“15 años con ellos, te dicen que te quieren como de la familia. Pero de la noche a la mañana te vas a tu casa sin nada”. Margarita recuerda al otro lado del teléfono su tiempo cuidando de la anciana a la que aún hoy llama 'la yaya': “Ella tenía todas las ganas de ayudarme más, me pagaba las vacaciones, pero cobraba la pensión de viudedad y no podía. Cuando falleció, sus hijos me dieron las gracias y ya. Ni 100 euros. Me despedí en el cementerio y me tuve que ir a buscar otra cosa”. Después estuvo un mes sin poder ni pagar el alquiler ni ayudar a su hija: “Las empleadas de hogar aguantamos tantas cosas por necesidad. Muchas trabajamos para sobrevivir”.
La historia de Margarita, que vive en Madrid y ahora tiene 54 años, es la de muchas mujeres que llegaron alrededor del año 2000 a España. Vino con un título profesional –en su caso de peluquera– en su país, Ecuador, no homologable aquí. Encontró unos primeros trabajos cuidando niños y limpiando casas, en los que quedaba a merced de la buena voluntad de sus empleadores: “Tuve suerte, y la primera señora para la que trabajé me hizo los papeles, pero no le alcanzaba para hacerme la Seguridad Social. En la segunda casa me descontaban de mi sueldo para pagármela”.
Su caso ilustra la desprotección social a la que se enfrentan las empleadas domésticas, que llevan años reclamando la ratificación del Convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo. Este instrumento, firmado en 2011, amplía derechos a estas trabajadoras, que pertenecen a un Sistema Especial para Empleados de Hogar diferente del Régimen General. Esto implica que, entre otras cosas, no cotizan por su remuneración real, lo que afecta de manera importante a su jubilación, ni tienen derecho a paro. De los 635.300 trabajadores domésticos que hay en España según la última Encuesta de Población Activa –el 88,9% mujeres– solo 409.861 están dados de alta en la Seguridad Social.
El Convenio 189 parece ahora estar más cerca que nunca tras el acuerdo para los Presupuestos Generales del Estado (PEG) de 2019 alcanzado entre Unidos Podemos y el Gobierno, que han pactado su ratificación. Sin embargo, las trabajadoras lo toman con cautela, ya que no especifica plazos y puede aplicarse “progresivamente”.
“¿Cómo vivimos sin tener derecho a paro?”, se pregunta Edith Espinola, que llegó de Paraguay en 2009 después de que lo hiciera su madre. Al poco tiempo, pudo traerse a su hijo. Desde entonces ha trabajado como empleada doméstica en diferentes casas, también ante la imposibilidad de homologar su título de Administración de Empresas. “Con desesperación”, contesta. “Estás todo el día trabajando pensando que no te puedes quedar sin empleo porque sabes que al próximo mes no cobrarás absolutamente nada”.
En la calle y sin protección
No contar con esta prestación coloca a las empleadas en una situación de vulnerabilidad: por un lado, les priva de un sostén económico fundamental; por otro, les empuja a trabajar en condiciones de mucha precariedad. “La desesperación que vivimos se traduce en que solemos aceptar trabajos muy precarios. Te acabas cogiendo el empleo que encuentras, con tal de tener algo para comer y tener un techo”, resume Espinola.
Lo mismo opina Carolina Elías, que ha trabajado varios años como empleada doméstica y es miembro del Grupo Turín, que exige la ratificación del Convenio 189: “El empleador solo tiene que alegar la pérdida de confianza y estamos despedidas. Te vas a la calle sin ningún tipo de protección ni apoyo económico, lo que nos deja en el desamparo total. Al vernos sin trabajo, en la desesperación, nos vemos abocadas a aceptar trabajos en condiciones de explotación”, explica recordando el caso de una compañera que se ha visto obligada a volver a trabajar cuidando a un hombre que abusa de ella. “Le hacía tocamientos y lo dejó, pero tiene más de 50 años y no encontraba trabajo, así que ha tenido que volver”.
Todas nombran la especial complicación que viven las empleadas domésticas internas, que cuando se quedan sin trabajo, también suelen quedarse sin casa. Lo sabe Espinola, que aunque trabaja actualmente como externa, estuvo interna en su primer empleo cuando llegó de Paraguay. “Me tocó una buena familia, pero independientemente de eso es un trabajo asfixiante en el que nunca terminas de trabajar. Al final vives la vida de tus empleadores porque apenas tienes tiempo para la tuya”, sentencia.
