La comida basura está en el punto de mira del ministerio de Consumo que dirige Alberto Garzón. En una entrevista este lunes en El Objetivo, el ministro dijo que es un “ámbito fundamental, que tiene que ver no solo con la fiscalidad sino también con la conciencia y el etiquetado. Hay un elemento de clase: evidentemente, la gente con menos recursos consume peor comida”.
La propuesta del nuevo Gobierno es poco precisa. Incluye establecer “obligaciones claras” en el etiquetado, basándose en el ya existente semáforo nutricional, y “revisar la fiscalidad de los alimentos ultraprocesados o ricos en grasas y azúcares”. Muchos interpretan esto último como una puerta abierta a subirles los impuestos, algo que dependería en última instancia de Hacienda.
Desde Consumo reconocen que aún no hay medidas anunciadas y que se ha montado una bola de nieve sin sentido, en relación a las distintas noticias —con la industria quejándose sobre cómo les puede afectar— publicadas después. El director de la patronal del sector, la Federación Española de Industrias de Alimentación y Bebidas, declaró que lo único que hacen medidas así es “disminuir la renta de los ciudadanos, especialmente a los de rentas más desfavorecidas”.
Es decir: que por un lado tenemos productos poco saludables que aparentemente consumen las clases más bajas y por otro una posible solución que consiste en subirlos de precio. ¿Tiene sentido?
¿Qué come la gente con menor renta?
Cuando pensamos en 'comida basura' probablemente imaginamos hamburguesas y pizzas de cadenas de comida rápida, donuts y bollos industriales y, como mucho, refrescos azucarados. Según NOVA, un reconocido sistema de clasificación de alimentos de la Universidad de Sao Paulo, los productos a evitar son los ultraprocesados. Estos incluyen helados, chucherías, panes de molde, repostería industrial, cereales de desayuno, bebidas de frutas, derivados cárnicos (hamburguesas, salchichas o nuggets), sopas en polvo y destilados, como ginebra, vodka o ron.
También es fácil caer en el estereotipo de que las clases bajas son las que más ultraprocesados consumen, mientras que las altas se alimentan a base de verduras, pescado y carne fresca. “En otros países está más que demostrado que las personas con mayor nivel de ingresos y educativo suelen tener una alimentación más saludable y viceversa”, apunta Carlos Fernández Escobar, médico residente de Salud Pública del Instituto de Salud Carlos III y miembro de la asociación de médicos de salud pública ARES. “Si tienes que comer 2.000 calorías al día, es más barato hacerlo a partir de alimentos insanos que de fruta, verdura y demás”.
En España, el Ministerio de Agricultura publica datos de consumo de alimentos según la clase social. Lo hace el informe anual de consumo alimentario, que analiza con detalle qué consumimos, cómo y cuánto nos gastamos en ello los españoles. El documento divide el consumo en fuera y dentro del hogar, siendo este último mucho más preciso.
En eldiario.es hemos calculado el consumo de cada alimento per cápita por clases sociales y el porcentaje de este sobre la media nacional. Un dato curioso es, por ejemplo, que las clases medias altas y altas consumen muchos más zumos de hortalizas que el resto. El siguiente producto que más toman respecto a la media es —menos sorpresas aquí — el jamón ibérico. Nutriscore, el sistema de clasificación elaborado por el Ministerio de Sanidad para el etiquetado de alimentos, asigna una etiqueta roja (la peor) al jamón. “A fin de cuentas, el jamón tiene mucha sal”, razona Fernández. “Cualquier etiquetado va a marcar que no es sano”.
Por contra, las clases bajas consumen mucho más anís que la media. Otros productos en los que destacan son la caballa fresca, el aceite de girasol, las ciruelas o los huesos de jamón curado.
En las categorías de platos preparados y repostería, la foto deja a los ricos peor que a los pobres. Las clases bajas consumen más arroz y pan fresco normal que el resto. Las clases altas, por su parte, destacan en bombones, cereales, chocolates, productos navideños y snacks de chocolate. Los platos preparados como la pizza, las cremas o las tortillas no son de consumo intensivo entre las rentas desfavorecidas y sí entre las pudientes. Las sopas y cremas son el plato preparado que más consumen los ricos.
“Hay alimentos insanos que son de lujo”, señala Fernández. “Los bombones, el jamón serrano, el zumo de hortaliza envasado... Es probable que esos los coma la población con más ingresos”. Si pasamos el sistema NOVA a los alimentos que mide el informe y destacamos aquellos productos de clasificación 4 (los peores y ultraprocesados), los ricos vuelven a salir peor parados que los pobres. Toman menos margarina y flanes que el resto, pero más whisky, ginebra, ron, bases de pizza o crema de cacao para untar. El alcohol destilado de alta graduación también está clasificado así.
“El panel del ministerio parece contradictorio, pero hay que ver cómo interpretar esos datos. El problema es que no están pensados para temas de salud, son de consumo”, añade el portavoz de ARES, que destaca que según la Encuesta Nacional de Salud el 73% de las personas de mayor clase social toma fruta fresca a diario, frente al 60% en la clase social más baja. “En todas las categorías hay mezclas de productos que pueden ser saludables y que no. Hacen falta estudios específicos, porque alimento por alimento es muy difícil. Y lo que suma es la dieta: tienes que coger a la gente y ver qué come en conjunto. Estos estudios no separan bien entre alimentos sanos e insanos y no tienen en cuenta todo”.
