El cambio climático determinará los tipos de interés
“La estabilidad de los mercados, la predictibilidad monetaria y la salud económica dependerán en lo sucesivo de los riesgos climáticos”. Esta proclama, surgida del Banco Internacional de Pagos (BIS, según sus siglas en inglés) -el foro del que emana la regulación financiera internacional y en el que comparten diagnósticos los gobernadores de los principales bancos centrales del planeta-, ha cobrado intensidad en 2022. El BCE ha sido la última voz de autoridad regulatoria que lo ha proclamado a los cuatro vientos. En boca de Isabel Schnabel, la representante alemana en el Comité Ejecutivo de la institución supervisora del euro: la inclusión de los criterios climatológicos en las decisiones del BCE serán determinantes en la hoja de ruta monetaria europea este año.
El BCE no fue el pionero. Antes tomaron la delantera el Banco de Inglaterra, de la mano de Mark Carney, que llevó sus riendas hasta el comienzo de la Gran Pandemia -en marzo de 2020 tomó posesión su sustituto Andrew Bailey- y el Bundesbank, bajo la presidencia del halcón de la ortodoxia en el seno del BCE, Jens Weidmann, que dimitió en octubre pasado. “Existe una tragedia en el horizonte que pone en serio peligro las perspectivas de empresarios, políticos y tecnócratas”, a la que “las autoridades de supervisión financiera hemos de prestar atención e iniciar una interlocución con expertos medioambientales para encontrar soluciones inmediatas”; avisó Carney. “Es uno de los factores que puede alterar, por sí mismo, un ciclo de negocios”, enfatizó Weidmann. A estas advertencias la presidenta del BCE, Christine Lagarde, les puso epílogo teórico en julio de 2021: “Las medidas climatológicas tendrán un peso trascendental en la gestión de la economía y del sistema bancario”.
Medio año después, y con la coyuntura en pleno estado de mutación, Schnabel ha incidido en este desafío. “Las previsiones inflacionistas podrían revisarse al alza de urgencia ante los intentos de los socios monetarios de recortar emisiones para avanzar en la transición energética verde”, explicó en su discurso ante la American Economic Association. No es que Schnabel sea una apóstata del plan de reconversión de la economía del euro. “En un ambiente de exceso de ahorro y de prolongadas disrupciones en las cadenas de valor y de suministro, el tránsito hacia la neutralidad energética podría perpetuar la inflación en cotas altas, elevar los riesgos y desestabilizar las expectativas empresariales y de los consumidores sobre la evolución de los precios”, puntualizó.
En el BCE otean nubarrones en el horizonte y los precios se tornan como el riesgo más acuciante. Aunque no sea aún un peligro de calado porque, para la consejera alemana del BCE “si los precios de la energía del pasado mes de noviembre se mantuvieran inalterables, en 2024 la inflación de la zona del euro estaría por debajo del 2%” que marca el límite estatutario del organismo.
Otra cosa es que pocos dudan de que el efecto climático es el telón de fondo de las reuniones monetarias. Ni siquiera se opone ya el presidente de la Fed. Jerome Powell se mantuvo reacio, hasta la renovación de su mandato en noviembre, a incorporar las secuelas climatológicas y energéticas entre las prioridades de la política monetaria de la Reserva Federal.
¿Por qué están preocupados los bancos centrales por el clima? El propio BCE lo aclara: el calentamiento global rebajará la producción, elevará la inmigración, dañará propiedades y deteriorará la atmósfera inversora.
El pasado año, los diez mayores desastres naturales que asolaron el planeta ocasionaron costes por un valor superior a los 170.000 millones de dólares. El sexto ejercicio del último decenio que ha superado la barrera de los 100.000 millones en pérdidas, según Christian Aid, organización sin ánimo de lucro británica. Con el Huracán Ida -que se llevó 115 vidas humanas y dejó 65.000 millones de factura- a la cabeza de esta clasificación. Al que le siguieron los 43.000 millones de las riadas en Europa Central, focalizadas principalmente en Renania (Alemania) y los 23.000 millones de la tormenta polar en Texas.
La doctrina climática del BCE no resulta baladí. Porque, casi al unísono, se logró desembarazar de su corsé monetario de nacimiento, el estricto límite del 2% de inflación, objetivo que deja de ser flexible, aunque siga en el ADN de la institución, por expresa imposición de Berlín. Este giro conceptual le confiere ahora más margen de maniobra para perfilar sus decisiones de tipos de interés en tiempos de cambios fulgurantes en los que “la deuda, la digitalización y el cambio climático se hacen un hueco en las estrategias monetarias” alerta Fabrizio Pagani, estratega de Economía Global y Mercados de Capitales de Muzinich. Pagani cree que esta triada está detrás de la transformación de la naturaleza financiera global y del nuevo papel de los bancos centrales en la economía y en sus sociedades.
De forma más que trascendental de lo que parece, explica Pagani. Entre otras razones, porque el BCE y la Fed ya ostentan entre el 25% y el 30% de deuda de sus gobiernos, y el Banco de Japón, más del 40%. El clima será crucial en la estabilidad financiera y de los precios, además de tener un peso sustancial en los retoques de la regulación y la supervisión de los riesgos asociados a la movilización de capital verde, bajo criterios ESG y con inversiones descarbonizadas.
Como el Banco de Inglaterra que, en su nuevo mandato, renovado por el Tesoro británico el año pasado, está obligado a favorecer los esfuerzos financieros de su sistema a la consecución de emisiones netas cero en el ecuador del siglo. El plan de adquisición de activos corporativos del BCE -y sus posteriores ventas en el mercado- se enfoca hacia las acciones verdes, de igual modo que han añadido criterios climáticos a los exámenes de estrés de sus entidades bancarias. El Riksbank sueco ha limpiado sus reservas de activos contaminantes, el de Japón provee fondos específicos y preferenciales a las empresas con proyectos sostenibles y el de China impulsa flujos de inversión directa y bonos verdes con sello de sostenibilidad.
La idea es que el BCE acentúe en 2022 sus objetivos monetarios y sus programas de actuación en carteras de capital con un road map compatible con los Acuerdos de París, señala Frank Elderson, miembro del Comité Ejecutivo del BCE en su blog oficial. En la doctrina económica también resaltan esta decisión del BCE. María Demertzis, de Bruegel, think-tank paneuropeísta, cree que más que la adopción por parte del BCE de objetivos contra el cambio climático, la cuestión es cuán urgente es su puesta en marcha, dado que los bancos centrales son los protagonistas regulatorios y supervisores de sus sistemas financieros y deben considerar cómo afecta el fenómeno climatológico tanto a la magnitud como a la tipología de las inversiones; por supuesto, sobre la estabilidad de precios, su mandato preferencial, pero también sobre la de sus estructuras bancarias.
“Están obligados a ejercer su control teniendo en cuenta los riesgos asociados a la catástrofe climática y respaldando las finanzas sostenibles”, remarca Dmertzis. Y la ciencia ha dejado escaso margen a la duda: el clima tiene ya un impacto económico-financiero.
Simon Tagliapietra, investigador en el mismo instituto, lleva este asunto, además, al terreno de las políticas sociales. “La transición energética necesita expandir las redes de protección social”, de la mano de las autoridades económicas y monetarias, mediante “el fomento de medidas de sostenibilidad que eviten el desastre medioambiental, con más presión fiscal sobre combustibles fósiles y atendiendo a las desigualdades sociales”. Es decir, “aprendiendo de los errores de los procesos de globalización y liberalización económica”.
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