“Lo dejé y al siguiente mes no cobré nada. Después encontré otro trabajo, pero claro, vivir en esa situación es tremendo. Algunas lo podemos aguantar un mes si tenemos algún ahorro... pero muchas otras no”. En este sentido, señalan la dificultad de ahorrar que tienen las trabajadoras, muchas de ellas migrantes, ya que suelen enviar un porcentaje de lo que ganan a sus familias en sus países de origen.
Un despido más barato
Isabel Otxoa lleva años trabajando como asesora en la Asociación de Trabajadoras del Hogar de Euskadi (ATH-ELE) y ha visto muchas veces que lo que vivió Margarita con 'la yaya' no es una excepción: “El 30% de los casos de trabajadoras internas del hogar pierden el empleo porque se muere el empleador o le meten en una residencia. Eso significa quedarse de ayer para hoy sin trabajo, sin cobertura de desempleo y con un vacío de cotización”.
“Cuando una trabajadora del hogar ve que la persona que cuida va en deceso, no hace lo que haría alguien, por ejemplo, que ve que la fábrica de persianas en la que trabaja se va a ir a pique, que es irse y buscar un empleo mejor. En hogar, siempre he visto que la gente espera hasta el final, y el pago que tiene es quedarse sin desempleo”, relata. Los empleadores se acogen a lo que se llama desistimiento, un tipo de despido del Sistema Especial para Empleados de Hogar, más barato que en el ordinario. En la asesoría les preguntan qué liquidación puede corresponderles, pero no por las posibilidades de cobrar el paro.
Otro motivo frecuente –además del deceso– por el que trabajadoras externas e internas pierden el trabajo es por coger la baja, cuentan las empleadas consultadas para este reportaje: “A las internas les dicen que no pueden tener al familiar ni un minuto solo. A las externas, se buscan otra porque no es difícil encontrar a alguien en empleo en el hogar”.
“No sin nosotras”
Frente a esta situación de desprotección, muchas empleadas domésticas llevan años organizándose. Fue en el año 2005 cuando Margarita se unió al colectivo Territorio Doméstico: “Buscaba un espacio donde luchar y no sentirme sola. Sales del trabajo y no sabes qué hacer. Entendí que conozco mis obligaciones así que también tengo que conocer mis derechos”. Gracias a ello, dice, se ha “empoderado” y lucha por que su labor se reconozca como digna.
Hace pocos años, Margarita dejó de trabajar exclusivamente en casas y se unió a empresas de limpieza, en las que “pagan igual de mal y también nos explotan, pero al menos tengo Seguridad Social. Estoy organizada por mí y por mis compañeras, muchas no tienen tiempo de participar. Papeles para todas o ninguna sin papeles”.
“Tenemos memoria”, concluye Isabel Otxoa en un artículo en VientoSur en el que deja clara la posición de la organización sobre la ratificación del Convenio 189 de la OIT. “Teniendo en cuenta el grado de incumplimiento con este tema, hasta no verlo, en teoría en 2021, por qué te lo vas a creer. El convenio lo que dice es que podrá haber una implantación gradual de la medida”, explica a eldiario.es mientras recalca que este epígrafe del texto del acuerdo no indica cifras de dinero concretas como otros.
Ni ella ni otras trabajadoras olvidan el chasco que supuso la aprobación de la enmienda que presentó el PP en mayo, que retrasó cinco años el acuerdo que debía ponerse en funcionamiento el 1 de enero de 2019 y que haría que las empleadas del hogar cotizaran por su salario real y se completaran las lagunas de cara a su jubilación como el resto de asalariados.
“Celebramos este pacto y lo tomamos con alegría, pero nuestra preocupación es cómo se va a llegar realmente a su aplicación. No queremos seguir siendo manipuladas ni utilizadas con fines electorales, así que lo que exigimos es estar dentro de la negociación para garantizar que será una prioridad”, expone Carolina Elías. Según ella, el Gobierno, que ya había anunciado este compromiso, les prometió a principios de agosto incorporar a las empleadas domésticas a la mesa de diálogo, algo que, asegura, siguen esperando. Las empleadas domésticas, remacha, “trabajamos sin tener derechos y ya es hora de que esto cambie, pero no sin nosotras”.