ANÁLISIS

Giro en el capitalismo mundial

La globalización ha llevado la interdependencia de las economías, los países y las culturas a niveles desconocidos en la historia de la humanidad. Desde que el aumento en el intercambio de bienes, servicios y personas cobrara fuerza en la última década del siglo XX, el fenómeno ha tenido ganadores y perdedores. En su cara más amable, ha contribuido al crecimiento económico, al aumento de los niveles de vida y a la reducción de la pobreza en los países en desarrollo, pero al mismo tiempo ha ensanchado las desigualdades de renta y ha hecho resurgir movimientos populistas y ultranacionalistas. También ha destruido tejidos industriales y ha acelerado la reducción de la capa de ozono, causa principal del calentamiento de la Tierra. Otra de sus consecuencias, la caída del coste de los viajes por avión, ha sido un factor determinante en la rápida expansión de la pandemia del coronavirus.

Los estragos económicos de la COVID-19 ya se notan en todo el mundo: la actividad se ha desplomado, millones de personas se han quedado sin empleo y multitud de empresas que han cerrado durante el confinamiento no podrán volver a abrir. El comercio internacional, gran motor de la globalización, va a tardar años en recuperar sus niveles previos a la epidemia. Las cadenas globales de suministro —ese gran invento de la globalización que permite fabricar a bajo coste con piezas hechas en países diferentes— se han visto interrumpidas, algunas de ellas para siempre. Las fronteras se han cerrado al tránsito de personas y el negocio del turismo se ha paralizado por completo. 

Producir en casa

Igual que en anteriores pandemias, como la gripe de 1918, el mundo se recuperará del golpe, pero será un lugar distinto. ¿Cómo van a cambiar las relaciones entre los países? ¿Se volverán a fabricar en casa productos que desde hace décadas llevan el sello made in China? Las primeras señales apuntan a que el coronavirus no va a suponer la muerte de la globalización, sino su transformación. Dicho de manera sencilla, vamos hacia una globalización distinta. 

Los expertos coinciden en que en los próximos meses se van a intensificar tendencias desglobalizadoras iniciadas tras el desastre financiero de 2007-2008. En opinión de Rafael Myro, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, la COVID-19 eliminará eslabones en las cadenas globales de valor y habrá un regreso a la producción de determinados bienes dentro de las fronteras nacionales o en países cercanos, fenómeno conocido como reshoring. Myro cree que ello supondrá una ralentización en la globalización, no una vuelta atrás. “Se van a acabar algunos excesos, como la fragmentación de las cadenas de valor y la dependencia de China, pero es imposible que un país produzca todos los bienes y servicios que necesita. Intentarlo traería consigo consecuencias muy negativas, como un encarecimiento de los productos, salarios bajos y un aumento de las desigualdades”.

Pol Morillas, director del Barcelona Centre for International Affairs (CIDOB), está de acuerdo en que las grandes tendencias geopolíticas en marcha no van a sufrir “un vuelco absoluto”, pero subraya que sí habrá “elementos correctivos en el proceso de hiperglobalización”. Uno de esos elementos puede ser la intención de algunos Estados o clubes de Estados, como la Unión Europea, de destinar mayores recursos a cuestiones como la soberanía y la seguridad, especialmente en el terreno de la salud. “Si se confirma esta tendencia, habrá más gasto dirigido a restablecer cierta producción que antes estaba en cadenas de valor globales o concentradas en Asia, como vacunas, medicamentos y otro material sanitario. ”Esto no significa que el mundo poscoronavirus deje de ser un mundo globalizado. No podemos volver por completo a la producción nacional“, afirma.

La emergencia sanitaria ha puesto de manifiesto el riesgo que supone buscar el menor coste por encima de todo y depender de otros países para el suministro de productos básicos. Al saltar las primeras alarmas, Francia y Alemania se apresuraron a interrumpir las exportaciones de material médico imprescindible para combatir el virus, incluso a socios de la Unión Europea como España e Italia (más tarde revirtieron la decisión). Aquellos países que no disponían de capacidad de producción han tenido muchos problemas para conseguir mascarillas, respiradores y kits de pruebas. Meses después de la aparición de los primeros casos, algunos los siguen teniendo.

