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La crisis de identidad política y económica se hace más profunda en el eje franco-alemán

La UE no tendrá fácil su maniobra de aproximación y ensamblaje a otra Casa Blanca ocupada por Donald Trump. El retorno del mandatario republicano ha cogido a la UE con el pie cambiado. En gran medida, por la alarmante, coincidente y arriesgada crisis de identidad política y económica en la que se ha adentrado el eje franco-alemán, el engranaje que hace mover la sala de máquinas de la Unión.

No porque Berlín y París no visualizaran la llegada de una versión Trump más compleja -con cargos en el Ejecutivo federal de mayor bagaje profesional, empresarial, político o financiero-, más radical, con juramento de fidelidad al MAGA -el Make America Great Again que ha digerido (y perfeccionado) el America, first de su primer mandato- y más ideologizada, por obra de la Heritage Foundation y su Project 2025 cargado de rebajas fiscales, recetas de proteccionismo comercial y desregulaciones sectoriales. Sino porque la preferencia de Emmanuel Macron y de Olaf Scholz se dirigía a una Administración demócrata continuista, con Kamala Harris a la cabeza.

El 5N, la jornada electoral en EEUU, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, estuvo reunida con los embajadores comunitarios ante la UE. Cruzando los dedos, a la espera de que la fumata de las urnas fuera blanca y se mantuviera el fluido status quo transatlántico forjado durante el mandato de Joe Biden con la elección de su número dos, Harris. Pero la cabeza de cartel demócrata perdió los comicios “más relevantes en medio siglo”, como los definió el consenso de observadores internacionales.

El shock, sin embargo, duró poco. Enseguida tomó cuerpo la idea de que “la UE debe reponerse con celeridad y resetear unos vínculos con Trump que tendrán que explorar otros derroteros”, apuntaron varias de esas voces diplomáticas. A partir de la “historia de éxito -win to win en términos de prosperidad y seguridad de los lazos transatlánticos”, lo que exigirá, en cualquier caso, “unidad y disciplina por parte de los socios de la Unión”.

Pero la realpolitik europea está lejos de ser pasajera. Casi sin razón de continuidad, en apenas un mes, el canciller socialdemócrata alemán hacía colapsar su coalición semáforo con la dimisión de su titular de Finanzas, el liberal Christian Lindner, pactaba con la conservadora CDU un voto de confianza condenado a perder que se consumó esta semana, y adelantaba once meses las elecciones, al 23F.

Mientras, el presidente galo comprobaba cómo la moción de censura del Frente Popular que venció en las legislativas de julio y a la que se sumó la ultraderecha, doblaba el codo del otrora supercomisario, el conservador Michel Barnier, dejaba en el disparadero el presupuesto de 2025 y designaba contra toda lógica parlamentaria al centrista François Bayrou como primer ministro. Con la optimista idea de superar el doble cerrojo de la Agrupación Nacional de Marine Le Pen y de la alianza de izquierdas que se llevó por delante al negociador europeo del Brexit.

El colapso político obstruye a la locomotora alemana

La crisis de identidad franco-alemana surge en un momento de máxima emergencia para Europa que tiene la necesidad imperiosa de despertar para amoldarse o contrarrestar los efectos de la agresiva Administración Trump. Los altercados que asolan a Berlín y París no son únicamente de índole política. Las dos grandes potencias del euro son los actuales enfermos económicos del mercado interior.

En este contexto, la musculatura de la UE ha dejado de asustar. Con el eje fuera de engranaje, la guerra en Ucrania sin ventajas militares de ningún contendiente, Trump desempolvando las amenazas a los socios europeos de la OTAN de sufragar los gastos de Defensa con, al menos, el 2% del PIB, Scholz invocando el Zeitenwende, el histórico punto de retorno hacia la militarización del país, Macron en plena cura de humildad de su intento de ser el líder geoestratégico europeo por las tensiones domésticas y Europa, en general, distraída por las nuevas preferencias de sus votantes por el control migratorio, la erosión de su poder de compra o la carestía de sus sistemas sanitarios, surgidas en gran parte de bulos de extracción neoliberal o ultraconservadora.

Son algunas señales de que la UE no parece preparada para confrontar afrentas de su socio del otro lado del Atlántico sobre el superávit comercial europeo o la masiva invasión de automóviles made in Germany que ha dejado el rastro electoral de Trump o su obsesiva reivindicación de un alto el fuego bajo amenaza de dejar de financiar al Ejército de Kiev. Dos asuntos sensibles para Berlín, cuyo gobierno colapsó al unísono de la proclamación triunfal del trumpismo.

El futuro canciller alemán deberá garantizar recursos públicos e inversiones masivas para modernizar su red de infraestructuras, sobre todo energéticas, elevar su capacidad de Defensa y acelerar sus procesos de innovación tecnológica y de neutralidad climática en los que ha confiado su repunte de productividad. Aunque para que todo ello se traduzca en mayores ratios de competitividad será preciso que la economía se dinamice, lo que exige, previamente, la reanimación de su débil actividad industrial. El mayor PIB del euro se ha sumergido en la recesión por segundo ejercicio consecutivo. En gran medida, por el apagón de su sector exterior ante la atonía del comercio, la todavía insuperada dependencia energética de Rusia, herencia de un cuarto de siglo de errores diplomáticos y geoestratégicos de primer orden -admitidos incluso por Angela Merkel- y, sobre todo por un bucle industrial inaudito en la locomotora alemana desde la postguerra mundial.

