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ANÁLISIS

La escalada israelí reaviva el triple riesgo económico: espiral energética, frenazo productivo y estanflación

Una unidad de artillería israelí realiza bombardeos contra la población en la Franja de Gaza.

Ignacio J. Domingo

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Los designios geopolíticos del conflicto armado desatado por Israel parecen inescrutables. Ni siquiera su gran aliado, EEUU, muestra capacidad de intercesión para frenar la escalada bélica que maneja con mano de hierro Benjamin Netanyahu al amparo de su gabinete ultraortodoxo y de extrema derecha que ha reverdecido el Gran Israel, la idea de dominio de un vasto territorio que se extendería desde el Nilo hasta el Éufrates. O, en otro de los escenarios catastróficos, “la limpieza étnica de Gaza y la anexión real de Cisjordania” como admite a El País el historiador israelo-británico Avi Shlaim.

Por mucho que la Administración Biden tema un deterioro de la economía estadounidense antes de las elecciones de noviembre -con señales que se agudizan con los efectos de los huracanes Helena y Milton y la huelga de estibadores-, y aunque la lista de riesgos crezca sin remedio con asuntos trascendentales en el orden económico mundial. Las incertidumbres que despierta entre los inversores el complejo juego de alianzas diplomáticas y empresariales hasta conocer quién será el próximo inquilino -o inquilina- del Despacho Oval y las dudas sobre el receso económico de China, que parece peor de lo sospechado por Pekín y que podrían dejar cortos los millonarios recursos de su plan de estímulo, diseñado para la doble misión de reanimar su actividad y evitar fugas de capitales.

La escalada geopolítica en Oriente Próximo ha ocasionado ya un primer seísmo. A la espera de que la reacción de Tel Aviv a la contenida réplica de lanzamientos de misiles iraníes sobre suelo israelí por la destrucción en Gaza, la invasión de Cisjordania, los ataques cada vez más intensos sobre Líbano y el descabezamiento de las cúpulas de Hamás y Hizbulá, pueda provocar más o menos daños colaterales. En función de si elige como castigo las bases militares, instalaciones petrolíferas o reservas de uranio del régimen de Teherán. En cualquier caso, la economía global ha comenzado a temblar. Esencialmente, por el temor a aminorar los abaratamientos del dinero ante otra reaparición de espirales inflacionistas y a nuevos deterioros productivos.

“Una guerra abierta [con involucración de los países árabes de la región, o global, si las potencias entran en la disputa] en Oriente Próximo exacerbaría la inestabilidad” en los mercados globales, asegura Ahmet Kaya, economista principal del Instituto Nacional de Investigación Económica y Social del Reino Unido. De hecho, “ya ha sometido a presión a los tipos de interés, los flujos comerciales y las cadenas de valor” y ha añadido leña al fuego a temas candentes como la crispación electoral en EEUU o la mayor o menor brusquedad del aterrizaje del PIB chino.

Kaya reconoce a Business Insider que la beligerancia israelí ha dañado los esfuerzos por controlar las inflaciones, lo que devuelve a ciertos países a escenarios de estanflación, sin descartar fases recesivas en varios de ellos -incluido EEUU- y a las empresas a volver a abordar nuevos ejercicios de resiliencia. Un alza del 10% del barril restaría entre 4 y 6 décimas a la actividad conjunta de las naciones industrializadas y encarecería en otro 10% los cargos marítimos, ocasionando otro freno de 3 décimas a la economía mundial, augura Kaya.

El petróleo, el detonador de la ‘bomba económica’

Todo ello, si la prima de riesgo del crudo no supera el 10% de la cotización que el oscuro mercado de la energía exige por los contratos de futuro del oro negro bajo horizontes de elevada tensión geopolítica. De momento, el WTI americano y el Brent europeo se han instalado entre los 74 y los 78 dólares, por debajo de los 84 del valor que registró el 7 de octubre de 2023 -el día del ataque de Hamás a Israel- y lejos de los 130 a los que llegó en febrero de 2022 tras la invasión rusa de Ucrania.

Pero si el cruce de ataques entre Tel Aviv y Teherán se instala en el parte de guerra de la región, el impacto sobre la economía sería inmediato. Sobre todo si, como alertan en Oxford Economics, Israel daña infraestructuras energéticas iraníes, el régimen de los ayatolás traslada esta táctica a Arabia Saudí y otro emiratos del Golfo Pérsico y la contienda bélica acaba colapsando las rutas comerciales por el Mar Rojo o provocando el bloqueo del Estrecho de Ormuz, por donde sale el 30% del crudo que se coloca en los mercados internacionales. La estimación de esta consultora es que una escalada de este calibre eleve a los 130 dólares el barril y retraiga en torno al medio punto el crecimiento del PIB global en 2025, que el FMI situaba en verano en el 3,3%.

“Los tiempos ahora son diferentes” respecto a crisis precedentes como la ocupación israelí del Líbano de 2006. Es el sentimiento predominante, enfatiza Javier Blas en Bloomberg, por cinco riesgos geopolíticos inexistentes entonces.

