La palabra del año 2017 para la Fundéu es aporafobia (odio al pobre). Pero a este paso no es descartable que en 2018 el término del año sea ludismo. El odio a las máquinas vuelve de nuevo y en un ambiente de sueldos precarios y atonía el temor a que un robot nos quite el puesto de trabajo va in crescendo.
Las cifras de grandes consultoras tipo McKinsey son a priori alarmantes. Alrededor de 800 millones de trabajos serán reemplazados en todo el mundo por máquinas de aquí al 2030. Un reciente estudio de la Universidad de Oxford decía que en algunas áreas, como Latinoamérica, la tasa de sustitución llegaría casi al 60%. Pero en países como Estados Unidos la tasa de reemplazo por máquinas es también muy elevada, por encima del 40%.
Estos lúgubres datos esconden otra verdad que también están revelando la ciencia y los estudios. Que en parte, los robots tienen características de la energía: ni crean ni destruyen puestos de trabajo, en realidad los transforman. En un reciente estudio de diciembre de dos investigadores de la Universidad de Bonn en el Centre for Economic Policy Research, se señalaba que el saldo entre los puestos de trabajo que se destruyen por robot y los que se crean nuevos es prácticamente cero y, en algunos casos, positivo.
Los investigadores analizaban el impacto de las patentes de inteligencia artificial en Estados Unidos en las zonas en las que se registraban. Su conclusión es que, en general, cuantas más patentes de automatización en un área, más población ocupada había en la zona. Solo había una excepción para esta premisa: que en el área hubiera sobre todo trabajos de tipo rutinario, en cuyo caso el efecto se diluía y prácticamente quedaba neutro.
Así las cosas, la rutina es la palabra anatema para que un robot birle un puesto de trabajo. A esta conclusión llegan también dos prestigiosos investigadores de MIT y de Carnegie Mellon que han publicado la semana pasada un artículo en Science sobre el impacto de la inteligencia artificial en el mercado de trabajo.
Los autores analizan qué pueden y qué no pueden aprender a hacer bien los robots para dar con hasta ocho criterios clave que describen el tipo de tareas con las que la inteligencia artificial puede llegar a desempeñar una labor también como un hombre y, por lo tanto, usurpar su puesto de trabajo.
En principio, cualquier tarea que se salga de la rutina e implique utilizar inteligencia emocional y empatía lleva todas las de perder con la inteligencia artificial. Aunque procesar datos se le da muy bien a los robots, tienen que procesar miles de datos para poder almacenar un gran número de relaciones causa-efecto que le lleve a poder acertar en un análisis.
Esto hace que no valgan para procesar datos o pistas desorganizadas o demasiado heterogéneas para poder elaborar una conclusión. ¿Cómo es posible? Porque algunas predicciones humanas se saltan que correlación no es causalidad y asocian determinados datos a un resultado en el que luego aciertan. A un robot saltarse así una regla es algo que le cuesta entender. A siempre tiene que dar lugar a B.
Así que todos aquellos trabajos en los que se procesen datos complejos pero no necesariamente sistematizados, como la medicina o los cuidados, tienen muchas menos posibilidades de ser reemplazados. Tampoco aquellos en los que un margen de error como el que tiene todavía la inteligencia artificial sea inaceptable, como en defensa privada o seguridad.
El artículo de Science concluye que la inteligencia artificial puede también ayudar a mejorar algunas partes del trabajo pero no el total. Por ejemplo, puede ayudar a los abogados a clasificar documentos relevantes para un caso pero no podrá entrevistar bien a testigos. Podrán leer muy bien ecografías u otras imágenes médicas, pero no hacer las preguntas adecuadas a los pacientes sobre síntomas y desde luego no reconfortarlos.
El estudio advierte de que la parte emocional tampoco es tan imprescindible para sustituir a un humano. Por ejemplo, han puesto a prueba a vendedores y han descubierto que la inteligencia artificial es muy buena estudiando las transcripciones entre un vendedor y un cliente y luego utilizando esos diálogos para construir chatbots que ayuden en venta a distancia.
Con todo, con estos criterios no sorprende que el estudio de Oxford hiciera un ránking con los diez tipos de puestos de trabajo con menos probabilidades de ser sustituidos por máquinas y que estos estuvieran acaparados por terapeutas, trabajadores sociales, trabajadores de emergencias, cirujanos y otros trabajos que implican contacto directo y manual con otros seres humanos.
El estudio de los investigadores de Bonn, el que decía que el empleo no se destruye sino que se transforma sí destaca un aspecto que puede ser en cierto punto alarmante: el nuevo empleo pasa de las fábricas y de las industrias al sector servicios. Algunos trabajadores necesitarán un periodo de transición para reconvertirse (de ahí la importancia para algunos de las redes de protección como la renta básica), y otros no lo conseguirán. Pero la pregunta es si el sector servicios, tradicionalmente menos sindicalizado y con sueldos más bajos, podrá generar la misma calidad de empleo que lograron las fábricas.