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Informe especial
¿Cómo calificaría la situación económica de España? La gran mayoría de los ciudadanos responde con pesimismo a esta pregunta en las encuestas del CIS: el 67% de los españoles considera que la situación es “mala” o “muy mala”. Sin embargo, la cosa cambia cuando los encuestados contestan sobre lo que conocen de primera mano: su propia realidad. Según el CIS, el 61% de los españoles creen que su situación económica personal es “buena” o “muy buena”. Un contraste sin duda peculiar.
La paradoja es evidente: a la mayoría de los españoles les va bien en su bolsillo, pero creen que al país le va fatal. La evolución en el último año y medio también demuestra hasta qué punto los ERTE y el escudo social evitaron grandes estragos económicos en la población. Pero a pesar de la forma en la que se afrontó esta crisis, en comparación con las demás, se ha impuesto una visión catastrofista sobre la economía, algo que no cuadra con la realidad.
Porque los datos son muy claros, y no solo por la percepción de los españoles sobre su propio bolsillo en el CIS. Es lo que demuestran dos de los indicadores más tangibles, más relevantes, y que desde hace varios meses permiten ser optimistas sobre la recuperación económica del país.
Uno es el empleo, que ya está por encima de los niveles previos a la crisis del COVID. El número de personas contratadas bate récords y no ha parado de crecer.
En noviembre, el empleo alcanzó el nivel de afiliación más alto de la historia de España. Hoy trabajan casi 300.000 personas más de las que había empleadas antes de la pandemia, en febrero de 2020. En diciembre, según fuentes del Gobierno, esta cifra será aún mejor. El año 2021 se cerrará con menos de 50.000 personas en ERTE y por encima de los 19,8 millones de personas afiliadas a la Seguridad Social –el anterior récord, en el verano de 2008 previo a la gran crisis, era de 19,5 millones–.
Entre mayo y noviembre, se han creado 752.000 puestos de trabajo. Y es un empleo menos precario. Respecto a la España de antes de la pandemia, hay casi medio millón más de trabajadores con contrato indefinido y 110.000 temporales menos.
El otro dato relevante es la recaudación fiscal, que también está en máximos históricos. Nunca antes el Estado había ingresado tanto. Es más que nunca y también más de lo que había calculado el Gobierno.
En lo que llevamos de año –datos de enero a octubre– la recaudación fiscal ha crecido un 16,3% frente al periodo equivalente de 2020. Es un aumento que no se explica porque hayan subido los impuestos –al contrario, alguno, como el de la electricidad, en estos meses ha bajado–. Tiene que ver con la recuperación. Según los cálculos del economista y estadístico Francisco Melis, terminaremos el año con una recaudación 5.800 millones de euros mayor de lo previsto en los Presupuestos.
El empleo crece más de lo esperado. La recaudación crece más de lo esperado. Pero el Producto Interior Bruto (PIB) no se ha recuperado: sigue muy por debajo de los niveles previos al COVID.
Este indicador, el más importante en macroeconomía y que resume la fortaleza del país, lo calcula el Instituto Nacional de Estadística (INE), un organismo público independiente.
Este año, en vista de los datos que está proporcionando el INE, el crecimiento del PIB rondará el 5%: un tercio de la recaudación fiscal y muy por debajo de la recuperación del empleo.
Un 5% es un crecimiento muy fuerte. Pero la economía española cayó más del doble el año anterior: un 10,8%.
Al ritmo que va esa estimación, la economía española no volverá al PIB que tenía antes de la pandemia hasta el primer trimestre del año 2023, según la OCDE: un año más tarde que los principales países europeos.
En septiembre, el INE revisó a la baja el crecimiento del segundo trimestre: en julio dijo que había sido del 2,8% y dos meses más tarde lo rebajó a menos de la mitad, el 1,1%.
Ese jarro de agua fría provocó después que muchos otros organismos redujeran sus previsiones para la economía española. Pero la realidad de los datos que han llegado después están dejando en entredicho esa polémica revisión.
¿A qué se debe esta enorme diferencia entre el dato del PIB, por un lado, y el empleo y la recaudación fiscal por el otro? El asunto se ha convertido en el gran tema de debate entre los economistas y hay distintas hipótesis para explicar esta enorme divergencia entre la economía real –nada más real que la recaudación fiscal y el empleo– y la estadística oficial.
Hay quien argumenta que una de las razones de esta discrepancia puede estar en que la pandemia ha servido para aflorar economía sumergida: ahora se usa menos dinero en efectivo, y esto provoca más recaudación; además, el despliegue de las ayudas públicas ha llevado a mucha gente a salir de la economía informal. O que ese aumento en los ingresos de Hacienda tenga que ver con el crecimiento en la compraventa de vivienda usada, una actividad que genera mucha recaudación fiscal y poco PIB.