“Es una foto parcial. Hablamos de compra, no de dieta. Tampoco incluyen el desperdicio. Habría que mirarlo con detenimiento”, añade Miguel Ángel Rayo, jefe de estudios de la Escuela Nacional de Sanidad e investigador en la Sociedad Española de Salud Pública. “El patrón alimentario, para el que tenemos datos de sobra, es que la alimentación en las clases bajas es menos saludable”.
Los ricos beben más fuera de casa
El informe recoge nuestro consumo fuera de casa, considerando como tal cualquier ocasión extradoméstica (por ejemplo, comprar una bolsa de patatas para picar en la calle). El nivel de detalle es menor porque no categoriza más allá de bebidas (calientes y frías) y alimentos, con la excepción de los aperitivos. Estos incluyen patatas fritas, frutos secos, chocolatinas, chicles, caramelos y golosinas.
Según estos datos, las clases altas consumen un 17% más fuera de casa que el resto. El porcentaje se eleva al 28% en el caso de los alimentos y del 20% en el de las bebidas calientes, como el café para llevar. Aunque las clases bajas consumen un 10% menos que el resto fuera de casa, en su caso destacan los aperitivos.
“Desde salud pública vemos un problema en el entorno”, continúa Fernández. “No es que la gente no quiera o no sepa cuidarse, sino que hay una expansión de la comida ultraprocesada. Solo hay que fijarse en las máquinas expendedoras, que hay hasta en hospitales”. En este sentido, hay estudios que han detectado que la oferta de comida basura es mayor junto a colegios de barrios desfavorecidos. “Las medidas tendrían que ir encaminadas a que sea fácil comer sano y difícil comer insano. El etiquetado ya lo propuso el gobierno anterior; el impuesto es la primera vez que se menciona públicamente. Nosotros estamos a favor”.
El impuesto a la 'comida basura' que más se ha probado en el mundo es el de las bebidas azucaradas, que dentro de España ya funciona en Catalunya.
“De forma aislada, es el alimento para el que más evidencia existe que supone un riesgo de obesidad. Es difícil encontrar esta evidencia en otros alimentos aislados. La bebida azucarada no es más que agua y azúcar, nutricionalmente no aporta nada, así que tiene toda la lógica aplicarle un impuesto”, razona Royo. La encuesta de salud también expone que el porcentaje de gente que toma estas bebidas a diario es superior entre clases bajas(14%) que entre clases altas (4%). “Además, es muy sencillo de aplicar. Se ha visto que es efectivo en muchos países. En Catalunya también, aunque la subida del precio no ha sido muy grande. Esto no es nuevo. Si tú quieres reducir el consumo de un producto no saludable, la medida más efectiva es aumentar el precio. Sobre todo para jóvenes. Se ve con el alcohol y el tabaco”.
Un artículo publicado en Funcas reconocía su eficacia en tanto que las bebidas azucaradas son bienes elásticos: su demanda cambia en función de su precio (los alimentos básicos son menos elásticos: mucho tienes que subir el precio para que la gente deje de comprarlos). “No obstante”, señalaban los autores, “es necesario conocer la intensidad de los efectos sustitución para tener un diagnóstico completo”. Es decir: habría que estudiar si la gente deja de tomar el refresco azucarado para pasarse al light (con menos azúcar), al zumo concentrado o incluso a una bebida alcohólica.
“La política impositiva puede ayudar a cambiar el comportamiento de los individuos cuando la demanda presenta sensibilidad a los precios. Aún en el caso de que sean elásticas, para cambiar hábitos de consumo son necesarios incrementos fuertes en precios ”, explica Desiderio Romero, economista senior de Funcas y uno de los autores a eldiario.es. “Esto es lo que recomienda la OMS con el tabaco. Por otro lado, el cambio en hábitos de consumo debe ir acompañado de regulación (limitando el uso de grasas saturadas, limitando el uso excesivo de sal o azúcar o conservantes dañinos para la salud, regulando el uso de publicidad engañosa con productos ”saludables“, etc.). La regulación en el tabaco es un ejemplo”.
¿Cómo funcionaría una tasa a toda la comida basura? Los alimentos ultraprocesados, continúa Royo, “son un mundo más complejo”. Hay platos preparados saludables y otros que no lo son. “Lo más sencillo y operativo sería ajustar el IVA en función de la calidad nutricional de los productos. Definir: básicos, saludables y no saludables e incluso reducir el IVA a cero”, considera. “El objetivo del impuesto es reducir el consumo. Si es lo suficientemente alto, conseguirás que se reduzca en las clases bajas. Por tanto, se verán beneficiadas. Seguirá habiendo gente de clase baja que consuma alimentos poco saludables, pero para eso está la política integral: utilizas los recursos que se obtengan del impuesto para la promoción de la salud o subvencionas a las clases más desfavorecidas las frutas y verduras”.
En otras palabras: subir el precio a lo malo y bajárselo a lo bueno. “Eso sería perfecto”, concluye Fernández. “Así favoreces que la población más pobre pueda acceder a una dieta saludable”.