Por un lado, EEUU ejerce de primer productor de crudo mundial al exportar más de 20,1 millones de barriles, mientras que en 2006 importaba 12,5 millones. Por otro, que Occidente “hará todo lo posible” para minimizar recortes de cuotas y de suministro, acudiendo a reservas estratégicas americanas o noruegas, por ejemplo, poniendo en alerta a sus bancos centrales para hacer uso de sus bazucas monetarios.

En tercer término, porque países productores como Arabia Saudí o Libia han mostrado habilidad para restablecer sus ventas ante posibles atentados en sus instalaciones -la tecla que hace saltar las primas de riesgo- y la seguridad ha pasado a ser su aval para asegurarse ingresos sostenidos. También porque las pólizas y reaseguros añaden protección a los negocios fósiles. Y, finalmente, porque la navegación vía satélite evita, pese a sus imperfecciones, altercados contra petroleros.

Aun así, Andrew Lipow, de Lipow Oil Associates, constata que “el mercado descuenta que haya una gran probabilidad de conflicto armado entre Israel e Irán”, pese a la tensa calma semanal. En su opinión, “todo se agravará si Teherán cierra el tránsito por Ormuz”.

En tal caso, “sucedería casi un cataclismo en la industria energética”, advierte David Deitze, de Peapack Private Wealth. Además, de por el brusco corte del grifo petrolífero internacional, por la eclosión de una prima de riesgo del barril difícil de cuantificar y por un dólar que ha empezado a operar como valor refugio por las tensiones geopolíticas en la región.

Perjuicios regionales, contagios internacionales

Sin embargo, la guerra también ha precipitado a Israel hacia el abismo económico. Assaf Razin, profesor emérito en la escuela de negocios Eitan Berglas de la Universidad de Tel Aviv, cree que a su país le pasará factura la pérdida de confianza inversora y el retorno de la inflación. Aunque también el inmovilismo económico del gobierno de Netanyahu que debería forjar otros escudos, pero de protección social, dirigidos a “corregir las brechas de desigualdad” y evitar con ellos que “la economía entre en un círculo vicioso que ponga en riesgo la estabilidad financiera y el estatus de inversor internacional” del país.

La OCDE reconoce que, durante el año de contienda bélica, el PIB de Israel se ha contraído un 4,1% y que en los dos primeros trimestres de 2024 la recesión ha sido de calibre: un 1,1% entre enero y marzo y un 1,4% en primavera. Además de prever que la prolongación de las hostilidades dañará sus finanzas, las inversiones empresariales y el consumo de los hogares de una economía que en 2021 remontó un 6,8% y en 2022, un 4,8%. Mientras el Banco de Israel cifra el coste de la guerra en 2025 en 67.000 millones de dólares, demasiado -juzga- para aplicar disciplina fiscal, pese a la ayuda militar de 14.500 millones de EEUU.

Fitch Rating, que redujo a A la calificación soberana a Tel Aviv en agosto, señala al cheque militar como culpable del déficit del 7,8% del PIB con el que cerrará 2024, camino de duplicar el 4,1% de 2023, Además, calcula que más de 60.000 empresas israelíes podrían echar el cierre este año por la ausencia de beneficios, disrupciones en sus cadenas de valor o inexistencia de pedidos.

Pero el tremendismo israelí parece un cuento de hadas comparada con la destrucción -también económica- de Palestina. El Banco Mundial calcula la recesión de su PIB en el primer trimestre en un 35%, la peor contracción de su historia, mientras que la economía de Gaza lo hizo en un 86% y la de Cisjordania en un 25%. Sin comercio, servicios, manufacturas, ni infraestructuras, el colapso de prestaciones elementales como las sanitarias, han sumergido en la catástrofe más absoluta a una población con más de 2 millones de desplazados y más de 42.000 fallecidos. Con unos impagos que alcanzarán este año los 1.860 millones de dólares, el doble que el agujero que tuvo que gestionar la Autoridad Palestina en 2023, sin comercio de subsistencia y con repuntes de triples dígitos en bienes de primera necesidad. Dentro de una pérdida de ingresos de hogares generalizado, si bien en Cisjordania aún afecta a casi nueve de cada diez familias.

En las dos potencias regionales árabes, Irán parte con un rial sumamente débil, ajustes y carencia de ingresos, mientras que Arabia Saudí se han registrado huidas del capital y la campaña militar en Yemen del último decenio ha deteriorado un equilibrio presupuestario con gastos extraordinarios por la Visión 2030 del príncipe heredero, Mohamed bin Salman y merma de ingresos previstos por el crudo

Desde el FMI no se descartan “ramificaciones económicas” desde Oriente Medio que también contemplan los gobernadores de los bancos centrales de Reino Unido y Suecia, para quienes sus estrategias de reducción de tipos quedan supeditadas a medio plazo a distensiones geopolíticas en la región que permitan sostener los precios a raya. “No es aún una tormenta perfecta, pero la constelación de riesgos se ha alineado hasta el punto de no descartar aterrizajes bruscos” del PIB y los mercados globales, señala Tina Fordham, ex analista de Citi.

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