El escándalo perseguía a Pier Paolo Pasolini cuando en 1950 llegó a Roma, pero fue ahí, en las calles salvajes de la “Ciudad de Dios”, donde nutrió su estilo provocador y su poética, anticipada enseguida en unos escritos ahora traducidos al español.
Entre esa fecha y mediados de los años 60, el artista publicó una serie de textos recopilados tras su muerte en “Storie della città di Dio” (1995). Y la antología se publicará en español por primera vez el 13 de noviembre bajo el título “La Ciudad de Dios” (Altamarea).
Pasolini, el gran intelectual italiano de la segunda mitad del siglo XX, abandonó Friuli Venecia Julia (norte) con 28 años para trasladarse a Roma, denunciado por corrupción de menores y actos obscenos y expulsado del poderoso Partido Comunista italiano.
Llegó junto a su madre y con unas pocas liras, pero pronto su figura quedaría vinculada de forma indeleble a Roma, donde vivió hasta su asesinato en Ostia a manos de un prostituto en una noche como la de hoy, 2 de noviembre, de 1975 en circunstancias no del todo claras.
En estos cuentos y crónicas, Pasolini ya anticipa, a inicios de los 50, su sensibilidad por el proletariado urbano y las clases más desfavorecidas, su desdén por la burguesía y la Democracia Cristiana y su crítica al capitalismo y a la sociedad de consumo.
“Toda la literatura y la filmografía de Pasolini sobre Roma hasta 1960 depende un poco de los ensayos que se ven en estos cuentos”, explica a Efe Lorenzo Bartoli, profesor de Filología italiana en la Universidad Autónoma de Madrid y autor del prólogo del libro.
Roma y sus suburbios son clave en su ideario. Antes de llegar había escrito varios libros de poesía pero fue en esa ciudad donde ambientó sus grandes novelas, como “Ragazzi di vita” (1955) o “Una vita violenta” (1959), y se inició como director con películas como “Accatone” (1961) o “Mamma Roma” (1962).
En su universo, la capital es toda una contradicción, es una urbe de gloria pretérita en la que, al mismo tiempo, habita un ánima primitiva y salvaje, donde en definitiva “la pobreza y la belleza son una sola cosa”, escribía en 1950 en “Muchacho y Trastevere”.
Así, sus escritos son todo un fresco de la sociedad romana de la época, descrita con su verismo descarnado de tintes neorrealistas.
Por ejemplo en el cuento “El cazón”, publicado el 20 de septiembre de 1950, Pasolini acompaña a un joven que trata de vender un pescado en mal estado robado previamente entre el guirigay del mercado de Testaccio, ocultando con artimañas su putrefacción.
Los personajes de sus cuentos, algunos de los cuales aparecen en sus obras, campan por la plaza de Campo dei Fiori, roban furgones a los soldados estadounidenses, se pelean, juegan al fútbol en descampados gritando en dialecto y malviven en oscuros tugurios.
Dentro de “La Ciudad de Dios” también está el Pasolini más político, con artículos como el que escribió para defender el derecho a la vivienda al comentar la ocupación de varios edificios por unas seiscientas mujeres en marzo de 1961, un caso recogido en el artículo “Los hoteles de masas”.
Bartoli cree que uno de los grandes temas que emanan de la obra de Pasolini es el de la “redención”, pues su temática deriva de su propia vida, también de su homosexualidad, para ofrecer a fin de cuentas símbolos de valor universal. Es la “poética de la culpa”.
“La búsqueda de la redención de una culpabilidad que arrastra biográficamente es la matriz que acompaña a todos sus personajes, tanto de sus libros como sus películas”, alega el filólogo.
De ese modo Pasolini, conocedor de la Roma más sórdida, parece excavar dentro de sus personajes -pícaros, prostitutas, proxenetas o muertos de hambre- en busca de bondad y dignidad, de esa mera contradicción.
Lo resumía en su denuncia de los tugurios del extrarradio, “nidos de enfermedades, de violencia, de delincuencia y de prostitución” ante las indolente mirada de la burguesía y el poder pero que, a la vez, condensaban “el mal en estado puro y el bien en estado puro”.
Y precisamente en busca de esa redención, casualidades de la historia, aquel joven y aún desconocido escritor llegó a la capital del Tíber en pleno Jubileo, un año santo en el que el poder sacro otorga a los hombres la indulgencia de sus pecados mundanos.
Gonzalo Sánchez