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Las políticas de Trump más la escalada de la deuda añaden “riesgo de infarto” a la economía de EEUU

El presidente de EE. UU., Donald Trump, gesticula durante una reunión en la Oficina Oval de la Casa Blanca, en Washington, D.C., EE. UU.

Ignacio J. Domingo

15 de marzo de 2025 21:55 h

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El economista Nouriel Roubini ha pasado a la historia por haber anticipado el tsunami crediticio de 2008. Desde entonces, se ha granjeado el apodo casi universal de Doctor Catástrofe por sus sombrías advertencias. Entonces, las hipotecas subprime fueron el epicentro de la crisis. Ahora, el origen podría volver a localizarse en suelo estadounidense, aunque en esta ocasión, a cuenta de una deuda que acumulaba 36,56 billones de dólares a finales de 2024, el 124% de un PIB valorado en 30,3 billones por el FMI a precios oficiales del mercado.

No es la cota más alta, registrada en marzo de 2021, cuando el servicio de pagos del Tesoro llegó a manejar un endeudamiento que representó el 130,4% del PIB por la absorción de los también billonarios estímulos fiscales para abordar el agujero productivo de la Gran Pandemia -lejos del 31,8% que registró en 1974, la relación más baja respecto al tamaño de su economía en tiempos de distensión geopolítica por la Guerra Fría-, pero la montaña de deuda empieza a preocupar a un coro cada vez más voces del mercado. La última de ellas, la de Ray Dalio.

El tono empleado por el fundador de Bridgewater, su brazo inversor, -con el ribete de gurú de Wall Street, aunque aún sin la vitola catastrofista de Roubini- denota una inusitada señal de alarma. En caso de que Donald Trump y su equipo económico no aborden un proceso de ajuste presupuestario, la economía americana “va a tener serios problemas”, aseguró en una entrevista para el podcast Odd Lots. “No puedo anticipar exactamente cuándo ocurrirá, pero será como un infarto y calculo que ocurrirá en un plazo aproximado de tres años”.

Dalio insiste en que la austeridad debe volver al Tesoro porque el déficit acumulado al comienzo de la Administración Trump supone el 6,4% del PIB, algo más de los 1,83 billones de dólares, y el desfase entre gastos e ingresos presupuestarios es el germen de futuros asientos contables de endeudamiento federal. En 2024, la Administración Biden empleó 6,75 billones de dólares y recaudó 4,92 billones en ingresos, lo que se tradujo en un empeoramiento en el primer mes del Gobierno Trump de 1 billón de dólares de deuda soberana.

Sin embargo, los billonarios recursos liberados por Biden para acelerar la transición energética y la implantación de fuentes renovables, reconvertir la industria y proteger a industrias con el cartel de estratégicas como la de los chips o la tecnología no fueron la mayor causa del déficit del gobierno demócrata, sino los extraordinarios pagos de intereses de la deuda. De hecho, a lo largo de su legislatura, la corrección fiscal fue notable si se rememora que en 2020 heredó del primer mandato Trump un agujero presupuestario del 13,92% del PIB.

En parte, por la factura sanitaria, pero, en mayor medida, por las ingentes partidas de Defensa de 2019 que superaron por primera vez los 750.000 millones de dólares y por una merma de ingresos impositivos que, según un estudio del think tank American Progress ha restado la doble y agresiva rebaja fiscal a rentas personales y beneficios empresariales de 2017. De nada menos que 2,8 puntos porcentuales del PIB cada año en relación con la recaudación del año 2000 desde que su Tax Cuts and Jobs Act entró en vigor. Y con la mayor parte de sus siete años en vigor con una economía en tasas de pleno empleo.

La cruzada neoliberal por la baja fiscalidad

En términos cuantitativos, la merma de ingresos roza los 810.000 millones de dólares anuales de promedio. Además, advierten sus expertos, su declarada intención de reducir todavía más la presión impositiva “añadiría 3,3 billones de dólares al déficit en el próximo decenio”, a tenor de los nuevos tipos sobre la renta, sociedades y los beneficios tributarios que planea instaurar en su mandato 2.0. Tanto como el PIB de Francia.

La advertencia de Dalio surge en un momento en el que el equipo económico de Trump lidia con el doble objetivo de mantener -y extender en varios supuestos- las enormes exenciones fiscales en vigor mientras reduce el déficit anual con otra guerra arancelaria abierta por voluntad propia y que ha dirigido la coyuntura americana a la antesala -empiezan a admitir los expertos- de una estanflación. O, incluso de una temida recesión, sin control de precios. El dueño de Bridgewater y autor de How Countries Go Broke (Cómo se arruinan los países) enfatiza los daños irreversibles de los ciclos de deuda y conmina a la Casa Blanca a recortar de inmediato el déficit al 3% del PIB.

“Aunque solo sea para no perder el respaldo de los votantes”, añade. Porque si el infarto se llega a diagnosticar, “el riesgo de suspensión de pagos surgirá irremediablemente”, una amenaza a la que también se unen en JP Morgan, desde donde se recuerda que, a finales de 2022, los tres máximos compradores de bonos del Tesoro americano -bancos centrales extranjeros, la Reserva Federal y entidades financieras estadounidenses- se retiraron del mercado simultáneamente. “Cuando se amontona deuda sobre una montaña de endeudamiento, su venta a inversores, tanto particulares como institucionales, autoridades monetarias o fondos soberanos empieza a resquebrajarse” avisa Dalio, para quien, en la actualidad, “hay un exceso de emisiones de bonos bajo el clima bursátil”.