Frenazo del comercio

El regreso a las fronteras nacionales era un hecho antes de que el coronavirus irrumpiera en nuestras vidas. La globalización llevaba años a la baja, como demuestra el frenazo experimentado por los intercambios comerciales a raíz de la crisis financiera. Aunque en los años más recientes habían aumentado en términos absolutos, su peso en la economía mundial continuaba a la baja. La Ronda de Doha sobre comercio mundial estaba prácticamente paralizada. Los flujos de capital tampoco habían recuperado su nivel previo a la caída de Lehman Brothers y varios países habían impuesto controles estrictos a la exportación de tecnología estratégica.

Donald Trump fue elegido en 2016 con la promesa de devolver a EE UU los empleos industriales perdidos como consecuencia de la globalización. Nada más pisar la Casa Blanca declaró la guerra comercial a China, subió las tarifas arancelarias a las importaciones europeas e impuso nuevas trabas a la entrada de inmigrantes. El rechazo de los británicos a la Unión Europea en el referéndum del brexit y la posterior elección de Boris Johnson como primer ministro marcaron un nuevo retroceso en el multilateralismo. Desde comienzos de siglo han emergido en numerosos países fuerzas populistas y de extrema derecha recelosas de la globalización y que, como Trump y Johnson, abogan por poner los intereses nacionales por encima de todo. 

En otros terrenos, sin embargo, la globalización vivía un momento de esplendor. El desarrollo de Internet ha incrementado el intercambio de datos, información y productos audiovisuales a un ritmo vertiginoso en los últimos años. La movilidad de personas entre los países, ya fuera por trabajo, vacaciones o estudios, estaba en niveles récord gracias al abaratamiento de los vuelos. El miedo al contagio hará que los viajes se reduzcan significativamente, especialmente los no esenciales, pero el tráfico en Internet va a seguir creciendo con el desarrollo de la tecnología móvil 5G, el big data y la inteligencia artificial.

Una de las consecuencias más evidentes del confinamiento ha sido el aumento en el uso de la tecnología. El comercio online, las búsquedas en Internet y las conexiones a redes sociales han hecho de Amazon, Google y Facebook las grandes triunfadoras de la crisis. El hábito de comprar por vía digital saldrá fortalecido en detrimento de las tiendas tradicionales y se trabajará más desde casa, con el consiguiente cambio en el paisaje de las ciudades. La falta de recursos para financiar la recuperación económica puede hacer que los gobiernos, por fin, tomen medidas para obligar a las multinacionales del sector a pagar impuestos allí donde consiguen sus ingresos, al estilo de la llamada tasa Google, y poner límites a su posición dominante.

Brecha digital

Pol Morillas vaticina en que en el mundo poscoronavirus la ciudadanía será aún más dependiente que antes de las herramientas digitales y que ello dará impulso a la nueva globalización. “Es imposible un repliegue absoluto hacia lo nacional si queremos seguir trabajando hiperconectados”, señala el director del CIDOB, quien advierte del riesgo de que se agrande la brecha entre los que puedan adaptarse a un mundo digitalizado basado en la conectividad y quienes no puedan hacerlo por falta de medios, de formación o por una cuestión generacional. 

El peligro es que el aumento del número de personas que se sientan relegada por su incapacidad para adaptarse a los cambios tecnológicos y profesionales dé alas a los movimientos populistas que se nutren del agravio y del malestar hacia la clase política. A pesar de que el populismo ha fracasado en la gestión de la pandemia — ahí están los ejemplos de Trump, Johnson y Bolsonaro—, los condicionantes que alimentan su discurso político no van a desaparecer, apunta Morillas, quien considera probable que surjan nuevos líderes que traten de aprovechar todo ese descontento para hacerse con el poder.

