque de vivienda se ha dedicado a alimentar la demanda turística; y los distritos más afectados por la invasión, Ciutat Vella, l’Eixample y Gràcia, son los que más residentes han perdido desde 2008.
Es moderno igualmente lo que ocurre en Madrid, donde, según cifras del Ayuntamiento —también del año pasado—, un 45,71% de la población del distrito Centro es turista y la oferta de plazas de las VUT en toda la ciudad ya iguala a la de los hoteles: más o menos 80.000 en ambos casos.
Es moderno, pues, lo que ocurre en Baleares, donde los datos presentados hace unos días por Terraferida dicen que sólo Airbnb —ojo que en las islas el mercado de Homeaway es enorme— ofrece 135.291 plazas, 10.495 más que un año antes (a pesar de las regulaciones). La modernidad incluye que 246 comercializadores gestionen 90.248 plazas y sólo 16 oferten 30.000 (el 22% del total). Para redondear este estupendo panorama, si uno busca ahora mismo en Idealista cuántas viviendas hay en alquiler residencial en la comunidad el resultado es 2.863 (tendría que tener 50 camas cada casa para igualar la oferta en Airbnb).
Es moderno lo de Venecia, cuyo centro histórico ha pasado en cinco décadas de 170.000 a 50.000 habitantes por la presión turística. O lo de Ámsterdam, que sigue viendo cómo las familias jóvenes se van a localidades de la periferia y la ciudad va cayendo en las listas de las más atractivas para vivir. O lo de Lisboa, donde según un estudio de las universidades de Coimbra y Rutgers, la oferta de apartamentos turísticos ha aumentado un 3.000% desde 2010.
Las mentiras del estudio
El asunto de la modernización de los centros de las ciudades es sólo la puntita del delirio que es el informe de la CNMC. En realidad, la cosa es más bien un manifiesto, está escrito con un sesgo evidente desde la primera línea y ofrece una escasísima documentación que, además, es fundamentalmente autorreferencial.
En él se dice que “no existe evidencia concluyente” de que las VUT afecten al precio de la vivienda. Y es mentira. Hay multitud de estudios que lo demuestran, entre ellos, éste de Nueva York de 2016 o los que menciona el investigador Agustin Cocola-Gant en este tuit.
Se afirma además que la irrupción de las VUT ha impactado en los alojamientos turísticos tradicionales y que así han bajado precios. Y es una invención también. Según el Índice de Precios Hoteleros (IPH), en todos los meses de 2017 éstos fueron mayores que en los años anteriores (hasta un máximo de casi 20 puntos en abril con respecto a 2016). Y también lo fue su rentabilidad, hasta un 10%.
Dice el informe que si no hubiera todas estas VUT se habrían construido muchísimos más hoteles y, aunque para mí gusto se construyen demasiados, debería saber la CNMC que la diferencia está precisamente en la regulación urbanística de la que reniega. Por muy laxas que sean las normas de una ciudad, para abrir un hotel siempre hay que pedir permiso; para una VUT, hasta ahora, no. Esto es justo lo que se está tratando de ordenar.
Dice, además, que las VUT permiten “la generación de rentas a favor de particulares”, un clásico argumento de los defensores del modelo que la realidad está demostrando falso. Todos los estudios independientes señalan que entre un 30 y un 60% de las ofertas que aparecen en las plataformas vienen de anfitriones comerciales, los que tienen más de una vivienda en alquiler. Esto se aprecia en las cifras ofrecidas por Terraferida que he mencionado unas líneas más arriba. Además, los grandes capitales internacionales y hasta los hoteles se están metiendo en el negocio. Por ejemplo, la cadena hotelera Wyndham se hizo hace un par de años con la principal empresa del sector en España, Friendly Rentals, dentro de su estrategia mundial de no dejar pasar la oportunidad de las VUT.
Dice muchas más cosas y casi ninguna con tino la CNMC, que presume de organismo independiente pero no consigue demostrarlo con documentos tan pobres y poco fiables como éste. Uno puede esperar que una jubilada británica pretenda rascar una indemnización a su agencia de viajes con una declaración increíble y bastante salida del tiesto, pero es muy difícil de soportar que un organismo público se comporte con el descaro que lo hace esta Comisión Nacional.
Dos últimas realidades relacionadas para acabar. No sólo son las ciudades españolas las que están tratando de regular para contener el indudable impacto que tienen las VUT. Está pasando en todo el mundo: Nueva York, Los Ángeles, Nueva Orleans, San Francisco, Tokio, París, Berlín, Londres, Ámsterdam, Lisboa… Al mismo tiempo, como recordaba en este diario Marina Estévez hace un par de meses, Airbnb está multiplicando hasta por cinco al año su inversión en tareas de lobby en Europa. Y en Estados Unidos lleva años metiendo dinero en ello, tanto en Washington como en las ciudades (en su pelea contra la ciudad de San Francisco llegó a gastar ocho millones de dólares). Y también a través de grupos ultraconservadores y neoliberales, como señala este reportaje de The Verge. Lo digo por si nos ayuda a entender según qué cosas.
Una jubilada inglesa se ha hecho famosa esta semana por quejarse a su agencia de viajes. Al parecer, la señora pagó más de mil euros por dos semanas en un hotel de Benidorm y acabó en uno que estaba lleno de veraneantes locales. El asunto le ha sentado mal no sólo porque le parece que los ibéricos somos toscos y maleducados, sino porque no era lo que había contratado. “Los servicios de entretenimiento eran en español, ¿es que los españoles no pueden ir a otro lado en sus vacaciones?”, ha dejado escrito esta mujer en su queja.
La gente está choteándose ampliamente de esta señora en redes sociales y foros pensando que lo suyo es una ocurrencia muy tonta. Y no. En realidad, lo que reclama, Freda, que así se llama ella, es rabiosamente moderno. Lo que debe esperar un turista actual es que en el lugar al que viaja no quede nadie local, salvo que sea parte del servicio. ¿Por qué digo tal cosa? Porque así nos lo ha explicado la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia justo el mismo día que nos enteramos de los problemas de esta consumidora inglesa.