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La casera me dijo que el mercado estaba como estaba y que podía sacar por el piso casi el doble: “Así que vete buscando un sótano o algo que te puedas pagar”
A punto de cumplir los 30, vivía con mi pareja en Leganés (Madrid) y cuando la relación terminó tuve que volver “temporalmente” a casa de mi madre hasta encontrar un piso de alquiler. Por aquel entonces, trabajaba como técnico de laboratorio y cobraba poco más de 900 euros. Ilusa de mí, estaba decidida a encontrar algo en mi barrio de toda la vida, cerca de mi madre, en Lavapiés.
Por supuesto, no encontraba nada que me pudiese pagar y si lo hacía, aunque me
escapaba del trabajo para quedar con el dueño o la inmobiliaria y visitarlo la primera, siempre era tarde, volaban. Llegué a apalabrar un piso y 10 minutos después la persona de la inmobiliaria me llamó y me dijo que la persona que había visitado la casa justo después de mí, llevaba el dinero en mano y se lo habían dado a él.
Por supuesto, renuncié a acotar mi búsqueda al barrio pero, aún así, nada. Más de un año después, y tras un cambio de trabajo en el que cobraba un poco (no mucho) más, encontré un piso en el barrio. El alquiler eran 540 euros por un piso de 30 m2, interior (tenía ventanas pero no luz) y sin amueblar que, para lo visto en el barrio (“dúplex” de 15 m2 con una tabla encima del sofá con un colchón en un 4º piso sin
ascensor ni calefacción por 500 euros, por ejemplo), me creí una afortunada.
La propietaria es una señora mayor que vive en una casa inmensa en un muy buen barrio de Madrid con varios pisos en propiedad que tiene en alquiler. El primer contrato que quería que firmásemos tenía una cláusula que me prohibía meter muebles en el piso… Le pedí amablemente que lo cambiase ya que me alquilaba el piso, como he dicho antes, sin muebles.
Posteriormente, le comuniqué mi intención de incluir el alquiler del piso en la declaración de la renta así que le pedí, por favor, que depositara la fianza en la Comunidad de Madrid para que todo fuese acorde a la norma. No le gustó la idea y, de hecho, tuve que insistir varias veces hasta que ya le dije que me había informado y que si no depositaba la fianza y declaraba el piso la multa se la pondrían a ella no a mí. Para mi sorpresa me comentó que ya lo sabía porque ya le habían multado con anterioridad. A regañadientes, depositó la fianza.
Como el agua no estaba incluida en el precio del alquiler, hablábamos periódicamente para que ella me dijera el importe del recibo y yo le hiciese una transferencia. Pues cada vez que eso sucedía me preguntaba si estaba bien en el piso y me recordaba que si quería seguir al año siguiente tendríamos que hablar del precio. Sí, el primer año que ya sabemos todos que no es legal pero…
Así que, tras un año de amenazas veladas y de la ansiedad que estas me generaban, llegó el día y me dijo que me iba a subir 20 euros. Puede parecer una miseria pero yo con 20 euros me pago la gasolina para ir a trabajar 1 semana o el recibo de la luz. Por no hablar de que era ilegal lo que estaba haciendo. Me dijo que debía entenderlo, que ella necesitaba esos 20 euros para llegar a final de mes. Le dije que según en el contrato (que ella misma me había dado) esa subida no se podía hacer y, tras un gran enfado de ella y frases como “bueno pues tendré que vender el piso y tendrás que irte” conseguí mantener el precio:
Para resumir, durante el segundo año pasó algo parecido y, entonces, accedí (lo sé, mal hecho) pensando en lo difícil que me iba a ser encontrar algo como eso en Madrid (ni que fuera una ganga, pero bueno. Tras el tercer año, ella ya se sabía con la autoridad de rescindir el contrato con previo aviso y me dijo que, a pesar de estar muy contenta conmigo porque “pagaba religiosamente, le cuidaba el piso y no le daba la lata” me dijo que el mercado estaba como estaba y que podía sacar por el piso casi el doble. Acto seguido, añadió una frase que no se me olvidará jamás: “…así que vete buscando un sótano o algo que te puedas pagar”.
Mi contrato acababa en diciembre y le pedí, por favor, que me dejase un tiempo para buscar. Me dijo que me dejaba hasta agosto pero que, a cambio esos meses, me subía el alquiler. En un primer momento le dije que sí pero un par de días después me pudo la rabia y, puede que un poco, la dignidad y le dije que no se preocupase, que dejaría el piso en cuanto se cumpliese el contrato. Lo siguiente que me dijo es que si, por favor, no me importaba enseñar el piso a mí a los posibles nuevos inquilinos...
Empecé una búsqueda a contra reloj y, en seguida, me di cuenta de que no iba a poder encontrar algo digno que me pudiese pagar ni siquiera compartiendo piso. Yo trabajo en Alcalá de Henares y solo vi alguna cosa en Valdemoro o en pueblos de alrededor. La gente que sea de Madrid sabrá lo que implica ir en hora punta tanto en coche como en transporte público desde allí hasta Alcalá.
Finalmente, y en una decisión bastante impulsiva, vi un anuncio recién publicado de un piso en Talamanca de Jarama por 450 euros. Es un pueblo de 4.000 habitantes al norte de Madrid, cerca de San Sebastián de los Reyes sin otra comunicación en transporte público que un autobús interurbano que tras más de una hora llega a Plaza de Castilla.
Ahora vivo allí. No me arrepiento, estoy a gusto. Pero no fue una decisión voluntaria, al menos no al 100%. Aún recuerdo hace no muchos años cuando mi barrio, donde me crié, donde fui al colegio… Era casi un gueto al que nadie quería ir. En pocos años, y por muchos factores ya por todos conocidos, la gente trabajadora, la gente del barrio, hemos sido expulsados sin ningún miramiento. Es un mal que se ha extendido rápidamente a casi la totalidad de la ciudad de Madrid, por no decir a toda la comunidad. Por cierto, desde que me mudé (unos 4 meses) los alquileres como el mío ya han subido hasta los 550-600 euros. Sí, en un pueblo de 4.000 habitantes en el que dependes del coche…
A punto de cumplir los 30, vivía con mi pareja en Leganés (Madrid) y cuando la relación terminó tuve que volver “temporalmente” a casa de mi madre hasta encontrar un piso de alquiler. Por aquel entonces, trabajaba como técnico de laboratorio y cobraba poco más de 900 euros. Ilusa de mí, estaba decidida a encontrar algo en mi barrio de toda la vida, cerca de mi madre, en Lavapiés.
Por supuesto, no encontraba nada que me pudiese pagar y si lo hacía, aunque me