Si los gobiernos no lo impiden, otra consecuencia de la crisis puede ser la concentración del capital y del poder económico en menos manos. Las multinacionales tienen ahora una oportunidad de expandirse y de acelerar el proceso de fusiones y adquisiciones en sectores clave como la banca, las telecomunicaciones y la energía. Una de las primeras medidas incluidas en el estado de alarma por el Gobierno español fue precisamente la prohibición de tomar posiciones dominantes en compañías españolas por parte de inversores extranjeros. Hay miedo a que los grandes fondos de capital riesgo de EE UU intensifiquen la compra de empresas y propiedades inmobiliarias aprovechando la caída de los precios.

Es muy probable que las pequeñas y medianas empresas familiares que desaparezcan sean sustituidas por franquicias con mayor capacidad financiera, menos costes y fácil acceso a la tecnología. Mientras que las grandes marcas resistirán la crisis, los pequeños negocios tendrán muy difícil sobrevivir si no cuentan con apoyo de dinero público.

EE UU, aislada

En medio del caos, China trata de reforzar su posición en el tablero geoestratégico. A pesar de ser el origen de la pandemia, el gigante asiático ha intentado tener el papel de salvador del mundo con el envío de material médico a los países más afectados, poniendo en práctica lo que se ha venido en llamar la “diplomacia de las mascarillas”. El Gobierno de Pekín parece decidido a ejercer su recién adquirido papel de superpotencia aprovechando la debilidad de una Unión Europea muy castigada por el virus y el aislamiento voluntario de EE UU, cuyo presidente ha renunciado al liderazgo polítio y económico  que el país poseía desde el final de la II Guerra Mundial.  

Pero esa nueva asertividad del gigante asiático puede volverse en su contra a medida que pasen los meses y cunda la desconfianza sobre sus intenciones. Uno de los rasgos distintivos de la desglobalización en marcha es el deseo generalizado de reducir la dependencia de las exportaciones chinas. De repente, la fábrica del mundo puede encontrarse con enormes excedentes de producción y verse obligada a aumentar el poder adquisitivo de su población para que el consumo interno compense la caída de los ingresos procedentes de fuera. A pesar de que en los últimos años ha diversificado y modernizado su economía, China sigue teniendo una enorme dependencia de las exportaciones y de las cadenas globales de valor.

En EE UU, las encuestas han comenzado a mostrar una caída del apoyo a Trump ante las elecciones de noviembre. El presidente del país con más víctimas del coronavirus trata ocultar los errores en la gestión de la pandemia culpando a China y a la Organización Mundial de la Salud (OMS). En un intento de amarrar a su electorado, ha prometido limitar aún más la inmigración para reservar los empleos a los estadounidenses. Está por ver si habrá gente suficiente para trabajar en el campo, en los restaurantes  de comida rápida o en el cuidado de personas, labores que recaen mayoritariamente sobre los inmigrantes.

Mientras tanto, la UE trata de buscar una salida conjunta a la recesión y de salvar el proceso de integración. Rafael Myro cree que la Unión cobrará relevancia si consigue desarrollar cadenas de valor más cercanas y fiables que las que las que existían hasta ahora. Europa, sostiene el catedrático de la Complutense, tiene ante sí la oportunidad de reindustrializarse gracias a las ayudas masivas que los gobiernos nacionales, la Comisión Europea y el BCE van a destinar a la reconstrucción económica. Alemania ya se ha puesto a ello y varios países estudian la posibilidad de nacionalizar empresas consideradas estratégicas.

Incertidumbre

Pol Morillas considera esencial desarrollar una economía digital europea para reducir la dependencia de EE UU y China, aumentar la capacidad de almacenar datos y contar con empresas tecnológicas de cierta dimensión. Ese modelo propio europeo debería contar, según el director de CIDOB, con altos estándares de privacidad y respeto a la transición climática.

Tras el duro golpe del coronavirus, con cientos de miles de muertos y la economía destrozada, el mundo se encamina hacia una nueva era en las relaciones políticas y económicas. Es una incógnita si la nueva globalización traerá más prosperidad y un reparto más equitativo de la riqueza que la anterior o si, por el contrario, la discordia y el enfrentamiento dibujarán un futuro aún más incierto.

El artículo está incluido en el número de junio de Alternativas Económicas, disponible en su página web, en la App para Apple y Android y en los quioscos de toda España.