El ecosistema global de alimentos presenta varias vías de agua que inducen a presagiar un riesgo de naufragio. A corto plazo, en la segunda mitad de este año, los daños colaterales por los fenómenos climatológicos como el calor extremo y las sacudidas geopolíticas sobre la globalización van a provocar en los precios de uno de los buques insignia del mercado de las materias primas. Y no en uno cualquiera, sino en la rúbrica que con más persistencia catapulta en 2023 la inflación y prolonga e intensifica las restricciones monetarias por todo el planeta.
Así lo revela el INE en su confirmación del dato del IPC español de junio, la primera de las grandes economías del euro que baja del límite estatutario del 2% por la moderación de los carburantes y la electricidad. Todo ello pese al encarecimiento, todavía en dobles dígitos -del 10,3%-, de los alimentos. Es el factor al que se agarran los halcones del BCE para mantener las espadas de los tipos de interés en alto a medio plazo.
Una investigación de Barclays dirige el punto de mira de este tensor alimentario hacia otra nueva fase de “fragilidad de sus cadenas de valor”, que ya ocasionaron disrupciones durante la Gran Pandemia y después del conflicto bélico en Ucrania. Entonces fue la obstrucción de los canales de distribución del Mar Negro y el parón cosechero en el granero mundial ucranio.
A esta distorsión empresarial se unió la sequía de 2022 en África, las inundaciones en Pakistán y el repunte del precio de los fertilizantes y de los costes logísticos. “Todo ello ha desembocado en una alta volatilidad de precios, debilidades en la arquitectura del mercado de los alimentos, mayor inseguridad de abastecimiento, revueltas sociales y episodios migratorios que alteran las estructuras productivas”, explica Hiral Patel, autora del diagnóstico de Barclays y su responsable global de Sostenibilidad.
El conflicto militar entre Rusia y Ucrania “sigue siendo determinante” porque ambas economías se sitúan entre los cinco principales exportadores de trigo, cebada, maíz y girasol. En 2021, nada menos que 36 de las 55 naciones con crisis alimentaria dependían en más de un 10% de la venta de productos originarios rusos o ucranios.
Kiev pasó de exportar 6 millones de toneladas al mes de aceites vegetales antes del inicio de las hostilidades a apenas 3,5 millones entre marzo noviembre del pasado año, según su Ministerio de Política Agraria y Alimentos.
Pero las tensiones inflacionistas de los bienes esenciales de la cesta de la compra no han sido las únicas causas de su encarecimiento, pese a la tregua del primer semestre del año, en el que los circuitos productivos y de suministro se recompusieron por el sorprendente abaratamiento de los costes de la energía y de los fertilizantes, cuyos ingredientes esenciales -potasio, nitrógeno y fósforo-, también controla de forma masiva Rusia.
Temporada alta de precios
En el ecuador del año, el barómetro de costes ha empezado a ganar temperatura. Hay subidas en el precio de los carburantes y en los salarios que se combinan con brechas de empleabilidad por los cambios en las leyes migratorias y la reducción de visados de trabajo que están retrayendo el interés por los contratos laborales en el campo, alerta la analista de Barclays.
A su juicio, a esta difícil coyuntura se suma el envejecimiento de los agricultores en Asia y Europa Occidental, que crea dificultades para el reemplazo de sus fuerzas laborales. Además del encarecimiento de los fertilizantes sintéticos por el parón en las cadenas de valor.
Los históricos registros de un calor extremo en el planeta que sitúa a la agricultura “en el ojo del huracán” productivo y a los países en los que el sector primario representa una cuota significativa de su PIB, ante “escenarios vulnerables”, avisa Patel. La analista presagia un “brusco volantazo que, probablemente, acabe en la peor crisis alimentaria en un decenio”.
La coincidencia de los efectos del cambio climático, los cuellos de botella comerciales y los conflictos armados “han sepultado años de progresos en la lucha contra la pobreza” en países en desarrollo. “Es urgente acometer reformas estructurales dirigidas a ganar en sostenibilidad y mejorar la productividad agrícola con agendas y planificaciones que fortalezcan los pilares del sistema alimentario global”, explica Patel.
Europa se salta sus propias sanciones a Rusia
La preocupación por la resistencia del mercado agrícola también ha llegado al ámbito científico. Un estudio publicado en EAT-Lancet precisa que la “homogeneidad” alimenticia arraiga como preferencia de la población mundial, con una cada vez “más limitada selección de productos con sello dietético”. Esta moda social “está debilitando nuestro modelo de mercado y afectando en múltiples aspectos a la salud de los seres humanos” -describe el informe- debido a la pérdida de minerales, vitaminas y otros nutrientes vitales para una auténtica dieta equilibrada.
