En un momento de campaña electoral continua, hablar de grandes consensos políticos puede parecer casi ciencia ficción. De su necesidad trata el libro El arte de pactar (Catarata), que firma Marga León, profesora de Ciencia Política en la Universitat Autònoma Barcelona (UAB) y experta en políticas públicas y los Estados de bienestar. La docente subraya la importancia de sacar de la creciente polarización política temas clave para el país, como los impuestos y la igualdad. Una polarización que es “muy atractiva” para los medios, que compran muchos ciudadanos y que ejercen los partidos. “No solo los de la extrema derecha”, advierte León.
En un momento con cada vez más auge de la polarización política decide mirar hacia los consensos, hacia el “arte de pactar”. ¿Por qué se embarca en este libro?
Aborda cosas en las que llevo trabajando desde hace mucho tiempo. Es un libro para los tiempos tranquilos de la política. En este ciclo permanente preelectoral, luego electoral, luego postelectoral, al que parece que estamos un poco condenados en España, la lógica es otra. En la competición electoral, por definición, se evita que se den las condiciones para el entendimiento entre los partidos, incluso entre los que son próximos.
En cambio, los consensos que abordo en el libro son más de largo plazo, para la parte que trata sobre la acción de la política, que son las políticas públicas. No sobre la lucha del poder.
Manifiesta la necesidad de generar consensos políticos ante retos importantes como el del futuro del Estado del bienestar. Sin embargo, señala también que tenemos un nuevo actor político, Vox, que avanza en contra de los grandes consensos. Incluso en temas en los que se habían alcanzado ciertos marcos, como la igualdad de género.
La extrema derecha es una de las principales amenazas de las democracias contemporáneas. No solamente es un problema de España, va mucho más allá. Pero creo que nos equivocamos si pensamos que solo es la extrema derecha la que hace peligrar los grandes consensos.
Por ejemplo, en esta última legislatura, la competencia dentro de la izquierda también ha hecho saltar por los aires consensos sobre la igualdad de género. Cuando la polarización política es muy elevada, tensiona mucho. E incluso en ámbitos en los que se ha podido construir un consenso transversal con mucho esfuerzo, la lógica de la polarización lo quiebra. Creo que en la izquierda también ha habido actores políticos a los que no les ha interesado el consenso.
Sitúa el foco en el Estado del bienestar y en cómo ha dejado de ser un ascensor social como pasaba décadas atrás. ¿Cuáles son los principales retos para que se facilite más esta movilidad en la sociedad actual?
El Estado de bienestar no funciona como ascensor social como tiempo atrás, aunque nunca ha funcionado tanto como pensábamos, pero ahora tiene menos capacidad redistributiva. Esto de nuevo es común, no es una cosa específica de nuestro país.
Está ocurriendo con unas instituciones que se crean en un contexto determinado, de gran expansión después de la Segunda Guerra Mundial, y todo cambia: el mercado de trabajo, las sociedades, los escenarios políticos... Esa arquitectura del Estado de bienestar ahora tiene muchos problemas para responder. Sobre todo, por dos motivos.
¿Cuáles?
Por una parte, por la creciente desigualdad, que dificulta mucho la capacidad de que sean efectivas políticas cohesionadoras. Y otro de los problemas es que las sociedades son más diversas y más complejas. O sea, que no hay una política que resuelva todos los problemas, sino que hay que atinar mucho más.
En el caso específico de España, tenemos un Estado de bienestar que gira mucho en torno al sistema de protección social de prestaciones clásicas, pensiones y desempleo. En cambio, para el perfil de mayor riesgo de exclusión y pobreza, que ahora son familias con niños pequeños, no tenemos los instrumentos necesarios. Porque donde más falla nuestro Estado de bienestar es precisamente en prestaciones económicas a las familias.
En principio podría pensarse que la inversión en infancia podría ser una política que genere consenso. ¿Por qué no vemos un gran pacto en este tema?
Avanzamos muy poco en el tema de prestaciones. Sobre el problema de pobreza infantil, la falta de ingresos se resuelve con ingresos. El ingreso mínimo vital ha resuelto parcialmente la pobreza relativa, ha sido un ejemplo de consenso que era muy difícil imaginar y logró un acuerdo casi unánime en 2020, todos los partidos votaron a favor con la única excepción de Vox, que se abstuvo. Es muy difícil pensar que se hubiera dado un paso así sin contexto de pandemia.
Pero el ingreso mínimo vital debería convertirse en una política estructural, no de emergencia ante la COVID-19. Y si es una política estructural, necesitamos mejorar mucho la prestación porque todavía hay muchos problemas, mucha gente a la que no le llega.
Esto ocurre en España, pero no tanto en otros países europeos, donde invierten más en infancia y tienen menos pobreza.
No sucede tanto, no. Aquí no llegamos a toda la pobreza severa y hay agujeros negros por muchas partes. Necesitamos reforzar mucho este ámbito y esto quiere decir más presupuesto. Más dinero. ¿Hay margen presupuestario? Esto ya es más complicado.
Sobre esto, los especialistas en fiscalidad destacan que España mantiene una gran distancia con la media europea en presión fiscal, de más de seis puntos del PIB, lo que supone una merma importante de recursos públicos. ¿Podemos implementar estas mejoras en prestaciones familiares sin una reforma fiscal?
No soy especialista en política fiscal. Pero el debate sobre si necesitamos más dinero para hacer según qué cosas me parece que es mucho más complicado que el de valorar, con el dinero que tenemos: ¿cuáles son las mejores políticas que podemos hacer?
Creo que tenemos un nivel de gasto social que nos permite esta pregunta. Hay mucho margen para mejorar muchas cosas, redistribuyendo el presupuesto que tenemos destinado a gasto social.
