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Diálogo por la educación

Rosa Linares, profesora de secundaria y miembro de Yo Estudié en la Pública

Tras una legislatura de desprecio inimaginable a quienes, de forma unánime, se enfrentaron a la LOMCE, el Partido Popular presenta hoy en el congreso una Iniciativa Legislativa Popular con la idea de liderar un Pacto Nacional por la Educación.

Resulta curioso que quienes han demostrado una capacidad nula para llegar a acuerdos de cualquier tipo vengan ahora a autopostularse como valedores y garantes del Pacto, palabra que, en sus entrañas, exige la virtud de la negociación y la escucha. La derecha política lleva años, quizá siglos, agrediendo las palabras. Es una de las maneras que ha encontrado para evitar que sea la ciudadanía la que se sienta agredida directamente. Al fin y al cabo, es ella quien tiene que darle su voto. Así, utilizan sin pudor palabras que, lejos de describir sus intenciones, les sirven de tapadera. Mejor 'pacto' que 'amaño'; mejor 'diálogo constructivo' que 'arreglo a dos –o tres- bandas...

El grado de sacralización al que han llevado la palabra 'pacto' ha impedido que la ciudadanía pueda reflexionar sobre las condiciones en que debería producirse un acuerdo tan decisivo. Secuestrar desde el inicio dicha reflexión, ofreciéndose a toda prisa para sellar el acuerdo desde arriba, y hacerlo además con documentos detalladamente perfilados, a los que de paso se les ha otorgado el rango de talismanes con efectos reconstructores inmediatos, es una jugada intolerable desde el punto de vista intelectual y democrático. Anteriormente, por supuesto, han necesitado hundir la educación pública en los infiernos de un relato catastrofista, mucho más hondo del que se merecía, para poder exhibir sus discursos exclusivos y salvadores.

Por el grado de cocción en que se encuentra la propuesta del PP, y por los ofrecimientos que, junto con Luis Garicano (Ciudadanos), vienen lanzando, mucho nos tememos que el cumplimiento de ese 'pacto educativo' los tendría a ellos, y a nadie más, de protagonistas. Si acaso alguien de comparsa, cómplice o distraído, que le diera al acuerdo un aire falso de transversalidad, de consenso social.

La maquinaria de propaganda neoliberal no para un solo segundo. Va transformando en 'sentido común' sus eslóganes más básicos: excelencia, rentabilidad, emprendimiento, competitividad, obediencia. Para mantener a salvo la escuela pública de visiones mercantilistas, resultadistas y privatizadoras, es una desgracia que quienes más interés estén demostrando por este pacto sean precisamente los más entusiastas de esta ideología. La exhibición continua en medios de comunicación de determinadas personalidades e instituciones -junto con sus discursos llenos de sentido común- no deja de ser la propaganda necesaria para su consagración como ideología triunfante y única. Con un agravante tristísimo: sepulta en el reino de lo no imaginado a colectivos y asociaciones -junto con sus discursos invisibilizados- sin los que es imposible establecer un diálogo por la educación de verdadera participación democrática. Una vision ecologista de la educación, por poner un ejemplo, resulta tan ideológica como la que se entrega de lleno a los dictámenes del mercado. La diferencia es que solo la segunda les ha declarado la guerra a la las personas y al planeta.

Frente a este pacto político, es necesario reclamar un pacto social, canalizado por lo político, que sitúe en el centro del proceso educativo a las personas y el bien común; construido sobre reflexiones previas como el qué, el cómo y el para qué de nuestra educación. Desde abajo y con la vista puesta en el tránsito hacia un mundo más justo.

Tras una legislatura de desprecio inimaginable a quienes, de forma unánime, se enfrentaron a la LOMCE, el Partido Popular presenta hoy en el congreso una Iniciativa Legislativa Popular con la idea de liderar un Pacto Nacional por la Educación.

Resulta curioso que quienes han demostrado una capacidad nula para llegar a acuerdos de cualquier tipo vengan ahora a autopostularse como valedores y garantes del Pacto, palabra que, en sus entrañas, exige la virtud de la negociación y la escucha. La derecha política lleva años, quizá siglos, agrediendo las palabras. Es una de las maneras que ha encontrado para evitar que sea la ciudadanía la que se sienta agredida directamente. Al fin y al cabo, es ella quien tiene que darle su voto. Así, utilizan sin pudor palabras que, lejos de describir sus intenciones, les sirven de tapadera. Mejor 'pacto' que 'amaño'; mejor 'diálogo constructivo' que 'arreglo a dos –o tres- bandas...