La deuda global -soberana (de los Estados), empresarial y de hogares; es decir, la acumulada por los distintos actores nacionales, excepto las entidades financieras- aumentó en 2024 en casi 7 billones de dólares, según el Instituto de Finanzas Internacionales (IIF, según sus siglas en inglés), al que se considera la patronal bancaria global y que asume el estatus de certificadora oficial en materia de endeudamiento. Hasta totalizar los 318 billones de dólares, el 328% del PIB mundial, una cota jamás alcanzada.

Para los expertos de Trading Economics, “EEUU es el foco de mayor preocupación actual, porque ninguna otra nación gasta tanto por encima de lo que produce como la primera economía del planeta”. También el FMI alerta de que el Tesoro americano tiene que gestionar su astronómico servicio de pagos con escasa presión fiscal, lo que “pone en riesgo sus compromisos” y la futura estabilidad de su hasta ahora casi inmaculado estatus de inversor internacional porque Standard & Poor’s le rebajó en 2013 a su segundo escalafón (AA+) y Fitch Ratings hizo lo propio diez años después, mientras Moody’s sigue otorgando su máxima calificación (Aaa), al igual que la agencia de rating canadiense DBRS, la cuarta en discordia. Sobre todo si, como aventura el Fondo, en un decenio, tendrá que asumir el doble de la deuda anual de 2024.

La ideología MAGA en la economía

Otro ilustre de la doctrina económica, Stephen Roach se suma a este coro de voces críticas hacia lo que denomina “la autoprofecía incumplida de Trump”. Roach, durante décadas responsable de Morgan Stanley en Asia y ahora catedrático de la Universidad de Yale, destaca que el dirigente republicano emprendió su segundo mandato bajo la solemne promesa de inaugurar una “época dorada en EEUU”. Sin embargo, en el ecuador de sus 100 días de gracia, la escalada de los precios de consumo, la pérdida de confianza en los gastos de familias y las inversiones de empresas y su estilo de espolear los mercados financieros y apostar subrepticiamente por una corrección del dólar, “ha llevado a la economía americana a un frenesí político que podría derivar en una rápida e insospechada recesión y en una amenaza seria de crisis crediticia”.

A su juicio, la retórica del sucesor de Biden es “efectiva”. Hizo creer a los votantes que la gestión demócrata de la economía era un “desastre” y que “solo él podía solucionarlo”, como dijo y hace sin rubor. Porque en el primer mes de su segundo mandato firmó hasta 73 órdenes ejecutivas.

Mientras entregaba las llaves de los gastos federales a Elon Musk, sacaba a relucir su nulo pudor para interferir ante la Reserva Federal instarla a bajar tipos dejando entrever que se saltará cualquier atisbo de independencia del banco central americano, desencadenaba una auténtica guerra comercial que ha envalentonado hasta sus más fieles acólitos del mercado y promete una rebaja tributaria de especial ambición.

Todo ello, lejos de crear rechazo, ha generado en la sociedad politizada estadounidense, afirma Roach, un estéril debate sobre “si Trump es un lunático o un astuto zorro”. Sus correligionarios del MAGA esperan que fructifiquen sus intimidaciones a adversarios y socios extranjeros. Pero, entretanto, EEUU “podría verse envuelto en una trampa de liquidez”.

Wendy Edelberg, Ben Harris y Louise Sheiner, de Brookings Institution, ponen el dedo en la llaga: “La deuda está en niveles desconocidos desde la Segunda Guerra Mundial y sin cambios en leyes fiscales y de gasto, aumentará de forma constante e indefinida”, ya que “el código tributario que instauró Trump con su reforma impositiva de 2017 no genera suficientes ingresos para cubrir la factura social” americana, que mantiene un Estado del Bienestar exiguo comparado con los de sus socios transatlánticos.

“Estamos ante una crisis fiscal en toda regla” -comentan- en la que la deuda “es una bomba de relojería, lista para estallar”, un peligro que exige “una reducción del gasto hasta equipararlos a los niveles de ingresos” porque “el impago de nuestra deuda significaría la pérdida de la posición hegemónica de EEUU en el orden financiero internacional”.

Los académicos de este think-tank que asegura velar por la calidad de la gestión pública mundial, no descartan un escenario “nefasto” en el que, además de capear con una crisis crediticia, desde el Tesoro tendrían que abordar episodios en los que las primas de riesgo sobre sus emisiones de bonos se dispararían, lo que “encarecería la renovación de la deuda federal y precipitaría a EEUU hacia la suspensión de pagos”.

Para Max Yoeli, investigador en Chatham House, enfatiza que Trump “no podrá realizar un ajuste presupuestario serio entre gastos e ingresos con sus promesas electorales”. Por este motivo, sus políticas puedan hacer tambalear los mismos cimientos de la economía americana, avisa. Dalio, por su parte, compara EEUU con la Alemania de los años 30 del siglo pasado. “Es nacionalista, proteccionista y militarista” y lo traslada a la economía, con una irrupción de los productos made in US, escaladas arancelarias y un orden geoeconómico basado en la seguridad nacional.  

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