Otra hipótesis es que el problema del PIB está en la caída del turismo exterior, que solo se ha recuperado al 45% y del que España depende más que otros países. O que la crisis de las materias primas está lastrando a la industria, especialmente al automóvil. O que las empresas fueron especialmente optimistas, y por eso contrataron y sacaron a empleados de los ERTE, aunque la actividad económica no se recuperó tanto como esperaban. O que los nuevos empleos que se han creado han ido, fundamentalmente, a sectores con poca productividad: restauración, hostelería, comercio minorista…
Pero todas estas teorías para explicar por qué el PIB no sube tanto como lo hace el empleo y la recaudación no acaban de cuadrar. Todos estos factores, sumados, podrían explicar una parte de esta divergencia entre el PIB, el empleo y la recaudación. Pero no una desviación tan grande.
Durante años, el PIB y el empleo en España se han movido casi al mismo ritmo, con pequeñas variaciones. Si un indicador subía, el otro lo hacía casi a la par.
Cuando llegó la pandemia, también pasó: el PIB se hundió prácticamente lo mismo que el empleo. Pero no está ocurriendo lo mismo con la recuperación: el PIB se ha quedado muy atrás.
Ese repunte más leve del PIB, a pesar del crecimiento explosivo del empleo y de la recaudación, ha generado dos anomalías más en la economía española.
La primera, que –supuestamente– haya aumentado un 5% la presión fiscal, y España sea el país de la OCDE donde más sube este indicador. Como la recaudación se ha disparado, pero el PIB no tanto, resulta que la estadística oficial asegura que la presión fiscal aumenta… a pesar de que no hayan subido los impuestos.
La segunda rareza en los datos oficiales españoles es aún más extraña: que caiga la productividad. Básicamente, porque hay más gente trabajando que antes de la crisis pero –según el INE– se produce mucho menos con más manos.
En algunos sectores, esa supuesta caída de la productividad es pavorosa. Según el INE, se ha hundido un 17,5% en la agricultura, un 22,7% en la construcción y un 30,3% en los servicios inmobiliarios. “Algo se está midiendo mal, es muy difícil comprender una caída de esta magnitud”, asegura el economista Manuel Hidalgo, profesor de la Universidad Pablo Olavide. “En algún momento el INE va a tener que revisar sus datos”.
Porque, de ser cierta la estadística oficial sobre el PIB y la productividad, la economía española sería una absoluta rara avis en toda Europa, fuera de cualquier otro parámetro. No hay ningún otro país europeo que, tras la pandemia, se haya comportado así.
“La tasa de crecimiento del PIB que da el INE no es creíble”, recalca el economista y exministro Miguel Sebastián. “La productividad siempre aumenta en las recuperaciones económicas”, explica Sebastián. “Además es lógico que sea así porque el empleo siempre va con retraso: cuando llega una recesión, las empresas retrasan la decisión de despedir hasta que no les queda más remedio y en ese tiempo la productividad retrocede; cuando llega una recuperación es justo al revés”.
Los datos históricos de la economía española confirman que esto siempre ha sido así, en todas las crisis anteriores: la productividad cae cuando llega una recesión y sube cuando viene la recuperación. También porque las empresas más débiles no sobreviven a la crisis, y solo pasan a la siguiente etapa las más productivas.
“El consenso entre los economistas es que, más tarde o más temprano, el INE va a tener que revisar al alza sus actuales estimaciones sobre el PIB, aunque no sabemos de qué magnitud será esa revisión”, afirma Manuel Hidalgo. Su análisis coincide con absolutamente todas las fuentes consultadas para elaborar este informe: en el Gobierno, en el Banco de España y en el mundo académico.
No es una desviación pequeña la que está en juego. “Si el PIB se hubiera comportado como el empleo, hoy sería, aproximadamente, 50.000 millones de euros mayor: cuatro puntos más”, calcula Hidalgo.
“El PIB es una estimación, el dato de empleo es un registro”, recalca José Ignacio Conde-Ruiz, subdirector de Fedea y catedrático de Economía de la Universidad Complutense, al que tampoco le cuadra la estadística oficial. “Ojalá el INE tuviera razón, porque si hemos recuperado todo este empleo con el PIB varios puntos por debajo, ¿cuánto empleo vamos a crear cuando la economía alcance el nivel de antes de la crisis?”.
