Occidente se apresta a incrementar sus arsenales de armas. El objetivo de destinar el 2% del PIB a gastos en Defensa se ha convertido en un nuevo principio sacrosanto. Ya ocurrió en el terreno económico en 1981, cuando Pierre Bilger, director de Presupuestos del presidente francés François Mitterrand, fijó en el 3% del PIB la frontera para colgar a los socios europeos el cartel de déficit excesivo. Un decenio después se institucionalizó en Maastricht y casi medio siglo más tarde continúa incrustado en el frontispicio del Pacto de Estabilidad y haciendo las delicias de los halcones neoliberales tras el lanzamiento del euro.
Entonces, Bilger convenció al jefe del Elíseo de que la mejor forma de calibrar el desbordamiento de las cuentas públicas era mediante “un cálculo simple”. Como el 1% era “imposible de lograr” y el 2% “exigía aún demasiada presión” a los titulares de Finanzas, los límites del gasto “deberían anclarse en el 3%”, un corsé férreo pero que dejaba cierto margen de maniobra contable. De igual manera que ocurrió con el tope fiscal, la cota de los desembolsos militares ha permanecido en estado latente en el cuartel general de la OTAN, aunque sin erigirse en reivindicación oficial. Donald Trump la rescató durante su mandato y ahora, en año electoral, ha recuperado con su retórica despectiva hacia los socios atlánticos del Viejo Continente.
Europa, el establishment diplomático, económico y militar ha recogido el testigo y se ha apresurado a poner en marcha una hoja de ruta armamentística sustentada en mensajes sobre la amenaza del Kremlin de atacar territorio europeo, lo que activaría el compromiso a la defensa colectiva consagrada en el Artículo 5 de la OTAN. La medida estaría encauzada bajo unas reglas fiscales que harán la vista gorda a los gastos excesivos en Defensa.
Para irritación de Bilger y, sobre todo, de los halcones alemanes y holandeses que tejieron los draconianos ajustes de la crisis del euro en 2012 y que ahora ven con buenos ojos las facturas armamentísticas y repelen la mutualización de sus costes con emisiones de bonos europeas.
Un cóctel de efectos económicos y políticos
Los costes bélicos podrán recibir líneas crediticias condescendientes del Banco Europeo de Inversiones (BEI), que dirige la ex vicepresidenta Nadia Calviño, y que actuaría como prestamista de primera instancia. Una especie de helicóptero monetario para adecuar lo antes posible a Europa a la capacidad militar que exige el doble riesgo de Rusia y China, que también ha escalado en la lista de enemigos geoestratégicos de primer orden de la UE, o el polvorín de Oriente Próximo.
El brazo financiero de la UE contabiliza 544.600 millones de euros de activos en su balance y solo en 2022, el primer ejercicio post-pandemia -de especial actividad avalista-, desplegó préstamos por 562.000 millones. Es la institución multilateral con mayor concesión de crédito, por encima de los 171.000 millones de dólares que gestionó el Banco Mundial.
Pero también una de las más altamente endeudadas, con 466.000 millones de euros. De ahí que Bruselas -el Ecofin y el Consejo Europeo, para más señas- haya barajado emitir deuda europea, alternativa descartada de inmediato por Berlín y La Haya, los dos enemigos habituales de cualquier comunitarización de bonos entre socios euro y, mucho menos, de toda la Unión.
“No somos muy fanáticos de esa solución”, reconoce el canciller Olaf Scholz. Aún más lejos llegó el primer ministro holandés en funciones y probable futuro jefe de la OTAN, el liberal Mark Rutte que, según fuentes anónimas del Consejo Europeo, alertó de que una medida así “sentaría las bases de una federación europea, cuando somos un club colectivo de estados soberanos”. Rutte -asegura Bloomberg- equiparó esta iniciativa con el bautismo del federalismo en EEUU por parte de Alexander Hamilton, secretario del Tesoro de George Washington, en 1787.
El cheque militar occidental cobra especial relevancia si el 2% del PIB en gasto militar se traduce en cifras. El del G-7 saltará en el próximo decenio hasta los 10 billones de dólares, factura similar a la suma de las economías de Alemania, Japón y España. En un momento en el que, desde el FMI y otros organismos fiscalizadores, se insta a restablecer la consolidación fiscal, aparcada durante la Gran Pandemia, y corregir la deuda global que, en 2023, registró un récord de 313 billones de dólares y ha disparado las alarmas de default.
Sin embargo, el gasto militar podría tener un estatus especial dentro de las nuevas reglas fiscales que recuperan, con mayores dosis de flexibilidad, el Pacto de Estabilidad.
La llamada Economic Governance Review (EGR) otorga licencias presupuestarias a los socios que eleven sus partidas militares, que tendrán márgenes para certificar déficits inferiores al 3%. En su letra pequeña se aclara que las “inversiones en Defensa deben reconocerse como un factor específico relevante” a la hora de declarar “desajustes excesivos” porque son gastos no contemplados en los cuatro años anteriores a la Gran Pandemia, cuando se levantó el yugo del 3% de déficit.
