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Amaia Pérez Orozco: “Es el momento de garantizar ingresos con una renta mínima, pero a futuro la renta básica no es lo más potente”

La economista y feminista Ana Pérez Orozco.

Ana Requena Aguilar

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Lo que empezó con un virus expandiéndose por el mundo ha terminado por ponernos frente a una gran crisis económica, pero también de cuidados. O quizá sea el momento de entender que esas dos crisis no pueden separarse sino que van necesariamente unidas. La economista Amaia Pérez Orozco, autora de 'Subversión feminista de la economía', reflexiona sobre el sistema económico y también sobre las soluciones que estamos dando a este momento, como el teletrabajo: “Revela que sigue imperando esa idea de que lo que se hace en casa no es nada, ni es trabajo ni nada porque si no cómo pensamos que se puede hacer todo lo de dentro más cargar con todo lo de fuera”.

Vivimos una crisis de salud pública que se ha convertido en una crisis económica pero también de cuidados, con las familias resolviendo como pueden el trabajo y las tareas para sostener su día a día, ¿van necesariamente las tres crisis juntas?

Volvería a cuestionar, como ya hicimos, a qué llamamos crisis económica y la diferenciaría de una crisis puramente mercantil de actividades económicas. Pero sí, creo que todas las crisis van juntas porque al final lo que está en crisis es la vida colectiva y ese proceso es un hecho integral: no va por un lado la salud, por otro el conseguir medios de vida y por otro los cuidados, sino que va todo junto. En parte se desencadenan simultáneamente, y en parte creo que no es que se generen sino que preexistían: que la vida humana, y la no humana, estaba en crisis era algo que ya habíamos dicho de antemano. Me da miedo que la idea de crisis económica se utilice para, una vez más, derivar recursos de lo común hacia quien tiene el poder de decir 'la economía soy yo' en lugar de pensar qué economía tenemos que es tan frágil. Darnos cuenta que este gigante hiperglobalizado e hiperconectado tiene pies de barro.

Pero sí hay una crisis social que tiene que ver con la economía en el sentido de que mucha gente está perdiendo su medio de vida y ve su futuro económico y laboral muy comprometido.

Ahí lo que se evidencia es que estamos en una trampa: si los procesos de mercado se recuperan es a costa de explotar el trabajo humano, que se basa en la desigualdad de un sistema económico que es frágil. Pero al mismo tiempo, si se hunde ese sistema nos arrastra porque no hemos construido otros modos soberanos de vida, otras economías distintas. Por eso, una crisis de mercado se convierte en una crisis de reproducción social. Sería el momento para pensar cómo revertir eso, no dar por hecho que eso está y ponerlo como única prioridad.

¿Es posible pensar en esos otros modelos mientras abordamos la gestión actual para evitar una emergencia social aún mayor?

Hay cosas concretas en las que pensar ya. Si hay gente que se queda sin casa y hay casas vacías, es el momento de expropiar vivienda vacía. Si hay que dedicar recursos públicos a pagar prestaciones sociales y ofrecer una renta básica garantizada para quien se quede sin ingresos o estos sean insuficientes, pues habrá que pensar en un impuesto de patrimonio mayor o en revisar el impuesto de sociedades. O habrá que pensar en no poner facilidades a grandes empresas con beneficios para hacer ERTE, que los hagan en términos de perder patrimonio y beneficio acumulado. O de pensar en soberanía energética o alimentaria o en la nacionalización de la sanidad privada, y no solo como algo temporal. Es el momento de hacer esas luchas concretas y no de inyectar una supuesta liquidez que luego no sabe dónde meterse.

¿Qué le parecen las medidas económicas del Gobierno aprobadas hasta ahora?

Unas mejores y otras peores. Inyectar liquidez no me parece una medida adecuada, creo que en todo caso si se necesita liquidez creo que debería llegar a los estados y no a las entidades financieras privadas. Que haya intentos de garantizar ingresos, vía flexibilizar requisitos para acceder al paro, me parece acertado. O que el empleo doméstico haya sido objeto de debate es imprescindible, aunque la ayuda debe llegar a todas, no solo a las empleadas que tienen un contrato formal. Que salga la gente de los CIE me parece acertado, pero que no haya capacidad de acoger a esa gente que sale, no. Por eso me parecen insuficientes y creo que no van en la línea de plantear un cambio de dirección.

Habla del subsidio para empleadas de hogar, que no llegará a las que estén en la economía sumergida. Esa es una de las cosas que pone sobre la mesa esta crisis, que nuestro sistema de bienestar social pasa por el empleo. ¿Hasta qué punto debe estar ligada la protección social a la contribución al mercado de trabajo?, ¿hay que pensar en otros sistemas?

