Los mercados emitieron esta semana los primeros vestigios de que las represalias occidentales a Rusia –las medidas que Washington y Bruselas han calificado como las Madres de Todas las Sanciones– están efectivamente minando la salud de las finanzas del Kremlin. Hasta el punto de que el fantasma del primer default de deuda rusa desde la Revolución Bolchevique de 1917 ha merodeado por el ambiente inversor. El triunvirato de grandes agencias de rating –Standard and Poor’s (SP), Moody’s y Fitch Rating– han coincidido en avisar de una quiebra ineludible, de una economía en espiral de recesión y con un rublo bajo un acuciante hundimiento cambiario.
Estas sirenas de alarma cobraron intensidad por la súbita pérdida de valor de los acreedores de Rusia desde la invasión militar de Ucrania y por las dudas sobre un vencimiento el pasado miércoles del pago de 117 millones de dólares a bonistas. Moscú parece haber encauzado bien este desembolso de los intereses de los eurobonos con vencimiento en 2023 y 2043 a juzgar por la relativa calma bursátil posterior y el silencio del banco estadounidense Citi, uno de los supuestos receptores del desembolso.
Sin embargo, podría ser solo un espejismo, relacionado con el acceso todavía permitido a algún gran banco ruso al sistema de transferencias SWIFT. La fuerza centrípeta de las sanciones occidentales señala a unos pagos de más de 150.000 millones de deuda –soberana, emitida por el Tesoro ruso, y corporativa, de sus principales emporios– que están denominadas en divisas extranjeras, cuyo uso tiene prohibido Rusia en las plazas exteriores. El reloj de los impagos ha empezado a funcionar entre los inversores de bonos, aunque, de momento, haya salvado su cuenta atrás inicial.
“Aunque las declaraciones públicas del Ministerio de Finanzas de Rusia nos sugieren que el Gobierno todavía intenta transferir el pago a los tenedores de bonos, creemos que los pagos del servicio de la deuda de los eurobonos de Rusia que vencen en las próximas semanas pueden enfrentan dificultades técnicas similares”, señaló la agencia de calificación crediticia SP Global Ratings. SP ha rebajado la nota de solvencia a largo plazo en moneda local y extranjera de la de deuda soberana de Rusia, que pasa a situarse en 'CC' desde 'CCC–', al considerarla “muy vulnerable al impago”.
Este tipo de episodios de quiebra han tenido varios acontecimientos recientes con Rusia como protagonista. En 1998, tras los años de la compleja sucesión de cinco primeros ministros, en época de Boris Yeltsin, Rusia tuvo que lidiar con una crisis económica que culminó con la suspensión de pagos de la deuda; en ese caso, la nominada en rublos. Entonces Jeffrey Sachs, profesor de Harvard, apuntaba que lo mejor que podía pasarle a Rusia era “renacionalizar de nuevo sus empresas, industrias y bancos para volverlos a privatizar bajo unas mínimas garantías de licitación y transparencia” en alusión al “escandaloso asalto” de los oligarcas –en aquella época del Clan de Moscú, próximo a Yeltsin– al circuito de poder económico.
“El default será colosal” anticipa Jonathan Prin, gestor de fondos en Greylock Capital a la agencia Bloomberg. En términos de valor “será el de mayor impacto en mercados emergentes desde la quiebra argentina y, en repercusión en los mercados, todavía de más alta intensidad que el que sufrió Rusia” seis años después de la desintegración de la URSS, añade. La razón es que entre los tenedores de deuda se incluye la todopoderosa gestora BlackRock y porque también están carteras globales, en renta fija, de numerosos planes de pensiones y fondos soberanos. Este contexto es el que explica en gran medida la rebaja de calificación de SP a Rusia por alta vulnerabilidad al impago. Mientras que Moody’s recorta la calificación a Ca, su segunda más baja, por los “controles al capital desde el banco central para restringir los pagos de la deuda externa”, lo que conducirá “al default”.
Por si fuera poco, Rusia ya se muestra como un paria comercial, con un éxodo masivo de empresas extranjeras al que Moscú ha reaccionado instaurando controles de capital y restringiendo flujos monetarios para proteger su economía y su divisa. Una medida que parece que será en vano: los analistas avisan de una recesión de doble dígito y una inflación que se acerca al 20% y con casi la mitad de sus reservas de divisas foráneas –unos 300.000 millones de dólares– congeladas por efecto de las sanciones.
Recesión del 5,1% del PIB ruso en 2022
Fitch Ratings anticipa que el default es “inevitable”, mientras el mercado de bonos concede un 70% de opciones de que ocurra este año. El rublo sigue en caída libre, hasta un 35% por debajo de su valor respecto al dólar de comienzos de año. Fitch atisba una contracción del PIB ruso en 2022 de al menos el 5,1% y del 1,3% en 2023 por las represalias occidentales, las auto–sanciones del sector privado, la fuga masiva de empresas y la aversión al riesgo en el mercado doméstico e internacional. “Desde el 24 de febrero Rusia ha sido la nación más castigada en el mundo por una acción concertada de EEUU, la UE y otra veintena de países”, explican en la agencia de rating.
