¿Ricos más ricos y pobres más pobres? Nuestra sociedad está llena de brechas que incrementan las diferencias entre unos y otros. (Des)igualdad es un canal de información sobre la desigualdad. Un espacio colectivo de reflexión, análisis y testimonio directo sobre sus causas, soluciones y cómo se manifiesta en la vida de las personas. Escriben Teresa Cavero y Jaime Atienza, entre otros.
Vanuatu: el paraíso destruido
La gente de Vanuatu está más que habituada a soportar los embistes de huracanes, tsunamis, inundaciones y otro tipo de calamidades naturales. No en balde desde 2011, el país se mantiene en el primer puesto en el Índice Mundial de Riesgos al Desastre. Pero ni siquiera estar en este pódium les has preparado para hacer frente a los vientos de 250Km/h provocados por el ciclón Pam que arrasó la noche del viernes 13 de marzo la capital, Port Vila, y otras decenas de islas. Cinco días después, tal es el caos que aún no se puede valorar con precisión el nivel de destrucción y el número de muertes, pero las cifras que hay hasta ahora ofrecen una foto dramática de lo que ha dejado atrás el ciclón. 100.000 personas desplazadas y el 90% de las casas de la capital gravemente dañadas. Y esto sin tener aún datos de las islas más apartadas donde viven 33.000 personas. Teniendo en cuenta que la población total es de 250.000 personas las dimensiones del ciclón son históricas. De hecho ya es considerado el peor desastre del Pacífico.
Pero lamentablemente llueve sobre mojado. Vanuatu es un país de renta media baja donde el 50% de la población vive con menos de un dólar al día. Esto se explica por las disparidades entre las urbes y la zona rural donde la productividad agrícola es baja y las infraestructuras son casi inexistentes. Mientras los esfuerzos se han centrado en el pasado en las principales ciudades, el 80% de la población, que es campesina, no se ha beneficiado directamente de las mejoras. Sólo el 40% de la población llega a secundaria y el 30% de la población es analfabeta.
Pero el dinero sí que llega a Vanuatu, aunque sea sigilosamente, sin que casi nadie lo vea y mucho menos lo disfrute. Y esto es gracias a que el país es considerado un paraíso fiscal. Eso en términos prácticos significa que aquellas empresas o personas que se establezcan en el país, o que incluso abran una cuenta bancaria, no tienen que pagar ni impuestos sobre beneficios, ni impuestos sobre la renta, ni retenciones fiscales, ni un largo etcétera. La única condición para disfrutar de estas ventajas fiscales es no realizar ninguna actividad económica productiva en el país. La secuencia es sencilla. Llega dinero -atraído por las ventajas fiscales- y se vuelve a ir. Pero la realidad es que este dinero vuela tan rápido como el viento del ciclón Pam. No crea riqueza, no paga impuestos y no dinamiza la economía local, especialmente aquella de la que depende el 80% de la población.
Este es un sistema perverso e injusto. Y queda más patente tras las necesidades acuciantes que ha dejado Pam. Se necesitarán generaciones para reconstruir todo lo que se llevó el ciclón en cuestión de horas. Y para ello se necesitará, entre otras cosas, dinero. Ese dinero, además de invertirse en rehacer un país casi por entero, deberá de invertirse en edificar con materiales más resistentes, establecer sistemas de alerta temprana eficientes, mejorar las capacidades gubernamentales para responder ante desastres, volver a poner en pie centros de evacuación y todo lo que sea necesario para prepararse para nuevos embistes. Esto ya lo venía haciendo el gobierno local junto a muchas organizaciones en los últimos años, pero la realidad es que Pam ha arrasado con todo el esfuerzo invertido.
Pero no acaba aquí la historia. Como si se tratase de una mala película excesivamente orquestada, mientras el ciclón azotaba las islas del Pacífico, en Japón se celebraba la tercera Conferencia Mundial sobre Reducción de Desastres. Justamente la cumbre donde los gobiernos tenían que ponerse de acuerdo para alcanzar un marco de acción ambicioso y avalado con nuevos fondos. Ni el rechinar del ciclón ni los vientos a 250Km/h han conseguido cambiar el rumbo de las negociaciones que se han reducido a una mera declaración de intenciones. Pero Pam nos recuerda que los compromisos no son suficientes y que si no hay recursos que lo respalden serán los más pobres y vulnerables quienes pagarán el precio, como hoy tienen que lamentar los vanuatenses.
La gente de Vanuatu está más que habituada a soportar los embistes de huracanes, tsunamis, inundaciones y otro tipo de calamidades naturales. No en balde desde 2011, el país se mantiene en el primer puesto en el Índice Mundial de Riesgos al Desastre. Pero ni siquiera estar en este pódium les has preparado para hacer frente a los vientos de 250Km/h provocados por el ciclón Pam que arrasó la noche del viernes 13 de marzo la capital, Port Vila, y otras decenas de islas. Cinco días después, tal es el caos que aún no se puede valorar con precisión el nivel de destrucción y el número de muertes, pero las cifras que hay hasta ahora ofrecen una foto dramática de lo que ha dejado atrás el ciclón. 100.000 personas desplazadas y el 90% de las casas de la capital gravemente dañadas. Y esto sin tener aún datos de las islas más apartadas donde viven 33.000 personas. Teniendo en cuenta que la población total es de 250.000 personas las dimensiones del ciclón son históricas. De hecho ya es considerado el peor desastre del Pacífico.
Pero lamentablemente llueve sobre mojado. Vanuatu es un país de renta media baja donde el 50% de la población vive con menos de un dólar al día. Esto se explica por las disparidades entre las urbes y la zona rural donde la productividad agrícola es baja y las infraestructuras son casi inexistentes. Mientras los esfuerzos se han centrado en el pasado en las principales ciudades, el 80% de la población, que es campesina, no se ha beneficiado directamente de las mejoras. Sólo el 40% de la población llega a secundaria y el 30% de la población es analfabeta.