En paralelo, en el terreno diplomático, se vive un estado de permanente negociación para pactar prórrogas temporales entre los actores involucrados en la salida de cereales por el Mar Negro. Esencialmente, Rusia, Ucrania, Turquía y Naciones Unidas. Sus emisarios tienen una constante lucha contrarreloj por tratar de estabilizar pasillos logístico-comerciales con los que neutralizar el alza de precios.
En ocasiones, como en el reciente viaje del presidente senegalés y de la Unión Africana, Macky Sall, a Moscú, a cambio de renuncias continentales al respaldo de sanciones occidentales. “Rusia está usando su peso en la Gran Iniciativa del Mar Negro para tratar de conseguir concesiones en otras áreas geográficas”, asegura Caitlin Welsh, directora de Global Food Security Program del CSIS, un think-tank estadounidense.
En Europa, la crisis en ciernes ha alcanzado un grado de preocupación de tal dimensión que el Ejecutivo comunitario se plantea reconectar al Russian Agricultural Bank, excluido del sistema internacional de pagos Swift (plataforma de transacciones en la que operan masivamente las multinacionales), para garantizar los flujos de alimentos, informa Financial Times.
Según esta propuesta, auspiciada por Moscú con la intermediación de la ONU, Bruselas también incluiría a su subsidiaria y facilitaría la prórroga de la tregua comercial en la zona que expira el 18 de julio.
El Índice de Precios de Alimentos de la FAO saludó con cierta euforia, aunque lejos de su récord de cotización de 159,7 puntos de marzo de 2022 el posible reingreso del banco agrícola ruso -al que acuden las firmas del sector para cubrir sus necesidades financieras en el exterior de Rusia, el principal exportador de materias primas-, y que, de fructificar los contactos, podría operar de nuevo en el mayor sistema de transacciones financieras del mundo.
El ‘índice banana’ frente al indicador BigMac
Para comprobar el impacto del clima en los alimentos, The Economist ha lanzado la idea de un Índice Banana, que compara el impacto sobre el carbono de esta popular fruta en tres métricas: peso, calorías y proteínas. Desafortunadamente para los carnívoros -dice el semanario británico- un kilogramo de carne picada causa las mismas emisiones que 109 kilos de bananas, según este simulacro de barómetro, enfocado a suprimir la huella de carbono en este sector productivo. Al indexar las emisiones y ajustarlo a su valor nutricional, el marcador banana de la carne desciende hasta el nivel 54; es decir, que causa 54 veces más CO2 que una caloría de esta fruta tropical.
Las aves de corral registran 11 índices bananas -que sirve de referencia a este cálculo predictivo-por peso y 4 por calorías, pero como fuente proteínica son más amistosas con el medio ambiente que este plátano tropical.
Este estudio preliminar señala a las aceitunas como el producto con más variación entre emisión de CO2 por peso y calorías, mientras constata la mala puntuación en los tres componentes tanto de los cereales de desayuno como de la mantequilla de cacahuete o los croissants.
Este índice -explican sus autores- emitiría información fidedigna a los consumidores mundiales sobre los niveles de preservación ecológica y les ayudaría a elegir más adecuadamente los bienes de alimentación más acordes a dietas sanas y efectivas. Así lo atestiguan encuestas en Europa como la de Ipsos para Yara, una firma de fertilizantes, donde la gran mayoría declara un compromiso ecologista a la hora de seleccionar su cesta de la compra, pero sólo tres de cada diez admiten que les resulta fácil la elección según los datos del etiquetado.
Igual que para captar el pulso inflacionista de los alimentos resulta congruente el Índice Big Mac que The Economist lanzó en 1986 sustentado en cálculos de Capacidad de Poder de Compra -el llamado barómetro PPP-, que tiene en cuenta desviaciones de precios y de tipos de cambio entre otros como método para alcanzar la paridad adquisitiva entre economías con distintos baremos de renta. Desde julio de 2022 se ha actualizado con el precio de un Big Mac en EEUU con ajustes de series históricas de PIB del FMI para paliar controles en la libre fluctuación de divisas como los que soportan al yuan chino.
Este indicador, que mantiene las dos metodologías de cálculo, coloca a cinco países con unos costes por unidad de la hamburguesa estrella de McDonalds -de venta en prácticamente todas las latitudes del planeta-, superiores a EEUU: Suiza, Noruega, Uruguay, Suecia y Canadá. Con una tarifa media global de 4,07 dólares y tendencia alcista este verano.