Hay un problema cultural, tenemos que entender que los servicios públicos se pagan. Todavía decimos ‘esto es gratis’ y no hay nada gratis, todo se paga
Pero, ¿eso supondría modificar las prestaciones que hoy tenemos o reducir otras partidas de gasto social?
Habría que hacer un planteamiento. El tema de las pensiones es súper delicado, no quiero plantearlo como un conflicto generacional, pero esta última reforma no contiene el gasto y hemos tenido políticos diciendo que las pensiones ayudan a las familias. Sí, pero no deberían.
Las pensiones son para los pensionistas, no deberían estar cumpliendo otra función y, si cumplen con ella, a lo mejor es que tenemos que replantearnos el sistema. Porque creo que hay un problema de distribución del diseño del gasto social, no solamente de falta de ingresos para hacer políticas.
Un aumento de los recursos públicos a través de la fiscalidad, que facilitaría ampliar el Estado de bienestar, es complejo cuando la derecha está instalada en el mensaje de bajadas generalizadas de impuestos y lo que denomina en el libro “demagogia” fiscal.
Creo que hay un problema cultural. Tenemos que entender que los servicios públicos se pagan. Todavía decimos ‘esto es gratis’. No, no hay nada gratis, todo se paga. Entonces, movimientos para que realmente podamos entender cuál es el coste de cualquier servicio público y qué es lo que obtenemos a cambio, a lo mejor ayuda.
Y es una muy mala noticia que el tema de los impuestos entre en la batalla electoral. Cuanto más trabajo haya de fondo y más al margen esté este tema, mejor.
No solo en elecciones, sino en general ante la creciente polarización, usted apuesta por sacar ciertos temas de la contienda política para facilitar los acuerdos políticos.
Lo digo en el libro: cuando los temas son de verdad importantes, ya no se pueden discutir en el Parlamento, sino en las comisiones parlamentarias. Porque el Parlamento ha adquirido una función fundamentalmente performativa, los partidos están haciendo un teatro, en el que se tiene que explicitar la confrontación.
Si hay algo realmente importante, lo mejor es discutirlo sin los focos delante, sin las cámaras. Hay que entender que hay que preservar los temas realmente importantes de la polarización. Un ejemplo muy claro son las políticas de igualdad. Hace unos días Feijóo dijo que el Ministerio de Igualdad era prescindible. ¿Nos sorprende? A mí no. ¿Es de todos el Ministerio de Igualdad o es de un partido? El Ministerio está muy asociado a Unidas Podemos.
Esto es un desastre, porque claro que necesitamos un Ministerio de Igualdad que consiga poner en marcha políticas en las que haya suficiente consenso. Otra cosa es que luego llegue un gobierno que crea más o menos en este tema y dé más o menos dinero, pero el PP antes estaba en el Pacto contra la violencia machista. Cuando se rompe es ahora y ciertamente Vox no ayuda nada, pero no solamente es Vox.
Además de a los partidos, también señala a los medios de comunicación por centrarse en exceso en la confrontación.
Nos pasa una cosa con la polarización: que es muy atractiva mediáticamente. Los discursos se simplifican una barbaridad, todo es blanco o negro. Los medios tienen una gran responsabilidad ahí porque no toda la política está polarizada. Hay una parte pequeña que la sufre, pero hay mucha otra que alcanza compromisos. Ha habido muchos en esta legislatura. En cambio, nos creemos que toda la política está polarizada y los medios tienen una responsabilidad ahí.
¿Cómo se puede salir de este bucle?
Esto es más difícil. El diagnóstico lo tenemos clarísimo, pero la prospectiva se nos da peor, es más compleja. Hay una parte que tiene que ser un compromiso de los partidos políticos: todo no puede estar volando por los aires cada dos por tres. Y esto interpela a todos.
Un espacio político más fragmentado no necesariamente es un espacio político más polarizado, pero en España no tenemos cultura de la coalición, ni del consenso. En otros países donde siempre hay gobiernos de coalición, la necesidad del pacto está clarísima para todos. Esto es un aprendizaje.
También hay que entender que la acción de la política son las políticas públicas, no es el poder. No es el poder por el poder, sino que es el poder para hacer cosas.
¿Se podrían crear más Pactos de Toledo, como sucedió con las pensiones para sacar ciertas materias de la pugna política?
El gran éxito del Pacto de Toledo fue el decir que había un tema tan sensible y tan importante, el de las pensiones, que había que sacarlo de la contienda electoral. Bueno, pensemos ahora cuáles son esos temas. La reforma fiscal podría ser perfectamente uno de ellos, también el Sistema Nacional de Salud, el educativo...
Identifiquemos los temas que necesitan salir de ese ruido que tenemos permanentemente. Esto no quiere decir que todos los gobiernos vayan a apostar por las mismas cosas, evidentemente no.
¿Qué lecciones nos puede dejar el diálogo social, que ha logrado una gran cantidad de acuerdos en la última legislatura pese a las dificultades y el clima de fricción política?
El acuerdo social en España siempre ha sido muy importante. Cuando han conseguido pactos y cuando no, porque ha habido mucho conflicto en la calle, así que tiene un trazo histórico.
Sobre estos últimos acuerdos, me parece que el talante de las personas es importante. Quién está discutiendo o negociando los compromisos tiene mucho que ver. Creo que tenemos una ministra de Trabajo que ha sido una gran negociadora y eso no se puede decir de todo el mundo, aunque también creo que no ha sido la única. Teresa Ribera o Nadia Calviño, cuando se estaban negociando cuestiones como el tope energético, han tenido una enorme capacidad de negociación en Bruselas.