El crecimiento PIB no es siquiera el único dato del INE que está en cuestión. Ocurre algo parecido con otro indicador muy relevante: el de la inflación y el IPC. El INE está exagerando el encarecimiento del precio de la electricidad porque solo mide a ese 40% de los consumidores que están en el mercado regulado –el que más ha subido– y no al 60% , que están en el mercado libre y para los que el precio de la factura, con la rebaja de impuestos, descendió.
Desde el INE, defienden su metodología. “Está plenamente consolidada en más de 20 años, y aplicada con rigor técnico e independencia por miembros de los Cuerpos Estadísticos del Estado, siguiendo los manuales del Sistema Estadístico Europeo”, explicó la directora del departamento de Cuentas Nacionales del INE, María Antonia Martínez Luengo, en un artículo en El País.
“Al parecer, algunos países, como Italia, han decidido saltarse el manual estadístico europeo para medir algunos sectores, como la construcción, pero España no lo está haciendo”, aclara Raymond Torres, director de Coyuntura y Economía Internacional de Funcas. Este manual establece una serie de pasos para contabilizar las obras en marcha. Y el parón de 2020, y los retrasos con algunas licencias, es lo que aún provoca esa anómala caída de este año en la productividad de ese sector, donde el empleo no para de subir. “Lo que vemos en la calle con la construcción no se ve en el INE”, resume Torres.
El problema de fondo, coinciden todas las fuentes, es que los métodos de cálculo convencionales no estaban diseñados para medir un torbellino económico como el que estamos viviendo. “El INE está acostumbrado a calcular pequeñas variaciones en el PIB y no caídas y subidas tan pronunciadas y repentinas como las que hemos tenido con la pandemia”, explican desde el Gobierno.
En el Consejo de Ministros simplemente no se creen el dato del PIB que da el INE, que algunos achacan a fallos en su metodología que no han querido corregir: “El INE funciona por encuestas y se resisten a utilizar registros administrativos completos que tenemos a diario, como son los de los ERTE”.
Dentro del Gobierno, absolutamente todos los responsables del área económica dudan de estos datos del PIB, pero tampoco quieren ponerlos públicamente en cuestión para no dañar la imagen institucional del país. “No es serio criticar tu propia estadística oficial”, argumenta otra fuente del Gobierno, donde también son mayoría los convencidos de que, más tarde o más temprano, el INE tendrá que revisar al alza sus anteriores estimaciones o aflorar en el futuro ese crecimiento que aún está por contabilizar. “Los datos que tenemos de altas en la Seguridad Social, de recaudación fiscal o de uso de tarjetas de crédito son espectaculares y no cuadran en absoluto con lo que dice el INE”.
No es tampoco la primera ocasión en la que el INE se desvía de las tendencias que marcan el empleo y la recaudación. Hay un precedente, aunque en sentido opuesto: lo que ocurrió en 2008. En aquel año fue justo al contrario: el paro aumentó en un millón de personas y los ingresos fiscales se desplomaron un 13,6%, pero el PIB siguió creciendo: un 0,9%. Lo que ocurrió después es conocido: la economía se hundió.
¿Puede ser el crecimiento en la recaudación fiscal y el empleo un indicador adelantado de lo que va a venir el año próximo? Es más que probable, aunque aún quedan nubarrones por superar –como la sexta ola, y el impacto de la variante omicrón–. También está por ver qué pasará cuando, a partir de marzo, el BCE empiece a reducir su programa de compra de deuda pública.
Otro problema es la inflación, que preocupa pero no alarma a la mayoría de los economistas. “A no ser que haya una espiral de precios y salarios, la inflación empezará a bajar a partir de primavera”, asegura Miguel Sebastián. “Puede ser preocupante si afecta al poder adquisitivo de las rentas”, creen en el Gobierno.
Pero para 2022 también llegarán dos empujones extra. Uno es el ahorro acumulado durante la pandemia, que aumentará el consumo. El otro son los fondos europeos, que este año aún no han tenido apenas impacto –el Banco de España calculó inicialmente un punto del PIB por los fondos, que después rebajó a un 0,2%– . El dinero se ha ejecutado y se ha transferido a las autonomías, pero apenas ha llegado a las empresas.
Para 2022, el Banco de España calcula que 32.000 millones de euros de estos fondos aterrizarán en la economía real –de los 55.600 millones que llegarán el año que viene–. Y de aquí a 2026, España recibirá tanto dinero de Europa como en los 35 años anteriores, desde la entrada en la UE: 140.000 millones de euros entre ayudas directas y créditos. Sin contar con el efecto multiplicador de este dinero, solo esa cifra equivale a un 12% del PIB.
La previsión del Gobierno es que, a este ritmo, España superará los 20 millones de trabajadores afiliados a la Seguridad Social por primera vez en su historia antes del próximo verano.
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