En opinión de Fitch, el mayor de los castigos ha sido el propiciado por la interrupción de acceso del sistema financiero, tanto a sus principales entidades privadas como a su banco central, para operar con activos en dólares, euros, libras o yenes. El abandono del país de más de 300 compañías hará saltar la tasa de paro, en un país que se encontraba con pleno empleo (4,3%) antes de la incursión armada. Al igual que el IPC, ante las expectativas de un frenazo drástico del consumo, que saltará hasta el 28% a finales de 2022 y a otro 28% en 2023.
También se contraerán de manera excepcional las importaciones en mucho mayor medida que las ventas al exterior. Aunque es una economía que se ha habituado a la autarquía desde que, en 2014, EEUU y Europa impusieran las primeras sanciones por la invasión de Crimea. Desde entonces Rusia se ha acostumbrado a ser un mercado más aislado y anémico, pero capaz de sacar partido a sus fortalezas mediante las exportaciones de gas y petróleo.
La coraza del autoabastecimiento ha reportado a la economía rusa cierta estabilidad frente a crisis como la Gran Pandemia. aunque a costa de una alarmante pérdida de competitividad. En un contexto de subidas graduales de tipos de interés en el mundo, Fitch augura una caída del 35% de las compras exteriores de Rusia que contrastan con un retroceso del 2,5% de sus exportaciones en 2022.
Las ventas netas al exterior –en especial, de gas y petróleo– será la rúbrica que sostendrá algo el PIB, al aportar 7,8 puntos de crecimiento, a no ser que Europa se sume al veto energético que ya imponen estadounidenses y británicos. La obstrucción al crudo ruso podría prolongar la volatilidad y congestionar de nuevo los cuellos de botella logísticos y del comercio marítimo, explica Gail Tverberg, director de Energía Económica en el Space Solar Power Institute, para quien será difícil que la economía mundial se sostenga con precios por encima de los 125 dólares por barril.
Una economía autárquica desde 2014
La autarquía económica rusa ha sorteado el sobreendeudamiento de las empresas extranjeras que tuvieron que apalancarse tras la crisis de la deuda europea. El nivel de deuda corporativa en Rusia cayó por debajo del 50% del PIB al término de 2020 y la soberana era inferior al 20%. De igual manera, tardaron menos en reactivar las cadenas de valor tras la epidemia. Sin embargo, la capacidad de resistencia rusa está lejos de ser sólida, tal y como lo describe, de forma elocuente, Natalia Orlova, economista jefe de Alfa Bank: “Si tú viajas en un caballo, no debes preocuparte por las subidas del carburante”. Rusia se ha hecho “más resistente y elástica” porque se ha acostumbrado desde 2014 a las sanciones occidentales, según Orlova. Al mismo tiempo “es más pobre de lo que debería”, como lo revela el hecho de que su crecimiento anual desde 2014 es de un deprimente 0,6%, la quinta parte del promedio mundial, añade la analista.
Esencialmente, Rusia no ha dejado de ser un mercado en el que perviven y todavía dominan los emporios estatales. Un fenómeno que a la entrada del año 2000, el entonces director gerente del FMI Michael Camdessus tildó de capitalismo de amiguetes –crony capitalism– y que posibilitó la instauración de una auténtica cleptocracia. Treinta años después se baila al son del clan de San Petersburgo, la ciudad de Putin y de su órbita de oligarcas de cabecera, forjada con el oro negro ruso, la industria armamentística, industrial –aluminio y materias primas metálicas– y, por supuesto, financiera. Los bancos han sido agentes activos en los procesos de blanqueo de capitales en los que Rusia ha sido una sospechosa habitual desde que la OCDE la incluyera, en 1998, en su lista negra de países facilitadores del lavado de dinero negro. En 2019, la Autoridad Bancaria Europea investigó la involucración del banco danés Danske Bank en sus delegaciones en Estonia por fuga de capitales y blanqueo de origen ruso.
Precisamente el rastreo de la riqueza de oligarcas rusos –con custodias policiales de yates y de mansiones en EEUU, Reino Unido y Europa–, es otra de las sanciones de mayor visibilidad. Hasta medio centenar están siendo investigados. El día de la invasión, las diez mayores fortunas rusas perdieron 39.000 millones de dólares en activos, según datos del Bloomberg Billionaires Index. Alexey Mordashov, que preside la acerera Severstal, se dejó 4.200 millones, mientras Vladimir Potanin, su homólogo de la firma de níquel Norilsk y mayor riqueza rusa redujo su patrimonio bursátil esa misma jornada en otros 3.000 millones. Una riqueza financiera que contrasta con los 11.161 dólares de renta per cápita del país en 2021 y que deja traslucir la enorme brecha de desigualdad social.