La creciente sed de China por las materias primas ha hecho que el gigante asiático logre convertirse en el cuarto inversor en África en 2011 con unos 2.535 millones de euros, según datos de Naciones Unidas, detrás de Francia, EEUU y Malasia. El rápido avance de Pekín en la región, sin embargo, despierta recelos. Hay quien habla de una nueva forma de colonialismo, basado en un capitalismo sin normas, irrespetuoso hacia los derechos humanos y el medioambiente, y otros que creen que se trata de una alarma injustificada. Los expertos, sin embargo, coinciden en un punto. Esta luna de miel, bautizada con el nombre de “Chináfrica”, no está destinada a durar para siempre.
Las escasas perspectivas de crecimiento en la eurozona en el futuro próximo han impulsado África a los brazos de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica). Las relaciones económicas entre el continente y el selecto club de potencias emergentes han crecido de manera exponencial en los últimos años, hasta alcanzar los 38.373 millones de euros en 2011.
El presidente chino, Xi Jinping, calificó las relaciones entre su país y África como una “cooperación entre ganadores” en ocasión de su reciente gira por el continente, dirigida a reforzar las alianzas geopolíticas y financieras entre las dos zonas. La mayoría de los analistas occidentales, sin embargo, considera que en este idilio Pekín es el único beneficiado. Lamido Sanusi, el gobernador del banco central nigeriano, hace unas semanas se unió a estas críticas en un artículo en el Financial Times, y acusó a China de explotar los recursos naturales africanos e incrementar la exportación de sus productos, sin crear oportunidades de trabajo para la mano de obra local, ni transferir competencias y tecnologías.
China empezó a penetrar en el continente al final de los años 80, mientras muchas potencias occidentales se dirigían hacia el Este europeo. Hoy día, pese a que el coste del trabajo no difiera mucho entre las dos zonas, África se ha convertido en un destino muy apetecible para los inversores chinos, gracias a iniciativas como la 'tarifa cero', que excluye a algunos bienes de aranceles. Sus flujos comerciales se han multiplicado por veinte en apenas 12 años, hasta rozar los 156.000 millones de euros en el pasado ejercicio.
La modernidad africana es Made in China, al mismo tiempo que el progreso del gigante asiático se nutre de materia prima de ese continente. Pero las previsiones apuntan a que su hambre feroz se moderará al final de esta década, al dejar paso a un sistema económico más centrado en los servicios y a una reducción de la tasa de crecimiento anual de la economía.
Las inversiones chinas en África (12.480 millones de euros acumulados en 2012) se centran sobre todo en el sector primario y a menudo incluyen empresas estatales, como la petrolera CNOOC. Las estadísticas oficiales del Ministerio de Comercio chino apuntan a que el porcentaje de inversión directa en el extranjero destinada a África alcanzó apenas un 2,2% del total (unos 1.315 millones de euros) en 2011, es decir un 4% de los flujos hacia el continente.
Una carretera a cambio de petróleo
Suráfrica es el mayor receptor de la zona, seguido por Sudán, Nigeria, Zambia y Argelia, donde Pekín se atribuye el 80% de los contractos de infraestructura firmados en los últimos años. Los acuerdos millonarios más recientes datan de finales de marzo, cuando Xi se comprometió a la construcción de una carretera de más de 500 kilómetros en el Congo a cambio de petróleo y a erigir un complejo industrial y un puerto en Tanzania. La sombra de China se extiende hasta Zimbabue y Sierra Leona, dos países considerados de riesgo por Europa.
El gigante asiático es, además, el país que ofrece más créditos a los países africanos en desarrollo, con un compromiso de 15.477 millones de euros para los próximos tres años. Sus préstamos son baratos, al mismo tiempo que no interfiere con los asuntos nacionales, ni impone condiciones como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional, haciendo la vista gorda respecto a las violaciones de derechos humanos o la protección del medioambiente.
Los casos se cuentan por decenas. La ONG Human Rights Watch, por ejemplo, denuncia la vulneración de los derechos de los mineros empleados en Zambia por cuatro filiales de la china CNMC, una empresa de propiedad estatal. Pese a que en el último año las condiciones de los trabajadores han mejorado en cuanto a horarios (con la eliminación de los turnos de doce horas) o al derecho de asociación, los mineros siguen actuando en un entorno peligroso y se ven amenazados por sus superiores al reclamar sus derechos.
Impacto ecológico
China devora África también desde el punto de vista medioambiental, facilitada por un clima político frágil y corrupto. El grupo de defensa ambiental International Rivers se muestra particularmente preocupado por el contexto de Sudán. Entre 2003 y 2009, el banco China Export Import Bank ayudó a financiar con 1.800 millones de dólares la presa de Merowe, dando vida a un embalse capaz de duplicar la capacidad de generación de energía eléctrica del país. La contrapartida fue el éxodo de unas 50.000 personas forzadas a abandonar sus domicilios en el valle del Nilo y unas protestas reprimidas duramente por las fuerzas del orden. En 2011, China acaparó los contratos para construir otras tres grandes obras hidrológicas.
Peter Brosshard, director de políticas de la ONG, no pierde la esperanza en que algo cambie. “Muchos proyectos chinos en África han tenido un impacto medioambiental muy grave por una serie de razones. Las compañías de este país operan en sectores como la minería o las infraestructuras hidrológicas, de alto riesgo desde este punto de vista. Se han sumado tarde al juego y por eso han tenido que embarcarse en proyectos en regiones remotas o especialmente peligrosas. Estas empresas, además, consideran que la tutela del medioambiente incumbe exclusivamente a los gobiernos locales”, explica. “Todo esto está cambiando. El Ejecutivo chino ha preparado una serie de líneas directrices para sus inversores, así como alguna empresa”, asegura.
Brosshard está convencido de que existen alternativas. “Las inversiones millonarias seguramente crearán empleo y beneficiarán también a la población local, pero existen muchas otras maneras de ayudar a los pobres sin violar los derechos humanos, por ejemplo a través de la promoción de las energías renovables”.
¿Hacia un nuevo colonialismo?
Masataka Fujita, responsable del área de inversiones de la Conferencia de Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), tiene una visión más optimista del asunto. Confía en que el interés de los BRICS en el continente va más allá de las materias primas y es positivo para los países receptores. “La diversificación crea nuevos empleos, al mismo tiempo que facilita el acceso a nuevos mercados”, destaca desde Ginebra.
El experto de ONU estima que la pasión entre China y África está lejos de apagarse, aunque prevé un cambio de tendencia a largo plazo. “No se trata de colonialismo”, subraya. “Otros países empezarán a tomar parte en la competición, lo que es sano para el equilibrio de la zona”.
El consejero delegado de la consultora sobre inversiones en mercados emergentes Frontier Advisory, Martyn Davies, le hace eco. “Es absolutamente equivocado hablar de una nueva forma de colonialismo. No hay presencia militar china y su inversión está respaldada por unos estados africanos totalmente soberanos”, afirma desde Suráfrica. “Hay muchos malentendidos y prejuicios en este asunto”, insiste. “Se trata de competitividad. Si hay algún fallo en el sistema, es culpa de los mercados, no del Gobierno chino”.