Nueva Zelanda presentará el próximo jueves su primer presupuesto de “bienestar”, que prioriza la mejora en la calidad de vida frente a los indicadores económicos, en lo que sus partidarios ven un ejemplo de vanguardia social y sus detractores pura retórica.
“Si bien el crecimiento económico es importante, y es algo que seguiremos buscando, por sí mismo no garantiza las mejoras de los estándares de vida de los neozelandeses”, dijo el pasado viernes la primera ministra, Jacinda Arden, en un encuentro con empresarios en Auckland.
“Nadie quiere vivir en un país donde, a pesar de un fuerte crecimiento económico hay familias sin hogar, el medio ambiente se degrade con rapidez o las personas con problemas de salud mental no reciban el tratamiento que necesitan”, añadió la dirigente laborista.
El presupuesto -cuya preferencia por el bienestar fue anunciado por Ardern en el Foro Económico Mundial de Davos de enero- pone el foco en la indigencia, la pobreza infantil, la violencia doméstica y la salud mental, así como en la situación de los maoríes y los indígenas del Pacífico.
Ardern defendió cambiar el enfoque tradicional del presupuesto basado en un análisis de coste beneficio “cortoplacista” y centrarlo “en áreas en las que las pruebas muestran que tenemos grandes oportunidades para mejorar el bienestar de los neozelandeses”.
Para establecer las prioridades se utilizó una herramienta del Ministerio de Finanzas llamada “Marco de los estándares de vida”, basado en parámetros como la identidad cultural, el medio ambiente, la vivienda, los ingresos, el consumo y las conexiones sociales.
Para financiar el giro hacia el bienestar, Ardern dio instrucciones a sus ministros para que identifiquen áreas en las que se puedan hacer recortes y elevó el límite de la deuda neta del 20 al 25 por ciento del PIB, lo que ha sido criticado por la oposición conservadora.
La búsqueda del bienestar en el presupuesto se aplicará a los “nuevos gastos y no a todo el presupuesto de forma integral”, precisó a Efe Arthur Grimes, expresidente del Banco Central de Nueva Zelanda y profesor de Economía de la Universidad Victoria.
“Esto es importante saberlo porque los nuevos gastos son una pequeña parte del presupuesto”, acotó.
“La retórica es nueva, pero la práctica no lo es”, añadió Grimes que señaló que los anteriores gobiernos del país ya incluyeron medidas de asistencia social en sus presupuestos y que el cambio estaría más en la atención en “unos cuantos aspectos específicos del bienestar”.
Las cuentas del Bienestar pillan en un buen momento a Nueva Zelanda que, según prevé el FMI, crecerá un 2,5 % en 2019 y un 2,9 en 2020 pese al ralentizamiento de la economía global y la guerra comercial entre Estados Unidos y China.
Su economía, que ha sido calificada como una “estrella del rock”, no es inmune a la incertidumbre global que podría afectar las exportaciones del país, que goza de una baja inflación, una tasa estable de paro, superávit presupuestario y una deuda pública moderada.
“Pero, ¿cómo podemos ser 'estrellas de rock' con indigencia, pobreza infantil y con un alza de la desigualdad?”, se preguntó el ministro de Finanzas, Grant Robertson.
La iniciativa neozelandesa sigue a la de Bután, que en 2008 introdujo el indice de felicidad nacional para guiar la política de su gobierno, y a declaraciones como las del ex primer ministro británico David Cameron o del expresidente francés Nicolás Sarkozy, que en su momento abogaron por priorizar como criterio el bienestar frente al PIB.
Pero según Grimes, la propuesta gubernamental plantea dudas debido a la falta de metas claras y de mecanismos para evaluar sus resultados y por dar por descontado que la mejora de ciertos aspectos llevará a la gente a pensar que también mejora su bienestar.
“No sabemos si esto ayudará a la gente a mejorar sus vidas. Esto es algo que falta (...) no tenemos cómo medirlo”, dijo el expresidente del Banco Central.
“La intención es fantástica, la retórica es mejor y estamos aguantando la respiración para ver cuál es la sustancia”, concluyó Grimes.
Rocío Otoya