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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

Sin apoyo político, los jóvenes exiliados lo tenemos crudo

Desde 2012 cada vez es más frecuente encontrarse en México a españoles con un perfil parecido: jóvenes y cualificados. Si este fenómeno ya no sorprende, sí me está llamando la atención las dificultades a las que se están enfrentando para obtener el permiso de trabajo. A finales de ese año, poco antes de que terminara el mandato del presidente Felipe Calderón, del PAN, se endureció la ley migratoria, que el PRI ha mantenido: fundamentalmente, ya no es posible llegar como turista, buscar empleo y obtener el permiso de trabajo; ahora, el trámite es mucho más burocrático para el empleador y el solicitante tiene que gestionarlo desde fuera del país, por lo que, en resumen, la contratación de extranjeros se ha vuelto extraordinariamente farragosa, lenta y cara.

Meses antes, también en 2012, habían aparecido en la prensa de ambos países varios artículos que explicaban el estupor del Gobierno mexicano ante la repatriación nada más aterrizar en Barajas o El Prat de cientos de turistas en los últimos años. Aunque los mexicanos no necesitan visado para visitar España, se les exigen unos requisitos de entrada igualmente engorrosos, un trato descrito como “despectivo, insidioso e innecesario” por Rosa Montero, por citar una pluma conocida. Poco después, los ministerios de Asuntos Exteriores de España y México emitieron un comunicado conjunto donde aseguraban haber limado asperezas, pero, coincidencia o no, pasados unos meses la ley migratoria mexicana se retorció. En 2012, Brasil decidió aplicarnos el principio de reciprocidad por los mismos motivos.

Bien sabemos que los mexicanos que emigran por trabajo se van a Estados Unidos y que los que viajan a Europa son estudiantes, clase media acomodada y clase pudiente. Siendo ya la crisis española devastadora, repatriar de esa manera a turistas latinoamericanos me parece un gesto que voy a calificar de soberbia primermundista, por no decir esperpéntica (un ridículo grotesco que deja de dar risa porque en el fondo es trágico). Resulta absurdo que, habiendo tantos españoles buscando oportunidades de trabajo cualificado en América Latina, donde la familiaridad cultural y lingüística es obvia, España se ponga chula y mande para casa a los turistas que vienen a gastarse su plata a la alicaída madre patria. Iba a decir que esto es incomprensible, pero sí logro entenderlo en un sentido: es una manera de negar implícitamente que tus jóvenes huyen como ratas del país en naufragio (y perdón por lo de ratas, mas considero que el ninguneo institucional que sufrimos justifica la metáfora).

Esos gestos de soberbia primermundista —que no solo han afectado a Brasil y a México, pues se han reportado casos de turistas de otros países latinoamericanos— cuando la crisis era ya un cáncer avanzadísimo, evidentemente no nos ayudan a los jóvenes exiliados de este lado del Atlántico. Ya se nos ha retirado el derecho a la seguridad social, que se pierde pasados tres meses desde que uno se inscribe en el Registro de Matrícula Consular como residente en el extranjero (si quieres votar…). Pongámonos en el caso de que, por mucho que nos duela, hasta podríamos asumir esta pérdida como una forma de solidaridad patriótica: «Ya que estoy ganándome las habichuelas, acepto perder este derecho en favor de mis paisanos a los que económicamente les va peor a que a mí». No obstante, si a este perjuicio añadimos las consecuencias derivadas de la «guerra» de repatriaciones, nuestra vulnerabilidad alcanza cotas excesivas. La economía sumergida en América Latina es inmensa y, por tanto, no resulta difícil trabajar como turista, o sea ilegal, incluso en empleos muy cualificados, pero esto conlleva la pérdida total de derechos y provoca, en términos generales, una inestabilidad vital desasosegante.

¿No es hora de reconocer institucionalmente el problema de los jóvenes que tenemos que marcharnos? A nadie se le escapa que para solucionar un problema el primer paso es identificarlo y analizarlo. Nosotros ya estamos apechugando con el asunto, pero sin apoyo político no hay hilo que nos saque del laberinto. La recuperación de España es un proceso que requiere tiempo y, mientras tanto, mientras el moribundo se cura, el segundo paso de nuestro Gobierno podría ser ayudarnos en nuestro periplo internacional, tendernos, si no la mano, al menos una tirita, y así como algunos tanto defienden la gestión de la Corona con países ricos para abrirle las puertas al alto empresariado español, también nuestro Ministerio de Asuntos Exteriores, en vez de ponerse gallito con las antiguas colonias, podría pensar en nosotros.

Desde 2012 cada vez es más frecuente encontrarse en México a españoles con un perfil parecido: jóvenes y cualificados. Si este fenómeno ya no sorprende, sí me está llamando la atención las dificultades a las que se están enfrentando para obtener el permiso de trabajo. A finales de ese año, poco antes de que terminara el mandato del presidente Felipe Calderón, del PAN, se endureció la ley migratoria, que el PRI ha mantenido: fundamentalmente, ya no es posible llegar como turista, buscar empleo y obtener el permiso de trabajo; ahora, el trámite es mucho más burocrático para el empleador y el solicitante tiene que gestionarlo desde fuera del país, por lo que, en resumen, la contratación de extranjeros se ha vuelto extraordinariamente farragosa, lenta y cara.

Meses antes, también en 2012, habían aparecido en la prensa de ambos países varios artículos que explicaban el estupor del Gobierno mexicano ante la repatriación nada más aterrizar en Barajas o El Prat de cientos de turistas en los últimos años. Aunque los mexicanos no necesitan visado para visitar España, se les exigen unos requisitos de entrada igualmente engorrosos, un trato descrito como “despectivo, insidioso e innecesario” por Rosa Montero, por citar una pluma conocida. Poco después, los ministerios de Asuntos Exteriores de España y México emitieron un comunicado conjunto donde aseguraban haber limado asperezas, pero, coincidencia o no, pasados unos meses la ley migratoria mexicana se retorció. En 2012, Brasil decidió aplicarnos el principio de reciprocidad por los mismos motivos.