Esta atadura al empleo es otra de las trampas que decíamos antes. El empleo que al final no deja de ser un trabajo alienado que haces porque necesitas dinero para vivir en el marco de la esclavitud del salario que te come el tiempo de vida y que no se hace por su sentido social, sino porque es rentable en los circuitos de acumulación. Hay una reivindicación histórica de deslaboralizar los derecho sociales, que los derechos no pueden estar vinculados a una supuesta contribución previa sino que tienen que ser derechos de ciudadanía universales. Desde los feminismos hemos reivindicado que los trabajos no remunerados nunca se han considerado una contribución social, pero en un contexto de precarización, cada vez se deja fuera a más gente. Si la caja de la Seguridad Social es un corsé para hacer esto, habrá que hablar de financiar derechos sociales con los Presupuestos del Estado.

Así que es el momento de pensar en el sistema de protección social tanto en términos de garantía de ingresos como de hacer una apuesta fuerte por servicios públicos que permitan resolver las necesidades de una manera que no sea comprando, mercantilizando. 

El Gobierno debate un ingreso mínimo, pero también son muchas voces las que vuelven a poner sobre la mesa la renta básica universal como solución, ¿cuál es su opinión?

Es el momento de garantizar ingresos y por eso una renta mínima de manera totalmente incondicional y mientras dure la situación para personas sin ingresos o sin ingresos suficientes, sin que eso suponga detraer recursos de otros sitios, es apropiado. Que a futuro la renta básica me parezca una de las claves de un nuevo sistema de protección social pues dependería de cómo se configure el conjunto: la renta básica al final es un ingreso individual para que a nivel individual resuelvas. Me parece más potente apostar por reducir el nivel de necesidades de ingresos y por colectivizar y desmercantilizar el resolver la vida. No es que tengas que tener una renta básica para pagar una hipoteca, un transporte público o un seguro médico, sino que el transporte público, la sanidad o la educación sean completamente gratuitos. Si la renta básica desvía la atención de donde quiero que tiene que estar, que es en qué mecanismos ponemos para resolver la vida de manera más colectiva y menos mercantilizada yo no apostaría por ella. Si va en un proceso más amplio de cambio, quizá entonces sí. 

Esta crisis empezó con los colegios cerrados, niñas y niños en casa y mucha gente preguntándose cómo hacer para cuidar y trabajar al mismo tiempo en el mismo espacio. Esa reflexión conjunta sobre el conflicto trabajo y cuidados se une a otra sobre los servicios sanitarios o de dependencia y los recortes, ¿son eslabones de la misma cadena?

Forman parte de la misma cadena sí, de crisis encadenadas o entretejidas que es una crisis de la vida misma. Evidencia la fragilidad de los arreglos del cuidado que tenemos de partida: tenemos una estructura socioeconómica volcada en torno a los mercados y de ahí la idea de que los mercados exigen trabajadores libres de cuidados, que ni tengan responsabilidades ni necesidades. Por otro lado, estructuras colectivas para resolver la vida y los cuidados había pocas y se estaban adelgazando. El sistema educativo era insuficiente, el sistema sanitario, también, y al final el colchón, el lugar donde se terminaba por encajar todo en términos de desigualdad, eran los hogares. Cuando se hunde uno de esos eslabones se hunde todo. Pero al mismo tiempo el peso al final vuelve a recaer en que los hogares tienen que resolver esta situación como sea en un contexto de dificultad acrecentada. Como mejor apuesta se escoge el teletrabajo: revela que sigue imperando esa idea de que lo que se hace en casa no es nada, ni es trabajo ni nada porque si no cómo pensamos que se puede hacer todo lo de dentro más cargar con todo lo de fuera. Pone sobre la mesa que, al final, que la vida se cuide, se resuelva y se sostenga día a días es algo que se  da por hecho, como que se va a hacer por arte de magia. 

Al mismo tiempo perece que esto está revitalizando lo colectivo, surgen pequeñas iniciativas para ayudarse o apoyarse entre vecinos o personas que no se conocen, ¿saldrá de aquí reforzada la idea de lo común?

Se evidencia que cada quien sola no es suficiente y que nos necesitamos y necesitamos redes. Visibilizar esa interdependencia es muy potente. Estamos en la encrucijada de si esto va a reforzar redes colectivas de cuidado mutuo, de reciprocidad y solidaridad de verdad, que no estén otra vez protagonizadas por mujeres y por la división sexual de trabajo ni dirigidas solo a los sectores más precarios de la sociedad, como diciendo que quien puede paga y quien no se sostiene a base de estos lazos. Esto no puede sustituir a lo público pero lo público tampoco se lo puede comer. También está el otro impulso, el fascismo balconil, esta especie de policía vecinal que se genera y que también es una pulsión que está ahí. Tenemos que intentar que esto se convierta más en una cuestión de apoyo comunitario y no de vigilancia comunitaria.

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