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Los hombres están usando las cámaras trampa del ‘Proyecto Tigre’ en la India para espiar y acosar a las mujeres

En las redes sociales circulan fotografías de mujeres captadas por cámaras trampa.

Antonio Martínez Ron

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En el año 2017, una de las cámaras trampa instaladas por el Proyecto Tigre en el norte de la India captó la imagen de una mujer semidesnuda orinando en el bosque. Unos jóvenes que formaban parte del personal temporal de gestión forestal accedieron a la fotografía y la hicieron circular en grupos locales de redes sociales, lo que produjo una oleada de protestas.

Los residentes de la aldea de la mujer —una joven con autismo que provenía de un grupo de casta marginada— destruyeron cámaras trampa en las áreas forestales adyacentes y amenazaron con incendiar la estación forestal. El caso puso de manifiesto la discriminación basada en castas, pero también es un ejemplo de cómo la tecnología de monitorización de la naturaleza —desde cámaras operadas a distancia a grabadoras de sonido y drones— se está utilizando para ejercer el control social de las mujeres, espiarlas y acosarlas.

Es la conclusión a la que llegan el investigador Trishant Simlai y su equipo de la Universidad de Cambridge en un informe publicado este lunes en la revista Environment and Planning F, para el que han entrevistado a 270 personas que viven alrededor de la Parque nacional de Jim Corbett, incluidas muchas mujeres de aldeas cercanas. “Estas cámaras se utilizan principalmente para la vida silvestre, pero sobre el terreno los operarios las utilizan de muchas maneras”, explica a elDiario.es. “Y esto está teniendo un impacto desproporcionado en las mujeres”.

Intimidación y vigilancia

En el estudio se ponen numerosos ejemplos de cómo estas nuevas tecnologías se están utilizando para intimidar a las mujeres locales, especialmente a las de extracto social más humilde, y ejercer el poder sobre ellas, ya que vigilan sus movimientos. “Cuando ven cámaras trampa, ellas se sienten inhibidas porque no saben quién las está mirando o escuchando, y como resultado se comportan de manera diferente”, relata Simlai.

Cuando ven cámaras trampa, ellas se sienten inhibidas porque no saben quién las está mirando o escuchando, y como resultado se comportan de manera diferente

Trishant Simlai Investigador de la Universidad de Cambridge y autor principal del estudio

En toda la reserva de tigres de Corbett hay entre 300 y 400 cámaras desplegadas en un territorio de unos 900 km², revela el investigador. “Muchas veces estas cámaras también se colocan en áreas que no son exactamente el parque nacional. Hay zonas de uso múltiple donde hay tigres y elefantes, pero también hay personas”, explica. Una buena parte de las cámaras quedan en los bosques que las mujeres visitan a diario para recoger leña y hierbas o compartir experiencias a través de canciones tradicionales.

“No sabemos quién nos está mirando desde estas cámaras”, dice una de las residentes entrevistadas. “¿Está haciendo una foto? ¿O grabando un vídeo? ¿Pueden oírnos?”. Las mujeres de esta zona de la India se atan sus vestidos por encima de las rodillas para mejorar la facilidad de movimiento durante la recolección de productos forestales, pero la presencia de cámaras las inhibe. “No podemos caminar frente a las cámaras o sentarnos en el área con nuestros vestidos por encima de las rodillas, tenemos miedo de que nos fotografíen o graben de manera incorrecta”, dice una de ellas. 

Las canciones protectoras

El nuevo documento elaborado por Simlai y sus colegas revela también que los guardabosques del parque nacional vuelan deliberadamente drones sobre las mujeres para asustarlas y hacer que salgan del bosque para que no recolecten recursos naturales, a pesar de que es su derecho legal hacerlo. Esta vigilancia también las pone en peligro al forzar su silencio e interrumpir una larga tradición de introducirse en el bosque cantando en voz alta para ahuyentar a tigres y elefantes. 

“La presencia de cámaras trampa no sólo censuraba las conversaciones entre mujeres, sino también está impidiéndoles cantar canciones y nyaulis en voz alta”, escriben los autores. “Las mujeres bajaron el volumen de su canto conscientemente o evitaron cantar por completo”. Además, esta presión las está forzando a trasladarse a áreas más profundas del bosque que no les son familiares, lo que aumenta la probabilidad de encontrarse con animales salvajes de gran tamaño.

Desde que pusieron cámaras en esta zona nos vemos obligadas a adentrarnos más en el bosque y aumenta el riesgo de encontrarnos con elefantes

Testimonio de una residente en el Parque nacional de Jim Corbett

“Hay una baaghin (tigresa) con cachorros en esta parte de nuestro bosque, si no cantamos o hablamos en voz alta existe la posibilidad de que ella se sorprenda y nos ataque como lo haría cualquier animal protector”, manifiesta una de las entrevistadas. “Desde que pusieron cámaras en esta zona nos vemos obligadas a adentrarnos más en el bosque, donde la vegetación es demasiado densa, esto aumenta el riesgo de encontrarnos con elefantes”, dice otra.

Control de las actividades

Uno de los aspectos más inquietantes es cómo una herramienta pensada para vigilar a los animales se ha convertido en un instrumento de control de los hombres hacia sus propias mujeres. Las entrevistas revelan que los varones frecuentemente expresan su desaprobación a que ellas se aventuren en el bosque. “Dejan a los niños desatendidos durante horas juntos y se van al bosque a divertirse; necesitan pasar más tiempo en casa”, dice uno de los entrevistados.

