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OPINIÓN | 'Este año tampoco', por Antón Losada

Les sobramos

La llamamos Nur y está hecha de migraciones. Por eso tiene un nombre raro, al menos para Buenos Aires, y llevamos sus tres meses de vida explicando a pediatras, comerciantes y pasajeras del autobús, que no gente, que no, que nada tiene que ver con Onur, el nombre del galán de la telenovela turca tan de moda por aquí. Con Zoe, la hermana mayor, fue más fácil. Nos ajustamos sin querer a la lista de los nombres de nena más usados en Argentina en el 2013. Y en España, ¿será raro su nombre si volvemos? 

Si consigo regresar, mis hijas transitarán su primera migración antes de ser capaces de entenderlo. El padre de Zoe y Nur dice que les pusimos nombres cortos para dejar espacio a nuestros apellidos largos cargados de pasado, de gentes de otros lados que cruzaron océanos y mares en distintos momentos del siglo XX. Los bisabuelos de la Europa del este, judíos huidos de un continente hostil; el bisabuelo italiano, el asturiano, el abuelo sudanés, ¿se pensaron a sí mismo como emigrantes?

A mí, madrileña con un lustro de residencia en Buenos Aires, me costó. Creo que nos pasó un poco a todos nosotros. Muchos fuimos Erasmus, hicimos prácticas en el extranjero, invadimos Reino Unido e Irlanda con la excusa de aprender el inglés que no aprendimos en la escuela, fuimos cooperantes y expatriados, pero migrantes, ¿nosotros?, no. Esos eran los del Sur.

Parece que de pronto la emigración española nació (o renació) con la crisis, pero en todas esas experiencias en el extranjero que tuvimos, aunque no lo queríamos ver, ya había una semilla de emigración. Para muchos el Erasmus era la única forma de salir de casa de sus padres, las prácticas en el extranjero el único modo de prorrogar esa experiencia de independencia y de hacer curriculum, y la cooperación, la única salida laboral para un montón de universitarios cuyos estudios no eran demandados en nuestro país. En la España pujante del ladrillo no quedaba lugar para nosotros, y aunque aún no nos reconocíamos como tales, ya éramos alevines de emigrantes.

En estos últimos años, cuando las instituciones dejaron de ofrecernos becas y ni las ETTs conseguían colocarnos en trabajos precarios, cuando las ONGs empezaron a hacer EREs, y los médicos, los profesores, los barrenderos, todos se volvieron prescindibles, en estos años se diluyó del todo el espejismo de que salíamos del país porque lo elegíamos entre muchas otras opciones. Qué volveríamos cuando quisiéramos y todo estaría bien. En estos últimos años, después de tanto Erasmus, de tanta práctica en el extranjero, de tanto expatriarse, nos graduamos de emigrantes. 

Recuerdo en el 2013, en el icónico Obelisco de la Avenida 9 de Julio, cuando nos juntamos algunas decenas de españoles bajo la consigna #nonosvamosnosechan convocados por Juventud Sin Futuro. Era algo que veníamos sintiendo, que a medida que el país se cubría de urbanizaciones, puentes y aeropuertos, se achicaba nuestro espacio, que a medida que el país era más rico nosotros teníamos que aprender a sobrevivir más pobres. Y cuando se reveló que tanto edificio, puente y aeropuerto adornaban un sistema en quiebra, el país nos pegó una patada en el culo, la definitiva. Les sobramos. Por el camino muchos ya no somos jóvenes. Y les sobramos lo mismo. Por el camino algunos cometimos la osadía de tener hijos, nuestros hijos también les sobran. 

No era cuestión de ser jóvenes, ni mujeres, ni inmigrantes, ni sobradamente preparados, ni honrados obreros, ni niñas con nombres cortos, les sobramos todos y eso es lo que nos hace emigrantes en el extranjero y precarios en el país: que en su proyecto, en el de la Troika, el bipartidismo y el IBEX 35, no había lugar para nosotros.

Dos años después de aquel  #nonosvamosnosechan, estamos en Asamblea de Marea Granate Buenos Aires. Pensamos en la necesidad de abrir una Oficina Precaria para los que llegan. Y en mi mente reveo las imágenes de emigrantes europeos llegando de una Europa en guerra el siglo pasado, siendo acogidos por otros compatriotas que arribaron antes.  

¿Qué pasó? ¿Estamos en otra guerra y nos cuesta tanto darnos cuenta como nos costó aceptar que somos emigrantes? Cómo nos cuesta asumir que les sobramos.

No había nada previsto para nosotros pero a ratos parece que podríamos romperles los planes. Quién sabe si a fuerza de convivir en pisos compartidos, de tener que labrarse el futuro en el extranjero, de buscarse la vida en los márgenes, de prescindir de certidumbres, si a fuerza de todo esto, no seremos capaces de cambiarlo todo, de echar a quienes han generado esta situación ahora que nos tienen empujando desde todos los rincones del mundo. Pues no había nada previsto para nosotros, pero nosotros vamos a seguir existiendo.

La llamamos Nur y está hecha de migraciones. Por eso tiene un nombre raro, al menos para Buenos Aires, y llevamos sus tres meses de vida explicando a pediatras, comerciantes y pasajeras del autobús, que no gente, que no, que nada tiene que ver con Onur, el nombre del galán de la telenovela turca tan de moda por aquí. Con Zoe, la hermana mayor, fue más fácil. Nos ajustamos sin querer a la lista de los nombres de nena más usados en Argentina en el 2013. Y en España, ¿será raro su nombre si volvemos? 

Si consigo regresar, mis hijas transitarán su primera migración antes de ser capaces de entenderlo. El padre de Zoe y Nur dice que les pusimos nombres cortos para dejar espacio a nuestros apellidos largos cargados de pasado, de gentes de otros lados que cruzaron océanos y mares en distintos momentos del siglo XX. Los bisabuelos de la Europa del este, judíos huidos de un continente hostil; el bisabuelo italiano, el asturiano, el abuelo sudanés, ¿se pensaron a sí mismo como emigrantes?