La sobremesa del 28 de octubre se convertía en un sinvivir de llamadas no contestadas y angustias. El pozo Emilio del Valle (Santa Lucía de Gordón, León) sufrió el mayor accidente que se recuerda en los últimos 20 años en las cuencas españolas. Seis trabajadores fallecieron por asfixia -un escape de gas grisú de esas características supone la ausencia inmediata de oxígeno en el ambiente-. Sin embargo, la mina está herida de muerte desde hace mucho, como afirman los vecinos de la comarca de Gordón.
A.S. prefiere mantenerse en el anonimato para evitar represalias. Es uno de los trabajadores en activo en el pozo Emilio del Valle. Tenía turno de tarde el día del accidente. “Me enteré de la noticia mientras comía antes de marchar a trabajar. Que luego ya ni comí”. Después de 16 años trabajando en la mina, asegura que la seguridad allí es buena: “Todo está monitorizado. Si pasa algo dentro, lo saben fuera en el momento”. Para él, lo ocurrido hubiese podido pasar tanto el lunes como hace un año. “Ninguno de los que estaba abajo era ayudante de minero”, dice explicando que los fallecidos conocían perfectamente su puesto de trabajo y estaban capacitados para desarrollarlo. Ni fue fallo de la empresa ni de ellos, opina. Al mismo tiempo, “hubo un exceso de confianza por todas las partes”.
Preguntado sobre el impulso que sus compañeros tuvieron de acudir a la rampla donde ocurrió todo, A.S. habla de “instinto”, de ese momento en el que ninguno de ellos lo piensa y acude a rescatar a los suyos. Uno de los fallecidos, Orlando, murió precisamente por adentrarse en la zona del escape, de donde desapareció el oxígeno en cuestión de segundos. “El autorrescatador no es para ir, sino para salir”, cuenta este minero. “Te da el oxígeno justo, pero no todo el necesario. En una situación de tensión como esta, necesitas más aire y este sistema no lo proporciona”.
La cultura minera
Bajo aquellos escarpados suelos poco más hay que carbón; sobre ellos, la situación geográfica y meteorológica dificulta la existencia de alternativas industriales. Hubo su oportunidad, eso sí, recuerda Juan Carlos Lorenzana ('Zana' es su mote en la zona. Casi todos los mineros llevan uno, a veces se mantiene de padre a hijo si va con el apellido, como es el caso). Él, ya prejubilado, cuenta cómo en el momento en que se quiso traer la planta de Renault a Castilla y León, esta zona fue una de las que se pusieron sobre la mesa. Pero los empresarios mineros impusieron su voluntad y lo impidieron. Sabían que si una fábrica se implantaba en la zona, por mucho que los sueldos bajo tierra fuesen mayores, habría muchos que preferirían cobrar menos y estar más seguros.
A esto se le conoce como “cultura minera”, remarca Zana. La mina es un trabajo que se lleva en la sangre, agarrado a las tripas. Ellos defienden el único modo de vida que conocen, comenta otro vecino. “Si nos quitan la mina, no tenemos nada”. Estos trabajadores carecen de una formación que les capacite para algo más que extraer carbón en cada una de las fases por las que pasa, desde picar hasta limpiar. También quiere hacer entender este vecino, E.M., que su trabajo “casca” mucho. “Un par de años ahí abajo te empeoran mucho”.
Hablan también del dinero que debía haberse invertido en la reindustrialización. “Como no nos metan a todos a trabajar en el Ayuntamiento o nos pongan a plantar pinos por el monte... A ver qué han hecho con el dinero, que deben habérselo dejado en poner farolas”, explica A.S. con la voz un poco más dura.
Todos ellos insisten en una cosa: la mina no es como muchos se piensan. No es como quien entra a una fábrica con un suelo pavimentado. Trabajan en posiciones incómodas, pendientes de si hay algún aviso de gas por si les toca salir corriendo, encontrándose a más de 400 metros bajo tierra. “La seguridad es buena, pero siempre se puede mejorar”.
Se sienten abandonados por los políticos. “Ellos murieron asfixiados por el gas, a nosotros nos asfixian Soria y el resto”, dice uno de ellos. Los reproches se extienden también para el PSOE, que firmó el anterior Plan del Carbón.
No es la primera vez que se despiden de un vecino que no volvió a ver la luz del sol al salir de la mina, pero sí es la primera que pierden a tantos de golpe. “Los primeros días, cuando volvamos, serán duros, pero es lo que toca. Tenemos que ganarnos el pan”.