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El sueño de Raquel: desafiar la discriminación por ser indígena y mujer

Mujer indígena en los andes peruanos.

Francisco José Vega Borrego

Responsable de comunicación de Medicusmundi NAM —

Son las seis de la mañana, amanece un nuevo día y Raquel se levanta para ayudar a su tía a hacer el desayuno. Tiene 10 años y vive en Rayambal, en Perú. A las ocho llega la hora de irse al colegio. Cumple con sus tareas, pero le gusta más dibujar y pintar, confiesa.

De vuelta a casa, después del almuerzo, se entretiene dando de comer a Crespo, “su chanchito” y a Bobi y Comando, sus perros. Tras hacer su tarea, lleva a los animales a pastar. Entre ovejas, vacas y caballos, se siente contenta y empieza cantar. Sueña con ser profesora para poder enseñar a otros niños y niñas.

Raquel es una de las cuatro millones de personas que se identifican como indígenas en Perú, un país en el que viven 31 millones y medio de habitantes y en el que existen hasta 55 grupos étnicos. Los pueblos indígenas, recuerda Naciones Unidas, siguen siendo los más vulnerables y marginados en todo el mundo, a pesar de los avances logrados. Como muestra, una cifra: el 33% de las personas empobrecidas en áreas rurales pertenece a comunidades indígenas.

La Declaración de las Naciones Unidas sobre los derechos de los pueblos indígenas, de la que en septiembre se cumplen diez años, dice que los Estados “adoptarán medidas, conjuntamente con los pueblos indígenas, para asegurar que las mujeres y los niños indígenas gocen de protección y garantías plenas contra todas las formas de violencia y discriminación”.

El papel lo soporta todo, pero la realidad, tozuda, se encarga de desmentirlo: una de cada tres mujeres indígenas es violada a lo largo de su vida. Violencia. Como también es violencia que tengan tasas más altas de mortalidad materna, embarazo adolescente y enfermedades de transmisión sexual.

Raquel sueña mientras sus animales pastan. Mientras, el tiempo, implacable, sigue devorando las ilusiones de miles de mujeres indígenas en todo el mundo. No queremos que los sueños de Raquel se conviertan en pesadillas.

Eso es lo que pensó Lidia Morales, directora del Instituto de Salud Incluyente de Guatemala y una de las impulsoras del Modelo Incluyente de Salud (MIS). Se trata de una forma de entender la atención en salud deja de centrarse en lo clínico y en lo individual para pasar a tener en cuenta que las condiciones de salud de las mujeres tienen mucho que ver con su situación social, su alimentación, su espiritualidad, su salud mental y el espacio en el que viven.

El MIS de Guatemala, recientemente adoptado como modelo sanitario para todo el país por el Ministerio de Salud, facilita que la mujer tome un papel protagonista en las decisiones sobre la salud de la comunidad en la que vive. Algo similar sucede en Bolivia. Adiva Eyzaguirre, directora del Centro de Defensa de la Cultura (CEDEC), relata cómo cuando empezaron a trabajar en las comunidades se dieron cuenta de que las mujeres eran parias en su propio territorio.

Intentando encontrar soluciones, llegó el feminismo comunitario, que parte de que el problema no es individual, sino comunitario, y trabaja, dice Eyzaguirre, en cuatro ámbitos de acción: el cuerpo, la memoria, el tiempo y el territorio. “El cuerpo, pues la mujer solo podrá participar si está sana, si su cuerpo recibe el trato adecuado, si tiene salud, si tiene educación, si tiene formación. La memoria, pues a menudo nos olvidamos de que no solo participaron hombres en la transformación de las sociedades y de la realidad, sino que también estuvimos presentes las mujeres”, explica.

“El tiempo: recuperar el tiempo para ellas, recuperar el tiempo para participar, recuperar el tiempo para ser parte de la comunidad. Y por último el territorio: tenemos derecho a tomar decisiones, tenemos derecho a opinar, tenemos derecho a tener un territorio”, prosigue la directora del CEDEC. Todo esto se traslada a la puesta en marcha de la política de salud del Gobierno boliviano, la SAFCI, que dibuja un modelo de salud familiar, comunitaria e intercultural, donde la participación de las comunidades es un eje para conseguir alcanzar el derecho a la salud. 

400 millones de personas en todo el mundo no tienen acceso a los servicios más básicos de salud. Conseguir superar esta brecha en países donde una importante parte de la población se reconoce como indígena es el objetivo común de todas estas estrategias. Para ello, es fundamental que se abra la mirada a otras formas de entender la salud y que el sistema público se adapte para ser capaz de reconocer, aceptar, comprender y promover otros modelos de salud como pueden ser el maya, el popular o los autocuidados.

En Bolivia, los terapeutas tradicionales ya trabajan en muchos centros de salud mano a mano con el personal sanitario. En Perú, respetar el modo en que las mujeres de Churcampa quieren dar a luz ha conseguido reducir las muertes en el parto a casi cero. En Guatemala, el Gobierno espera que en solo unos meses, esta nueva forma de hacer salud consiga que 51.000 personas más acudan a consulta.

Abrir la mirada también supone entender que la salud de una persona depende solo de la atención sanitaria, pues hay muchos más factores que influyen sobre ella: cómo te alimentas, cómo es tu vivienda, si puedes consumir agua en buen estado... Los médicos, las enfermeras, rompen los muros del centro de salud y salen a las comunidades para conocer cómo viven las personas a las que atienden, para tenerlo en cuenta a la hora de atenderlas y para tratar de conseguir mejoras donde se pueda con los escasos recursos con los que suelen contar.

¿Y saben qué? Resulta que participar en tu comunidad también es sano. Después de décadas en que las voces de los pueblos indígenas han sido ignoradas, en estos modelos se sitúan en la base de la toma de decisiones sobre su salud, creando espacios de participación en los que expresan sus necesidades, sus anhelos y donde se trabaja para conseguir hacerlos realidad.

A veces nos encantaría poder parar el tiempo y evitar que siga destruyendo ilusiones, aunque en vez de eso, tenemos algo mejor: la convicción de que todas estas desigualdades son injustas y evitables y la fuerza y el apoyo para seguir trabajando por un mundo en el que nadie se quede atrás.

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medicusmundi NAM trabaja en Perú, Bolivia y Guatemala apoyando la construcción de sistemas de salud integrales e incluyentes, que tengan en cuenta las necesidades de toda la población con independencia de su etnia, creencias o espiritualidad.

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