“Ningún sector industrial es optimista para 2025”, por lo que el futuro gobierno “deberá trabajar duro” para restaurar la confianza perdida, con una tercera parte de las compañías germanas con perspectivas de empeoramiento del panorama económico, el 56% sin visos de que cambien las tornas y solo el 13% esperando elevar sus ingresos y beneficios, resume Klaus Wohlrabe, analista del Instituto Ifo. “Y 2024 ha sido otro año dramático”, recuerda.

Por si fuera poco, Scholz y Friedrich Merz, candidato de la CDU/CSU que domina las encuestas con un 31% de apoyos, por delante del 19,8% de la ultraderecha de Alternativa por Alemania (AfD) y del 17% del SPD de Scholz -con los Verdes (11,2%) y la izquierda refundada del BSW con el 7,5% de intención de voto cerrando el hemiciclo del Bundestag- difieren en materia tributaria, en el despliegue de inversiones o en la gestión de la deuda.

Merz y Markus Soeder, su ticket socialcristiano bávaro Markus Soeder, desean ahorrar 100.000 millones de euros de gastos sociales y de inmigración, reducir el IRPF, seguir apoyando a Ucrania o cumplir con el mandato constitucional de frenar el endeudamiento, aunque sin pistas sobre la fórmula de financiación presupuestaria. El debate ideológico, pues, está lanzado. También en la primera potencia europea.

“Alemania debe sentar las bases de su futuro aumentando su productividad y combatiendo con urgencia las causas de sus excesivos costes energéticos”, alerta Martin Ademmer, de Bloomberg Economics.

El laberinto parlamentario francés atenaza sus cuentas públicas

El caos político francés también ha atrapado a la economía, que apenas remontó 2 décimas en el primer semestre de 2024, con parálisis de la demanda interna y externa y del sector privado y la ecuación presupuestarias de Barnier sin despejar: el ajuste de 60.000 millones de euros con recortes de gasto (las dos terceras partes, según el ex primer ministro) y subidas fiscales con los que corregir un déficit que terminará el año en el 6,1%, más del doble del límite de la estabilidad que exige la UE, a pesar de la cancelación de programas sociales. “Francia vive por encima de sus posibilidades”, admite su gobernador, François Villeroy de Galhau.

Moody’s asume esta advertencia. La agencia de rating ha rebajado un escalón su nota, a Aa2 -y tres por debajo de su máxima calificación por el “deterioro de sus finanzas públicas” y el repetido fracaso de sus políticos por acordar reformas estructurales. El resto del triunvirato que gobierna en los mercados crediticios -S&P y Fitch- sopesan seguir sus pasos. Este panorama, asegura Jens Peter Sorense, de Danske Bank, “podría cambiar la normal tranquilidad de los inversores sobre los bonos franceses”. El informe de Moody’s resalta “el riesgo de repunte de costes financieros”, lo que “debilitaría el servicio de deuda” galo y “podría generar un círculo vicioso de incremento del déficit y de los niveles de endeudamiento que elevarían las necesidades crediticias anuales”.

En un ejercicio, 2025, en el que “el crecimiento será modesto” avisa Dorian Roucher, economista del Insee -el Ine francés-, con gastos públicos al ralentí, las empresas en medio de una niebla inversora, las ventas al exterior interrumpidas y los consumidores ajustando sus bolsillos. Bayrou tendrá que lidiar con tres grandes bloques de oposición en el Parlamento para impedir el estado deje de pagar sus servicios el 1 de enero.

En este escenario, no resulta sorprendente que Christine Lagarde lamente que las dos potencias del euro “se hayan autoinfligido” dosis de incertidumbre política y que sus disputas reformistas y fiscales dan alas a Trump en su propósito de crear disrupciones comerciales y de seguridad con Europa. O que desde el BCE se alerte de que el proceso de abaratamiento del dinero no puede atender solo la debilidad económica franco-alemana. Mientras Europa se afana en coordinar sus industrias para abordar el proteccionismo que aplican sus rivales globales -EEUU y China, aunque también mercados emergentes como India- y atender sus requisitos de seguridad económica, recomienda el FMI, y en ultimar su hoja de ruta para ganar competitividad, según los criterios de Mario Draghi.

Los líderes europeos “necesitan aceptar cuanto antes la realidad de otra Administración Trump para proteger los intereses del club”, precisa Ian Bond, subdirector del Center for European Reform (CER), porque “la que está a punto de empezar no emitirá solo señales de alarma”. Para lo cual, la UE “no debería estar fragmentada” -resalta The Economist- “ni perderse en debates estériles como el freno constitucional a la deuda en Alemania […] porque Europa no puede permitirse el lujo de esperar meses sin atender reformas urgentes ni los virajes geoestratégicos que propondrá Trump”.