Bonos basura, deuda exótica y en algunos casos chatarra. La deuda de países emergentes o empobrecidos ha recibido muchas calificaciones desde que en los años ochenta su inversión fuera un gran negocio para la banca de inversión. Es deuda que emiten estados que no tienen grado de inversión, esto es, que no se consideran seguros para invertir o en los que los gobiernos ni siquiera pueden pagar a agencias de rating para que les pongan una calificación y que los demás se fíen de prestarles dinero.
A esta terminología se ha añadido ahora un nuevo concepto: el de “bono del hambre”. El término lo acuñó hace meses Jorge Botti, un empresario venezolano relacionado con la oposición antichavista que tomó como inspiración la saga de Los Juegos del Hambre, en la que una adolescente se enfrenta a un Gobierno totalitario. Con el término, que ya tiene más recorrido en inglés ('hunger bonds') que en castellano, Botti intentaba denunciar ante la opinión pública y especialmente al mundo financiero lo que entiende que sucede en Venezuela con el pago de la deuda externa: que el Gobierno de Nicolás Maduro antepone pagar a inversores internacionales a inyectar dinero en una economía que tiene problemas de abastecimiento.
El inicio de su campaña radica en los comunicados puntuales que hace la empresa pública de petróleos de Venezuela (PDVSA) de que devuelve puntualmente con intereses a sus acreedores internacionales. Eso desató la campaña de Botti.
La empresa venezolana estatal es uno de los principales activos que conserva el Gobierno de Maduro. Botti ha querido diseminar la duda entre los grandes fondos de inversión internacionales para que no compren este tipo de bonos. La deuda de un país como Venezuela es extremadamente arriesgada y por ello, extremadamente rentable. Para acceder a dar financiación, los fondos esperan altísimas rentabilidades, muy superiores a la media del mercado. Sin esta financiación, el Gobierno de Nicolás Maduro tendría muy difícil cubrir las necesidades básicas en el momento actual.
Hace apenas dos días, The Wall Street Journal publicaba en exclusiva que Goldman Sachs se acaba de hacer con un paquete de estos bonos por valor de algo más de 2.800 millones de dólares, aunque solo pagó 865 millones gracias al importante descuento con el que adquirió el paquete. La deuda vence en 2022 y si todo sale bien, esto es, si Venezuela paga, la rentabilidad de la inversión estará por encima del 40%. La renta de un bono español a cinco años es de poco más de un 2,2% y ya se ha dado el caso en algunos países europeos de que hay hasta rentabilidades negativas por prestar dinero. En un momento en el que en las finanzas no hay de dónde ordeñar dinero, los países inestables son la gallina de los huevos de oro.
La operación de Goldman ha dado alas a las críticas de la oposición ante el papel de los fondos de inversión y ha sacudido el mundo de las finanzas. El eco amplía las protestas de Botti que habían conseguido su reflejo en el artículo de uno de los venezolanos más influyentes fuera de su país: Ricardo Hausmann. El 26 de mayo, este profesor de Harvard (exministro venezolano, exjefe del Banco Interamericano de Desarrollo y feroz detractor del chavismo), publicaba en Project Syndicate su columna “Los bonos del hambre”, haciendo suyas las tesis de Botti.
Hausmann hace un alegato inicial en el que ve comprensible que los inversores busquen una alta rentabilidad a sus inversiones. Pero inmediatamente después plantea la cuestión de que debe haber un límite moral para el enriquecimiento. El venezolano toma como ejemplo un fondo de inversión en países emergentes que gestiona JPMorgan en el que la deuda del país caribeño apenas pesa un 5%, pero supone hasta un 20% de la rentabilidad que da este producto.
Desear el mal ajeno
Hausmann advierte de que la disparada prima de riesgo es una buena noticia para los inversores, pero mala para la población venezolana. Según su opinión, invertir en este fondo, “significa que uno se alegra cuando los analistas de Wall Street le informan que el país está haciendo pasar hambre a su población con el fin de evitar la reestructuración de los bonos que uno posee”. Y continúa: “La alegría se explica fácilmente: las importaciones venezolanas, luego de caer 75% entre 2012 y 2016, se han reducido más del 20% en el primer trimestre de 2017. Estas son buenas noticias para los inversores en el EMBI+ [JPMorgan] porque significa que queda más dinero para el pago de intereses y capital de sus bonos”.
Hausmann concluye que “cualquier persona decente que invierta en bonos venezolanos debe sentirse 'levemente nauseabunda'” y en su artículo –previo a que saltara la noticia de Goldman– pedía a JPMorgan que sacara a Venezuela de este rentable fondo de inversión.
El debate sobre la moralidad o no de estas estrategias de rentabilidad llegan sin duda por el segmento más inesperado: empresarios, expertos y economistas liberales. Personas del mundo financiero defensoras en buena medida de la desregulación de los mercados que han visto el problema de la falta de límites éticos a la inversión en un país como Venezuela.
Lo que no se expresa en el artículo, ni en los alegatos de Botti, es que cortar la financiación internacional de Venezuela estrangularía rápidamente al Gobierno de Nicolás Maduro que se quedaría sin recursos para mantener las infraestructuras mínimas.
Los gobiernos ilegítimos
También vuelve a traer a primera plana el papel de Goldman Sachs en el mundo de la deuda. En 2001 Goldman ayudó a Grecia a ocultar su déficit, con el beneplácito de las autoridades europeas, para permitirle ingresar en el euro, con tejemanejes financieros. Sobredimensionó la deuda del país de forma opaca creando una burbuja que desencadenó luego la tormenta del euro en 2011. Aunque las críticas a Goldman han sido muy importantes, el default, esto es, el famoso impago nunca ha sido una opción contemplada por las autoridades europeas para Grecia y solo en los últimos tiempos algunas voces del FMI han comenzado a considerar como apropiado algún tipo de impago vía reestructuración de la deuda.
Pero la deslegitimización que algunos quisieron hacer del Gobierno de Grecia, especialmente por haber engañado con las cifras pero también con que parte de la deuda procede de la dictadura helena, nunca fue considerada una razón para el impago por la mayoría del mercado. Sí se han dado programas de condonación de deuda para algunos países del África subsahariana, pero en general la reestructuración de la deuda se considera un “riesgo moral” ya que, según la creencia del mercado, estos alivios en la carga financiera alimentan a los gobernantes el impulso de pedir prestado sin orden ni concierto.
En este interesante artículo de Joseph Stiglitz ya se describía hace años cómo el caso de los fondos buitre (que comen deuda basura o ahora bonos del hambre), contra Argentina sentaba un precedente que considera “peligroso” al tener doblegar a un Estado ante estos tiburones financieros. También como Naciones Unidas intentó limitar la actuación de este tipo de inversores e incluso declararlos ilegales.
La propuesta no salió adelante porque, entre otros países, Estados Unidos (también Alemania y Reino Unido) votó en contra. El país de Goldman Sachs aún fija la dieta.