¿Ricos más ricos y pobres más pobres? Nuestra sociedad está llena de brechas que incrementan las diferencias entre unos y otros. (Des)igualdad es un canal de información sobre la desigualdad. Un espacio colectivo de reflexión, análisis y testimonio directo sobre sus causas, soluciones y cómo se manifiesta en la vida de las personas. Escriben Teresa Cavero y Jaime Atienza, entre otros.
Cada vez somos más en riesgo
Hace décadas algunos expertos pusieron de moda el uso del término “grupos de riesgo”. Trataban de definir a grupos humanos que eran proclives (bajo determinadas circunstancias) a padecer una enfermedad. Esta expresión se socializó y extendió como si se tratase de una epidemia. Se abusó tanto del término que se convirtió en un sambenito. Se sospechaba e identificaba a quienes se acercaban a la definición. Posteriormente se marginaba a aquellos grupos susceptibles de ser etiquetados como “de riesgo”.
Desde hace siglos los grupos de riesgo han existido en la percepción social.grupos de riesgo En la Edad Media se establecieron sus categorías básicas: pobres, enfermos y extranjeros constituían el universo de marginación. Tendríamos que precisar mejor: determinados pobres, determinados enfermos y determinados extranjeros. A los poderes públicos de entonces y de ahora les obsesionaba identificarlos, controlarlos y, en algunos casos, segregarlos. En tiempos remotos fueron catalogados como un peligro social. En nuestras sociedades democráticas eran, hasta el momento, merecedores de la atención social. Hasta que llegó la penúltima crisis.
Esta antigua trilogía se mantiene hoy. Nuestra realidad contemporánea está habitada por ellos (pobres, enfermos y extranjeros migrantes). El moderno concepto de exclusión nos ha permitido identificar las características polivalentes de estos grupos humanos. A la pobreza resultante de la carencia de recursos se le suman otros indicadores: ancianos solos, jóvenes anómicos, familias monoparentales, migrantes con trabajo y sin derechos... Enfermos que, aun recibiendo asistencia sanitaria, responden a patologías asociadas a una dimensión social (y por lo tanto presas fáciles de la estigmatización): enfermos de VIH, enfermos mentales, enfermos con patologías duales, toxicómanos... Extranjeros migrantes que sabemos diferenciar, casi de forma natural, de los otros extranjeros denominados turistas. Sobre este grupo se vierten todos los prejuicios: discriminación laboral, exclusión y segregación espacial, ignorancia y rechazo de sus identidades culturales. Una batería de obstáculos legales y sociales para el ejercicio de la ciudadanía plena. Esta realidad explota en momentos de crisis.
Andalucía, acostumbrada durante siglos a ocupar un lugar periférico, asiste a un creciente escenario de gentes que rebuscan. A los pobres, enfermos y migrantes se les suman cada día más vecinos. La crisis empuja a la exclusión a hombres y mujeres que hasta ayer se sentían a salvo de ser catalogados como grupos de riesgo. La pérdida de la casa, del trabajo, la aparición de una enfermedad que desarticula la ubicación social, conforman un universo de exclusión cada vez más grande. Los espacios e instrumentos de inclusión se reducen y endurecen, mientras los de exclusión crecen. Se puede vivir uno, dos o tres años sin empleo, pero no sin prestaciones. Se puede vivir un año con salario social pero no más cuando se impide solicitarlo el segundo o tercer año por carencia de recursos. Se puede aparentar una cierta estabilidad social mientras se acude a la estructura familiar para paliar el desahucio de tu vivienda, pero es solo apariencia. Las redes no dan para más. Mucha gente en Andalucía, ahora, se va ahogando despacio.
Esta situación forma parte de la realidad junto a las festividades, el cotilleo mediático, los conflictos internacionales, el debate político y sus tensiones, los acontecimientos internacionales o el mundo del espectáculo. Sin embargo, todos y cada uno de esos componentes de la vida tienen más protagonismo que la realidad descrita. Así ha sido en esta última campaña electoral en Andalucía, en la que se le dedicó poco espacio a definir programas concretos para atender a estos colectivos en riesgo. Ahora falta comprobar si las fuerzas políticas que conformen el parlamento Andaluz sacarán a estos colectivos de la marginalidad y los pondrán en el centro (y en el corazón) de sus programas y políticas ¿O se olvidarán? Porque cada vez somos más los que conformamos los grupos de riesgo... y los políticos no se enteran.
Hace décadas algunos expertos pusieron de moda el uso del término “grupos de riesgo”. Trataban de definir a grupos humanos que eran proclives (bajo determinadas circunstancias) a padecer una enfermedad. Esta expresión se socializó y extendió como si se tratase de una epidemia. Se abusó tanto del término que se convirtió en un sambenito. Se sospechaba e identificaba a quienes se acercaban a la definición. Posteriormente se marginaba a aquellos grupos susceptibles de ser etiquetados como “de riesgo”.
Desde hace siglos los grupos de riesgo han existido en la percepción social.grupos de riesgo En la Edad Media se establecieron sus categorías básicas: pobres, enfermos y extranjeros constituían el universo de marginación. Tendríamos que precisar mejor: determinados pobres, determinados enfermos y determinados extranjeros. A los poderes públicos de entonces y de ahora les obsesionaba identificarlos, controlarlos y, en algunos casos, segregarlos. En tiempos remotos fueron catalogados como un peligro social. En nuestras sociedades democráticas eran, hasta el momento, merecedores de la atención social. Hasta que llegó la penúltima crisis.