Cuando Emmanuel Macron ganó las elecciones presidenciales francesas en mayo pasado, los europeístas exhalaron un suspiro de alivio. Francia había elegido al único candidato que hizo campaña sin complejos a favor de más Europa. En el área económica Macron proponía varias reformas políticas de calado: dotar a la unión monetaria de un ministro de Hacienda, un presupuesto y un parlamento propios. También transformar el Mecanismo Europeo de Estabilidad en un Fondo Monetario Europeo.
La postura de Macron dio alas a los intentos de reformar la zona del euro para corregir los defectos revelados por la crisis de la presente década. Hace dos semanas, el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, profundizó en las propuestas de Macron.
Pero las elecciones alemanas del último domingo han debido de caer como un jarro de agua fría sobre las ambiciones de Macron. Es bastante probable que el partido liberal alemán FDP, cuyas posturas sobre el euro se oponen diametralmente a las de Macron, forme parte junto a los Verdes del próximo gobierno liderado por los cristianodemócratas de Angela Merkel. Por muy dispuesta a entenderse con Macron que estuviese Merkel antes de las elecciones, las líneas rojas del FDP harán muy difícil que la reforma del euro sea algo más que simbólica.
Las reglas fiscales del euro dan lugar a que todos los países miembros lleven a cabo políticas de austeridad simultáneamente en una crisis común. Además, puede ser imposible realizar políticas de estímulo contracíclicas cumpliendo con la regla de mantener el déficit público por debajo del 3% del PIB, por no hablar de la regla de mantener la deuda por debajo del 60% del PIB y reducir deuda cuando se exceda este nivel.
Por ello la Comisión intentó el año pasado –sin mucho éxito– que los estados adoptasen una posición fiscal común ligeramente expansiva. Además, como resultado de la crisis y las políticas de austeridad, se ha reducido mucho la inversión tanto pública como privada.
Un presupuesto de la zona euro permitiría estimular la economía de la zona aunque cada gobierno nacional esté reduciendo el déficit, y realizar inversiones contracíclicas adicionales. Juncker propuso integrar el presupuesto de la zona del euro como una partida dentro del presupuesto de la UE, gestionado por la Comisión. De esta manera se expandiría el presupuesto de la UE en varios puntos porcentuales del PIB.
En Alemania, aunque la CDU/CSU de Merkel estaba dispuesta a considerar políticas de “solidaridad” y los Verdes aplaudían la supuesta llamada de Macron a acabar con la austeridad, el FDP se opone a cualquier política fiscal común, prefiriendo que cada Estado miembro sea responsable de la suya propia.
Aunque para gestionar un presupuesto no es necesario un ministro, siempre refuerza la componente política del asunto tener una persona a cargo. Y llamarlo ministro refuerza la apariencia de que hay un gobierno europeo y se avanza en la dirección de la unión política.
Por esta razón, y para reforzar su papel de coordinador de las políticas fiscales de los estados miembros, Juncker propuso que nuevo ministro de Hacienda del euro presida el eurogrupo. Juncker arrimó el ascua a su sardina un tanto, al argumentar que el euro es la moneda de la Unión Europea, y que por tanto el presupuesto del euro debe ser una partida del presupuesto gestionado por la Comisión –su Comisión– y que el ministro de Hacienda y presidente del eurogrupo debe ser un comisario, del colegio de comisarios presidido por él.
Pero, como ya hemos dicho, el FDP no quiere saber nada de coordinación de las políticas fiscales de los estados miembros. Como para crear un cargo de coordinador con rango de comisario. Esto endurece la posición ya conocida de los democristianos alemanes, que era hasta ahora que un hipotético ministro de Hacienda europeo debería no gestionar su propio presupuesto, sino hacer cumplir a los estados miembros las reglas fiscales y sancionar a los incumplidores.
El fondo monetario europeo
Cuando fue necesario refinanciar las deudas de Grecia, la Unión Europea se encontró con la prohibición de que los estados miembros se rescaten unos a otros. Lo que no prohíben los tratados es la cooperación en objetivos comunes. Con esta lógica se creó el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera como organismo intergubernamental, luego transformado en el actual Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE). La UE también tuvo que recurrir a la ayuda del FMI, no sólo con dinero sino con asistencia técnica.
El MEDE está financiado por los estados miembros proporcionalmente a su PIB, y puede prestar dinero bajo condiciones leoninas de austeridad y reformas estructurales (los “hombres de negro”). Desde la entrada en funcionamiento de la Unión Bancaria hace ahora casi dos años, el MEDE también ha asumido la función –nunca usada– de recapitalización bancaria.
La idea de Macron, compartida por el ministro de Hacienda alemán Wolfgang Schäuble y por la Comisión, es transformar el MEDE en una institución de la Unión Europea, dentro de los tratados, y renombrarlo Fondo Monetario Europeo. Esto permitiría además prescindir del FMI en los rescates europeos, ya que en ocasiones –sobre todo, recientemente, en Grecia– el FMI está en desacuerdo con los técnicos de la UE, lo que da lugar a fricciones y retrasos en la toma de decisiones.
Pero el FDP alemán no quiere saber nada de un fondo monetario europeo. Su idea es reducir sus competencias gradualmente hasta abolirlo completamente. Hay tres maneras –no excluyentes– de dotar a la zona del euro de un presupuesto: que los estados miembros contribuyan de sus presupuestos respectivos a un fondo común como ya hacen para el exiguo presupuesto de la UE; que la zona del euro –o, en el diseño de Juncker, la UE– recaude impuestos; o que la zona del euro o la UE puedan emitir deuda.
Las dos últimas opciones, los impuestos o la deuda comunes, requieren una legitimidad democrática de la que carece el eurogrupo. Por esa razón Macron propone la creación de un parlamento del euro. Y Juncker propone que el Parlamento Europeo decida sobre impuestos o deudas, ya que el euro es la moneda de la UE.
Los verdes alemanes proponen la creación de un comité legislativo del euro dentro del parlamento europeo. Pero ni los democristianos ni los liberales alemanes mencionan el parlamento del euro en su programa. Esto es así porque, en el fondo, ninguno de los dos partidos están cómodos con la idea de la armonización fiscal, no digamos nada los impuestos o la deuda comunes. Después de las elecciones del domingo pasado Christian Lindner, el líder del FDP, ha enfatizado que los eurobonos son una de las líneas rojas que su partido no está dispuesto a cruzar.
Lo más probable es que Angela Merkel conceda a liberales y verdes sus demandas esenciales a cambio de que le dejen cumplir un cuarto mandato como canciller alemana. Así que, cuando la Unión Europea empiece e negociar en serio sobre las propuestas de Macron y Juncker, es más que probable que todo quede en una reforma cosmética.
Podrá haber un comité del euro en el parlamento europeo. Se creará la figura del ministro de Hacienda europeo como concesión simbólica a Francia pero con funciones de policía fiscal a la alemana, más que de gestor de un presupuesto. Y puede que los estados miembros contribuyan proporcionalmente a un fondo para financiar la inversión, al estilo del plan Juncker. Pero eso no es un presupuesto contracíclico de verdad apoyado en una capacidad europea de imposición y endeudamiento. Una ocasión perdida para resolver las taras estructurales del euro, o avanzar hacia la Europa federal.