Dejan a los niños desatendidos durante horas juntos y se van al bosque a divertirse; necesitan pasar más tiempo en casa”, dice uno de los hombres entrevistados

“Las conversaciones con autoridades forestales de nivel inferior indicaron que la colocación de cámaras trampa en ciertos espacios forestales más allá de la jurisdicción del parque es frecuentemente dictada por hombres locales que residen en las aldeas periféricas”, escriben los investigadores. “También se reveló que ciertos hombres expresaban regularmente interés en ver imágenes de cámaras trampa de sus cónyuges, buscando confirmación de si sus esposas realmente estaban entrando al bosque o participando en otras actividades”. 

El uso perverso de estos medios llega a tal extremo que en una ocasión, según los reportes locales, una cámara trampa captó una imagen de una pareja teniendo relaciones en el bosque y fueron denunciados a la policía. Pero el mejor ejemplo de la situación fue la resolución del caso de la joven cuya foto orinando se distribuyó en redes sociales, en la localidad de Sundarkhal. 

“La foto de esa mujer circuló en estos grupos de WhatsApp y Facebook, pero eso no lo hizo gente del gobierno”, explica Simlai. “Lo hicieron autoridades de nivel más bajo, como guardias forestales y personas que trabajan por contrato con el departamento forestal. Y el asunto no siguió adelante judicialmente porque descubrieron que personas de dentro del pueblo también estaban involucradas, así que quedó silenciado”.  

Negocio frente a derechos

La situación también revela la marginación de los poblados cuyas castas se consideran inferiores, que son las que sufren en mayor medida los efectos de esta vigilancia. “Los grupos étnicos que viven en esta región son los Van Gujjars, los Buhas y los Rai sikhs”, describe Sumlai. “Todas estas comunidades fueron clasificadas como ‘tribus criminales’ por los británicos, por lo que el tabú contra ellas todavía existe. Las otras comunidades son una mezcla de grupos de castas inferiores y superiores de ‘pahadis’”. “¿Qué están tratando de monitorear al volar el dron donde las mujeres de nuestro pueblo van a hacer sus necesidades?”, se quejaba una de las residentes. “¿Se atreverían a hacer lo mismo en las aldeas de castas superiores?”. 

Uno de los motivos por los que las autoridades forestales suelen disuadir a las mujeres que utilizan espacios forestales y las ahuyentan con drones es que también son frecuentados por safaris organizados. “A los turistas no les gusta ver grupos de mujeres con la cabeza cargada de leña y hierba saliendo de la vegetación cuando les han vendido una experiencia natural completa”, dice uno de los agentes forestales en las entrevistas.

“Lamentablemente, nada de esto es sorprendente, porque encaja perfectamente con la creciente militarización de la conservación del tigre en la India, que culpa y ataca a los pueblos indígenas locales y otros pueblos que habitan en los bosques”, asegura Sophie Grig, investigadora de Survival International, que no ha participado en el estudio. “Ponen las necesidades de los turistas por encima de los de la población local que depende del bosque y que han vivido junto a él o dentro de él y lo ha protegido durante generaciones”. 

El desequilibrio de poder de los guardabosques hace que a menudo abusen de las mujeres indígenas, hemos visto muchos casos en todo el mundo

Sophie Grig Investigadora de Survival International

Para Grig, este es un ejemplo más de que el uso de cámaras trampa causa una gran presión y preocupación entre los pueblos indígenas, que sienten que saben que esto es una gran intrusión en sus vidas. “Y lamentablemente las mujeres suelen ser las más vulnerables”, subraya. “El desequilibrio de poder de los guardabosques hace que a menudo abusen de las mujeres indígenas, hemos visto muchos casos en todo el mundo de mujeres que son objeto de abuso sexual”. 

Cristina Sánchez Carretero, antropóloga del Instituto de Ciencias del Patrimonio (Incipit-CSIC), cree que el estudio pone de manifiesto la necesidad de afrontar la conservación con una perspectiva de género interseccional. “Hay una invisibilización triple: de la población, de las mujeres y de las desigualdades de poder, en este caso de las castas”, recalca. Por otro lado, recuerda, la vigilancia a través de cámaras y drones se ha analizado desde diferentes disciplinas, como la sociología y la antropología, y produce una violencia estructural. “En este caso se fomenta una visión patriarcal y se activa la violencia precisamente por no tener en cuenta esas necesidades vinculadas a la vida diaria”.

José Antonio Cortés, profesor de la facultad de sociología de la Universidade da Coruña, recuerda que las políticas de conservación han utilizado la vigilancia de forma estandarizada desde prácticamente su nacimiento. “En concreto, el caso del Proyecto Tigre se suele estudiar en los libros de texto como uno de esos ejemplos de política de conservación extrema basada en muchos casos en la expulsión de población para dejar hueco a una naturaleza no tocada”, apunta. “Es cierto que las cámaras trampa se utilizan para vigilar a los animales, pero no es casual que acabe entrando en el terreno de la vigilancia de las personas. Porque al final las políticas de conservación se basan mucho en eso, en vigilar a las personas en su relación con el medio”. 

Es cierto que las cámaras trampa se utilizan para vigilar a los animales, pero no es casual que acabe entrando en el terreno de la vigilancia de las personas

José Antonio Cortés Profesor de la facultad de sociología de la Universidade da Coruña

En opinión de Cortés, el gran valor de este trabajo es aplicar la dimensión de género a las políticas de conservación, un ámbito muy masculinizado en el que las mujeres están prácticamente ausentes. “La moraleja que se puede extraer de este artículo es que esas herramientas que se han puesto ahí para monitorizar a los animales ha acabado siendo instrumentalizadas por determinados sujetos masculinos para ejercer violencia y dominación sobre mujeres de casta baja”, resume. “Lo que sorprende es que haya alguien lo suficientemente ingenuo como para pensar que esto no iba a ocurrir”.

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