Cave canem. La famosa advertencia romana para preservar la propiedad ha sido rescatada por el Banco Internacional de Pagos (BIS, según sus siglas en inglés) para alertar de la climatología inversora adversa por los desbordados niveles de deuda de las potencias industrializadas y por los constantes ensanchamientos anuales de sus déficits fiscales.
El BIS, de donde no solo emanan las reglas bancarias, tests de estrés y los niveles de solvencia y liquidez que se exigen al sector, sino que alberga al G-10, el foro de los grandes bancos centrales que se muestran reacios a reducir tipos para desesperación de los analistas del mercado, ha sido contundente. El margen de reconciliación de los países de rentas altas con la consolidación de sus cuentas es mínimo, el temor inversor a mayores acumulaciones de deuda está en estado de ebullición y la vigilancia de los fondos sobre sus deudas soberanas es sumamente extrema. La confianza “podría desmoronarse en horas”, explica su informe económico de 2024 de reciente publicación.
En su diagnóstico, el BIS alerta de una constante histórica. “El panorama parece sostenible hasta que, de repente, los acontecimientos se precipitan por ausencia de reacción”. Las naciones ricas están “altamente endeudadas” y resultan “vulnerables a una precipitada pérdida de confianza” que se puede trasladar, incluso, a los mercados de bonos, el escudo protector al que acuden de forma regular para prolongar sus vencimientos inmediatos. Claudio Borio, responsable del área Monetaria y Economía del BIS, insistió en que “deben responder con urgencia”.
La experiencia nos desvela que los mercados actúan súbitamente, advierte antes de aclarar que los resortes de inquietud por la incertidumbre política en Francia y el volumen que ha adquirido la deuda en EEUU y su incierto futuro -entre estancamiento o recesión sin recortes de tipos de interés por parte de la Fed- han sido los últimos vestigios de esta tensa calma.
Aunque el aviso a navegantes se dirige a las autoridades económicas del G-7, del resto de la zona del euro y de Japón, la reprimenda también tiene acuse de recibo en los mercados emergentes. Y, de manera específica, en China y su rampante endeudamiento surgido a raíz de la prolongada crisis sanitaria y sus confinamientos y de la quiebra de la promotora inmobiliaria Evergrande, de 2022, que han aireado ingentes activos tóxicos en su sector bancario provocados por los altos niveles de impagos en su mercado de vivienda y que han desencadenado restricciones de crédito y otro desorbitado crecimiento de la deuda, en este caso de sus gobiernos municipales.
La prima de riesgo francesa, que ha rozado la italiana y cuyos bonos se han disparado respecto al bund alemán, se ha encarecido a niveles desconocidos desde 2012, cuando más arreciaba la crisis de la deuda del euro. Este es el detonante reciente, de las últimas tres semanas, al que se ha aberrado el BIS para activar sus alertas.
El informe destaca como mercados con “intensas necesidades de financiación” y, por lo tanto, con amplias necesidades de acudir a emisiones de bonos, a Japón, Italia, EEUU, Francia, España y Reino Unido, a los que les conmina a restablecer con prontitud disciplina fiscal, ya que este año -asegura- apenas corregirán sus déficits un 1% frente al 1,6% de 2023. En gran medida, por la ampliación del agujero presupuestario estadounidense, al que el FMI cataloga de “demasiado hondo” en su reciente revisión anual de la mayor economía del planeta.
“El alto precio de los activos solo oculta una porción de la tensión a la que están sometidas las finanzas públicas”, pero “este salvavidas puede desinflarse” y podría requerir nuevos y urgentes gastos para paliar sus daños colaterales, que podrían lesionar “el ciclo de negocios y los motores estructurales” de sus economías, avisa el BIS.
Sus analistas consideran que donde primero se vería el castigo financiero sería en el mercado de bonos soberanos, pero que su contagio podría ser inmediato en el resto de plazas bursátiles.
Inflación controlada, aterrizaje suave y más presión fiscal
El otro lunar de la coyuntura industrializada, la inflación, “está bajo control”, admitió su director gerente, el mexicano Agustín Carstens, para quien el PIB global se encamina hacia “un aterrizaje suave”. Si bien los precios de los servicios todavía emiten signos de riesgos y se mantienen por encima de sus niveles previos a la Gran Pandemia, y los costes de las materias primas amenazan con nuevos repuntes por el voltaje geopolítico imperante.
Para Carstens, este factor de riesgo podría activar otra espiral inflacionista o segundas oleadas de precios que “retardarían aún más el abaratamiento del dinero”. De ahí que apele a la calma de los bancos centrales para no perjudicar su reputación con movimientos a la baja precipitados sin controlar sus índices de precios. A los gobiernos, por su parte, les insta a guardar su escasa capacidad presupuestaria para desplegar más estímulos. “Ya hicieron los suficiente” entre 2020 y 2023; cualquier nueva inyección sería contraproducente y podría provocar escaladas de precios.
Aun así, les emplaza a iniciar una agenda reformista que amplíe la presión fiscal y el catálogo de tributos e incluya más medidas para combatir el cambio climático y sus presiones demográficas.
