El cambio de año ha dejado un par de fenómenos en el clima inversor de especial relevancia. El primero, visible desde el primer lunes lectivo de 2024, es el sorpasso oficial de la National Stock Exchange (NSE) de Mumbai a la Bolsa de Hong-Kong, lo que convierte a India en el cuarto centro financiero global, detrás de los mercados de capital de EEUU, de China y de Japón. El segundo revela que los flujos de inversión hacia el quinto PIB del planeta -estatus que conquistó a finales de 2022 en detrimento de Reino Unido- tienen visos de adquirir protagonismo estratégico y perpetuarse en el tiempo. Al menos, durante un largo decenio.
La escalada de la NSE ha sido histórica y con peculiaridades sorprendentes, como el paralelismo entre el valor del PIB indio y su principal parqué bursátil. En las pasadas dos décadas, el tamaño de la economía y la capitalización del NSE han pasado de los 500.000 millones de dólares a los 3,5 billones. Un ritmo que no parece que vaya a desaparecer este año, dado que los analistas apuntan a una expansión del 7%; paradójicamente, en ambos parámetros.
La Bolsa de Mumbai rebasó el 7 de enero los 4,33 billones de capitalización; un tamaño similar al PIB de Japón. Atrás quedaron unos inicios, en 1994, en el que solo contrataba deuda. En la actualidad, en la NSE se realizan transacciones de valores, de productos derivados y de bonos con una indudable y recurrente atracción inversora.
Los fondos están prestando una atención minuciosa a India y China y, de momento, el pulso se inclina a favor de Delhi. Los flujos de dólares están yendo desde el gigante asiático a su rival regional con una intensidad que ni los estrategas de Goldman Sachs ni los de JP Morgan disimulan. Al fin y al cabo, India comanda el dinamismo internacional y la economía china emite señales cada vez más nítidas de debacle inmobiliario, deuda desbordante y atonía del consumo y de la producción con síntomas de cronificación.
No son las únicas voces del mercado que han redoblado sus apuestas por India. Morgan Stanley la acaba de elegir como primer destino de sus carteras de capital en Asia para los próximos diez años. O el hegde fund Marshall Wace, que mueve más de 62.000 millones de dólares de negocio, y que ha colocado a los valores indios inmediatamente después de sus activos estadounidenses. Mientras Vontovel Holding AG, con sede en Zúrich, acaba de seleccionar a India como preferencial entre todos sus activos en mercados emergentes y la firma Janus Henderson sondea adquirir sociedades bursátiles locales. Incluso los tradicionalmente conservadores inversores japoneses acaparan acciones indias para reducir su exposición en China.
Vikas Pershad, gestor en M&G Investment en Singapur, desglosa a Bloomberg esta tendencia: “el dinero está interesado en India por varias razones; la principal, que no es China, pero también por tener una historia de crecimiento a largo plazo creíble con un PIB enorme, vigoroso y abierto al capital global en un estadio inicial de sofisticación bursátil” que genera nichos de rentabilidad. Aunque también desvela puntos negros: “una población muy empobrecida, valores caros y un mercado de bonos todavía demasiado insular”.
El resultado es elocuente. En el último trimestre de 2023, los flujos foráneos en valores bursátiles indios registraron tasas récord en la cuenta de resultados de la industria americana de fondos de inversión, mientras sus cuatro mayores gestoras sacaban 800 millones de dólares de activos chinos. “Los inversores tratan de dibujar en su mente cómo será India en el corto y medio plazo”, afirma Aniket Shah, de Jefferies Group, una respuesta que tienen clara en Morgan Stanley: “será el tercer mercado de capitales por volumen de contratación en 2030”.
El estatus de India en el orden bursátil internacional
El apelativo de cuarto centro financiero mundial de la NSE responde a criterios de nacionalidad. Con EEUU como líder indiscutible a comienzos de diciembre con una riqueza de 48,3 billones de dólares, casi la mitad del PIB mundial, seguida de China, con una capitalización conjunta de todas ellas de 9,6 billones, y Japón, con 5,9 billones cierra el pódium.
Sin embargo, la posición de la Bolsa de Mumbai se retrasa en el ranking de valoración de parqués de activos. El liderazgo indiscutible corresponde a la New York Stock Exchange (NYSE) con 24,3 billones de dólares. Wall Street opera desde 1792 y es la casa accionarial de gigantes como Apple o Microsoft -las dos compañías con mayor valor bursátil, más de 3 billones de dólares- o de Berkshire Hathaway, el brazo inversor de Warren Buffet. Le sigue el Nasdaq, que alberga especialmente firmas tecnológicas y valores ligados a la innovación como Amazon, Alphabet o Meta, con 20,13 billones. El tercero en discordia, lejos de estos volúmenes, con 6,93 billones a finales de 2023, es la Shanghai Stock Exchange (SSE) con un protagonismo crucial en la prosperidad de la economía china y en el asentamiento de sus inversiones foráneas.
