BMW ha reducido la producción de algunos modelos porque ya no llegan las piezas de recambio de su proveedor ucraniano, Airbus tiene problemas de stock de titanio, Michelin no dispone de todas las materias primas necesarias, algunas siderúrgicas han paralizado su actividad…. La enumeración de disrupciones sirve para medir la dimensión de las consecuencias de la guerra y del incremento del precio de los recursos básicos y de la factura energética en la industria europea. La última, una de las más llamativas, fue la vertical escalada del níquel en el mercado de metales de Londres, hasta superar los 100.000 dólares por tonelada, un máximo histórico, y poner en jaque la producción de acero inoxidable y de baterías eléctricas, clave para las fundiciones, la construcción, el sector automovilístico o el de las renovables.
La industria sufre precios de crisis sin que haya problemas reales de demanda. La invasión de Ucrania por parte de Rusia ha agravado las presiones inflacionistas que venía sufriendo la industria, junto a la escasez de piezas como los semiconductores o chips, y el shock impacta en los mercados financieros y en la economía real, en movimientos violentos como el sufrido por los futuros que cotizan sobre la tonelada de níquel. En apenas horas, llegaron a subir cerca de un 250% a máximos históricos en la noche del lunes al martes, provocando que se suspendiera su negociación.
“Lo del níquel es mezcla de que mucho sale de Rusia y de pánico comprador por cobertura de posiciones cortas”, resume el economista Juan Ignacio Crespo, en referencia al estrangulamiento de las apuestas bajistas, las que esperaban que el precio del metal iba a caer y han tenido que claudicar propiciando más subidas. “No es un problema generado en los mercados sino por la guerra y las sanciones; esta vez lo financiero sufrirá, pero se origina en lo material”, continúa el experto.
“El peso de Rusia en ese mercado es importante y hay disrupciones en el transporte físico de níquel”, añade Alicia García Herrero, economista jefe de Natixis para Asia-Pacífico, quien incide en que “en realidad es una prueba más de las enormes disrupciones que vamos a ver en los mercados de materias primas por el conflicto en Ucrania”.
De Rusia procede un 63,2% del total del níquel que importa la UE –253.000 toneladas en 2020–, un comercio amenazado por la invasión de Ucrania, junto al de otros metales, como el aluminio, el 14% del total importado en el club comunitario es ruso, o el cobre, para el que el mismo porcentaje se queda en el 4,4.
La escalada de todos estos recursos a máximos históricos o de los últimos años aumenta los costes de las empresas, y en especial de las industriales, fuertemente presionadas también por una factura energética cada vez mayor por la subida del petróleo y del gas y que desde el inicio de la pandemia viene sufriendo la escasez de componentes.
En el caso del automóvil, la patronal del sector en España, Anfac, traslada que todavía es pronto para calcular el impacto de la guerra, pero recuerda que en enero la producción todavía estaba afectada por los cuellos de botella en las cadenas de suministro del comercio mundial. “Los bajos niveles de demanda y la crisis de los microchips continúan afectando negativamente a la producción y a la exportación”, lamentaba su último informe, publicado el 23 de febrero, justo antes de la invasión de Ucrania.
En ese mismo documento denunciaba que “nos estamos quedando atrás en electrificación respecto del resto de los países”. Según incide Anfac, “ya se ha aprobado la orden de bases del PERTE –Proyectos estratégicos para la recuperación y transformación económica– VEC –vehículo eléctrico y conectado– y es necesario que se agilice el proceso para movilizar los fondos y la industria”. Otro riesgo directo de la actual crisis y de la escalada de las materias primas es la incertidumbre sobre la transición energética y las inversiones verdes.
Pacto de rentas
El impacto final sobre la inflación general de la guerra ha llevado al Gobierno a plantear un pacto de rentas para repartir los daños entre empresas y trabajadores en España, aunque surgen múltiples dificultades para imponer medidas objetivas de control de precios a las primeras para compensar la pérdida de poder adquisitivo de los segundos.
Los sindicatos mayoritarios ya han advertido que temen que el pacto de rentas se concentré solo en los salarios, ya que surgen dudas sobre las posibles medidas para controlar precios, y concretamente los de la energía. Incluso admitieron que cambiar el sistema marginalista de fijación de precios, bajo el que se acaba pagando el megavatio más caro de todos los generados, “no depende de España”, sino de la Comisión Europea.
Este mismo martes, el Ejecutivo comunitario propuso un plan para “reducir la demanda de gas ruso en dos tercios” en 2022; pidió aumentar las reservas de gas al 90% y confirma que los Estados “pueden fijar precios regulados” para hogares y empresas golpeadas por la crisis
¿Un nuevo equilibrio en el mercado de materias primas?
El equipo de analistas de Morgan Stanley habla de “un escenario en el que una parte significativa de la oferta rusa de recursos básicos quedará excluida del mercado –este mismo martes Estados Unidos anunció la prohibición a las importaciones de productos energéticos rusos (petróleo, gas o carbón)–, por lo que es probable que los precios sigan siendo muy volátiles, hasta que el impacto real de la oferta se vuelva más claro y pueda comenzar a establecerse un nuevo equilibrio”.
“El problema ya no solo es la subida de precios de las materias primas por el acceso que se está dificultando por disrupciones en cadenas de transporte debido a las sanciones, y no tanto por las financieras impuestas, sino también las medidas voluntarias que está tomando el sector privado mas allá de estas sanciones”, continúa Alicia García Herrero.
“Las consecuencias son lo que ya se ve: inflación, menor crecimiento (salvo por el gasto en armamento) y muy probablemente recesión”, advierte Juan Ignacio Crespo. “España y Europa son importadoras netas de materias primas, por lo que todo esto se va a llevar una buena parte de nuestro crecimiento este año. De continuar, posiblemente entre un cuarto y un tercio del crecimiento europeo, aunque también dependerá del BCE y de medidas fiscales que se puedan tomar”, explica la economista de Natixis.
La política monetaria expansiva del BCE vuelve a surgir como la principal palanca para amortiguar el shock en el conjunto de la eurozona, y las actas de la última reunión de la institución, que celebró antes de la invasión, muestran que algunos miembros de su consejo de gobierno ya estaban a favor de una “normalización prudente” de las extraordinarias medidas adoptadas en la primavera de 2020 para evitar que la pandemia de coronavirus se convirtiera en una crisis financiera y de liquidez similar a la de 2008.
El BCE se reunirá de nuevo este jueves el 10 de marzo, y se espera que vuelva a cerrar la puerta a una subida de los tipos de interés oficiales este año, incluso que valore nuevas medidas expansivas ante el final previsto del programa de emergencia de compras de deuda a partir de abril.
Antes de la guerra en Ucrania, el BCE ya se dejó margen para aumentar su presencia en el mercado si considerara necesario contener una incremento de los costes de financiación, especialmente críticos para economías sobreendudadas como la de España, y aumentó el programa ordinario de adquisición de bonos de los 20.000 a los 40.000 millones al mes a partir de abril, hasta octubre.
La institución que preside Christine Lagarde afrontará la reunión con el respaldo de la información adelantada por Bloomberg este martes sobre la intención de la Comisión Europea de emitir deuda conjunta para financiar las consecuencias de la guerra.