Esta lectura no estaba incluida en el primer proyecto de revisión de la Comisión, que inicialmente ciñó las pausas de medio punto del PIB para suturar los desequilibrios presupuestarios a recursos vinculados a la transición digital y energética o a derechos sociales. Su redacción definitiva, que entrará en vigor en septiembre, y sus planes de ajuste a cuatro años también ampara a los gastos militares al exigir el objetivo del 60% de deuda.
En paralelo, los líderes europeos encomendaron al BEI una misión inédita: la profusión de avales hacia la industria militar europea.
El “dividendo de la paz” toca a su fin
La dialéctica belicista ha calado en la sociedad occidental. La post-Guerra Fría y su dividendo de paz, dice Jennifer Welch, responsable de Análisis Geoeconómico de Bloomberg Economics, que ha realizado el cálculo del cheque armamentístico del G-7, “está tocando a su fin”, lo que supone “la inminente readaptación de las cadenas de valor de las compañías de armas, de las finanzas públicas y de los parqués bursátiles”. Pese a que el negocio armamentístico global rebasó los 2,2 billones de dólares en 2023.
Mientras, desde la OTAN se filtra la conveniencia de desembolsar hasta el 4% del PIB si se desea atender los tres focos geopolíticos más peligrosos: la nuclear Rusia, que avanza en Ucrania, el volátil Oriente Próximo y la expansionista China.
También la retórica económica muestra docilidad hacia la militarización. “No aprecio una crisis fiscal por el incremento de las partidas militares; en cambio, me preocupan los incidentes sobre la seguridad nacional por fallos en los escudos defensivos”, asegura Simon Johnson, del MIT y ex economista jefe del FMI. Aunque el análisis de Bloomberg Economics apunte a lo contrario: el 2% detendría cualquier intento serio de equilibrio presupuestario y de ajuste estructural de la deuda en la UE y el 4% debilitaría los ratings soberanos hasta empujar a alguno de ellos cerca de los bonos basura, les restaría financiación internacional y les conminaría a recortes significativos de sus servicios sociales o a aumentos notables de impuestos.
Con Francia, Italia y España en un escenario especialmente expuesto, la deuda de Italia saltaría hasta el 179% de su PIB en 2034 desde el 144% actual. EEUU la elevaría desde el 99% hasta un 131% en caso de aumentar al 4% sus gastos militares, como avanza Trump. Simon resalta lo que, a su juicio, es el argumento central del debate: China ha fijado una factura militar equivalente al 7,4% de su PIB este ejercicio, la más cuantiosa en un lustro, y ha dado alas al militarismo en Asia, con Malasia liderando los repuntes -un 10,2%, hasta los 4.200 millones- entre las 22 naciones de Asia-Pacífico, seguida de Filipinas, que destinará 6.600 millones -un 8,5% más- a su seguridad.
En Europa se aprecia igualmente esta tendencia. Sobre todo, en Alemania, que acaba de dedicar 7.000 millones a dotar de urgencia con dos nuevas fragatas y cientos de vehículos acorazados a sus Fuerzas Armadas.
La colisión entre Seguridad y disciplina fiscal
Mathieu Droin, analista del Center for Strategic and International Studies (CSIS), respalda el giro de la UE con su Estrategia Industrial de Defensa (EDIS) para impulsar la competitividad del sector armamentístico y el uso del BEI como instrumento inversor para agilizar su productividad porque Europa está obligada a “ser militarmente más ambiciosa” y a estar “preparada para un escenario de guerra” en un clima de “suma incertidumbre” continental por la agresividad rusa.
El Instituto Ifo alemán cifra en 56.000 millones de dólares anuales el aumento del gasto militar entre los aliados europeos para cubrir el agujero presupuestario que asegura tener la OTAN para reforzar sus flancos orientales en el Viejo Continente. Sus expertos, sin embargo, consideran que estos desembolsos retrasarán sine die el fin de sus brechas fiscales en una época de bajo dinamismo. Al tiempo que el primer ministro estonio, Kaha Kallas, solo ve a los eurobonos como solución a la encrucijada entre unas cuentas saneadas y la carrera armamentística.
Alemania, con 14.000 millones de euros, fue el socio europeo que más lejos se queda de cumplir cuantitativamente con el 2% del PIB, pero ya ha tomado cartas fiscales en el asunto. Por delante de España -11.000 millones-, Italia (10.800) y Bélgica (4.600), tres de las seis naciones de la Unión con ratios de deuda superiores al 100% de sus PIB. Italia, además, ostenta el mayor déficit (7,2%) y podría superar el 9% este año, advierte el Ifo.
Camille Grand, investigador en el European Council on Foreign Relations (ECFR) comparte este diagnóstico e incide en el doble espaldarazo del EDIS y el BEI a una industria europea que elevará hasta el 40% sus suministros colectivos en el próximo trienio, al 50% en 2030 y al 60% en 2035, cuando en la actualidad, el 78% de los equipamientos de los ejércitos europeos procede de fuera del mercado interior.