En cuarto lugar, aparece Euronext, grupo bursátil paneuropeo que opera en mercados regulados de socios del euro -Francia, Bélgica, Países Bajos, Irlanda, Italia y Portugal- más Noruega, con 6,42 billones, y donde se asientan empresas de una multiplicidad de sectores como Accor, Air France-KLM, AXA, Christian Dior, Danone, France Telecom o Heineken. Le sigue el Japan Stock Exchange (JPX) -5,63 billones de capitalización-, un hub financiero de labrada reputación con Toyota, Sony o SoftBank como emblemas, y del Shenzhen Stock Exchange (SZSE), en funcionamiento desde 1990 y que acumula 4,67 billones de dólares como plataforma de startups y tecnológicas emergentes.
El SZSE es el mercado al que la bolsa india tiene más a tiro y al que sucede en la clasificación una vez rebasado al Hong Kong Stock Exchange (SEHK), y ya muy lejos de los 3,1 billones del London Stock Exchange Group (LSE) y de la Saudi Stock Exchange, conocida como Tadawul, con 2,83 billones, que cierran el top-ten.
Mark Matthews, de Julius Baer, describe las dinámicas que seguirá la actual trayectoria bursátil. “En términos de peso de sus índices generales, China irá retrocediendo e India irá ganando músculo inversor tras rivalizar una década en capitalización con su principal rival continental”. Aunque con matices, como destaca Charles Robertson, estratega jefe de macro en FIM Partners, para quien “India tiene todavía un largo trecho hasta dar la puntilla a China” porque “su potencial de crecimiento está aún muy por debajo de la riqueza acumulada por el gigante asiático”.
Para BNY Mellon, sin embargo, “la economía india está en disposición de añadir 8 billones más de dólares a su tamaño desde ahora hasta finales de la próxima década, con independencia de las volatilidades y a expensas de posibles conflictos, polarizaciones o escándalos políticos”, avisa su responsable para Asia, Aninda Mitra.
Mientras al presidente chino Xi Jinping se le complica una coyuntura con cada vez más problemas estructurales y con el nivel de confianza inversora más bajo en décadas, que ha acelerado la salida masiva de 6 billones de dólares de sus mercados de capitales desde noviembre. Este agujero ha obligado a Pekín a intervenir con rescate de 280.000 millones de dólares en la Bolsa de Hong-Kong, para tapar las fugas.
El ‘risks geoestratégico’ entra en juego
A Narendra Modi y a su partido Bharatiya Janata (BJP), la bonanza económica les ha deparado una balsámica estabilidad política y social. De hecho, las opciones de que Modi acceda a un tercer mandato en las elecciones de 2024 son cada vez más contundentes después de que, en diciembre, el BJP ganase los comicios de tres estados claves. La popularidad de Modi crece al calor de la pujanza que experimenta el conglomerado automovilístico del país (Tata) y al cobijo de la acumulación de peticiones de emporios americanos que, como Apple, trata de garantizar en las fábricas indias el flujo de abastecimiento de componentes para las baterías de sus productos o que, como Tesla, busca sede para sus modelos tras las reticencias chinas a sus prototipos, que compiten con la producción masiva de vehículos eléctricos nacionales.
Este cambio en las preferencias accionariales extranjeras entre China e India también encuentra justificación en el orden geopolítico y comercial. La influencia estadounidense en el denominado Diálogo Quad con Japón, India y Australia para preservar -dice la Casa Blanca- la estabilidad en Asia junto al brazo armado de esta coalición, el llamado AUKUS, , busca neutralizar el expansionismo regional de Pekín. La respuesta china ha sido calificar AUKUS como la OTAN asiática.
Otro movimiento denostado por China es el Tratado Indo-Pacífico, la unión aduanera impulsada por Washington y que involucra a Japón, India y a otra decena de naciones asiáticas en la promoción del comercio y las inversiones. Se trata de un espacio que acapara el 40% del PIB mundial y aúna a potencias de rentas altas -Corea del Sur, Australia, Nueva Zelanda o Singapur- y mercados emergentes como Indonesia, Filipinas, Malasia, Tailandia, Vietnam o Brunéi, pretende contrarrestar el peso chino en la región.
El viraje geoestratégico auspiciado por la Administración Biden por el patio trasero de China ha reactivado el gasto militar en ambas superpotencias, con cruce de acciones diplomáticas. Desde ventas de armas occidentales a clientes como Vietnam o Filipinas hasta alianzas geoestratégicas de Pekín con estados rivales o aliados descontentos de EEUU. En el terreno del comercio está la creación de corredores de conectividad entre Japón e India con los que tratan de minimizar el exitoso tránsito de mercancías de la Nueva Ruta de la Seda -iniciativa con involucración personal de Xi Jinping- o el aumento, a instancias de Biden, de créditos multilaterales a países asiáticos a cambio de exigir contratos de redes 5G ajenos a Huawei u otros operadores chinos.