El FMI ha sido el encargado de señalar a EEUU como foco de preocupación preferencial. El Fondo sitúa en un plano de riesgo su déficit, deuda, comercio y reglas bancarias y critica abiertamente la displicencia presupuestaria de la Casa Blanca y su agresiva política competitiva hacia China. El ritmo de su PIB es “robusto, dinámico y adecuado” y certificará un alza del 2,6% este año -una décima menos que en su informe de abril-, pero “su brecha fiscal es grave y propensa a disparar su deuda hasta cotas insostenibles”.
Las suspicacias del FMI no son ficticias. La deuda federal supera los 34 billones -un 124,3% de su PIB- y añade un billón más cada 100 días, según estiman en Bank of America. Además, su servicio de pagos se retroalimenta con otros 2 billones de déficit fiscal, almacenados en los doce meses previos a mayo, lo que ha elevado su desequilibrio al 7,2% del PIB, mientras debe hacer frente a unos desembolsos por intereses de 2 millones por minuto debido a los unos tipos que la Fed mantiene entre el 5,25% y el 5,50%.
La mayor economía es también el mayor riesgo sistémico
EEUU vive a crédito en un mundo cada vez más endeudado y la Reserva Federal se resiste a dar un alivio. The Economist lo explicaba hace unas fechas de manera elocuente: “Si la prudencia es una virtud, el presupuesto federal está cargado de vicios” porque su desajuste supera el cheque de la recaudación impositiva que recibe anualmente el Tesoro; sin recesión y con pleno empleo.
La Administración Biden y su política de subsidios a la industria, energías renovables y fábricas de semiconductores, impulsados desde el verano de 2022, ha contribuido a este desajuste fiscal.
Pero la hondonada en las cuentas la produjo su antecesor y rival en los comicios de noviembre. Donald Trump, con sus astronómicos aumentos de recursos a Defensa, la lesión al comercio y a la actividad interna de sus subidas arancelarias a China y varios aliados con las que mermó los abastecimientos a su tejido productivo y, sobre todo, su espectacular doble rebaja tributaria -a las rentas personales y los beneficios empresariales- catapultaron al déficit más allá del 3% en 2015 y a la deuda por encima del 100% en 2016.
Ninguno de estos dos parámetros ha bajado desde entonces. Casi dos mandatos después -el de Trump y el de Biden- el FMI incide en el mismo punto que recriminó al líder republicano: “las restricciones al comercio” por el proteccionismo implantado por el actual inquilino del Despacho Oval “restará vigor a los flujos mercantiles”, deteriorará la coyuntura, elevará la inflación y, lo que es peor, retrasará las rebajas de tipos y “dañará los libros contables” de su sistema bancario. Y EEUU -recuerda el Fondo a su principal accionista- ya sufrió en la primavera de 2023 una crisis financiera que afectó a cuatro bancos medianos y obligó a intervenir al Tesoro federal.
De hecho, vuelve a aconsejar a Washington que su sistema crediticio en conjunto adopte de una manera “rigurosa” las normas de Basilea III, el acuerdo sobre solvencia y liquidez bancaria que surgió de la sala de máquinas del BIS para capear el diluvio de 2008 y la sucesión de huracanes posteriores que engordaron la deuda de los países desarrollados.
Aunque también le sugiere acabar con su “peligrosa rivalidad competitiva” hacia China, que crea “riesgos a la economía global”, resta estabilidad a los mercados y engendra “vulnerabilidades” que se suman a las ya de por sí elevadas tensiones geopolíticas. También recuerda que mientras el déficit promedio de la UE en el último medio siglo se sitúa ligeramente por debajo del 3%, el estadounidense se dispara hasta el 3,7%. Por si fuera poco, los pronósticos del Fondo hablan de que su deuda excederá del 140% en 2032. “Es necesario revertir la situación” si EEUU no desea entrar en un “déficit presupuestario crónico” que demandará “continuos recursos federales y urgentes asistencias financieras de los mercados de bonos”.
El endeudamiento de EEUU es “insostenible en el tiempo” y su déficit “está fuera de control” se ha atrevido a pronunciar la directora gerente del Fondo, Kristalina Georgieva. Pese a que el G-7, en su última cita económica en Stresa (Italia) evidenció que sus socios carecían de “apetito para discutir sobre asuntos de disciplina fiscal”, el FMI enfatiza que es “el momento de aplicar ajustes para evitar píldoras más dolorosas en el futuro”. La deuda -destaca el economista jefe de BNP Paribas, Koen De Leus, “es el auténtico elefante en el salón del G-7” y comienza a moverse “sin control” en un año de elecciones y cambios de gobierno en Europa, EEUU y Reino Unido.
Con toda claridad, los dirigentes del G-7 “están procrastinando sus deberes económicos” aclara Verónica De Romanis, profesora de la Universidad LUISS de Roma a Bloomberg. “Sin cuentas saneadas, más pronto o más tarde, se toparán con la cruda realidad”, advierte.