Alemania y Francia se miran de reojo y miden constantemente sus fuerzas. El eje franco-alemán, que surgió de la necesidad tras la II Guerra Mundial y que se reactivó en los años del Brexit y durante la pandemia, da señales de agotamiento. París y Berlín llevan meses de desencuentros que han provocado un debilitamiento de esa alianza estratégica que pone en riesgo las grandes reformas que la UE tiene previstas para los próximos meses: las nuevas reglas fiscales y la modificación del mercado eléctrico.
La Alemania de Angela Merkel era el gigante económico temido por los países del sur por las recetas austericidas que impuso en la crisis de 2008. Ahora el marco ha cambiado radicalmente y la UE encaró la crisis de la pandemia, primero, y de la guerra en Ucrania, después, con una política de gasto expansiva. Pero los 27 sabían que la barra libre no iba a durar para siempre y ahora toca retomar la ortodoxia para reducir los niveles de déficit y deuda.
En lo que están prácticamente de acuerdo es en que las antiguas reglas fiscales no valen. En buena medida porque el alto nivel de exigencia –una reducción de una veinteava parte de la deuda al año– era impracticable y nunca se llegó a poner ninguna sanción. La intención ahora es que los estados miembros diseñen sus caminos de reducción, que la Comisión Europea tendrá que aprobar, y que el castigo por sobrepasar los niveles del 3% del déficit y el 60% de la deuda sea más realista.
El procedimiento ‘a la carta’ nunca ha convencido a Alemania, que encabeza la ‘rebelión’ de un grupo de países frugales que también desconfían de que sea Bruselas el único filtro. Su demanda es que haya cifras y objetivos concretos y cuantificables para todos. El ministro de Finanzas germano, Christian Lindner, que consiguió colar una reducción anual del 0,5% de déficit al año en la propuesta de la Comisión Europea, pelea por que la deuda tenga que bajar un 1% al año.
El principal choque en la reunión de los ministros de Economía en Luxemburgo se produjo con el francés, Bruno Le Maire, que se opuso a las reglas “automáticas y uniformes”. “Sería un error político y económico. Ya lo hemos probado en el pasado y ha conducido a la recesión, a dificultades económicas y pérdida de producción y crecimiento. Es lo contrario de lo que queremos”, advirtió. No obstante, también Bruselas y países grandes, como España e Italia, se oponen al criterio de Alemania. Lo que pasa es que nadie en la UE se imagina una reforma de las reglas fiscales sin el visto bueno de su principal economía.
Con el mismo nivel de complicación están encarando los 27 la negociación de la reforma del mercado eléctrico, que también pretenden que esté culminada a final de año. A Alemania, que lo ha pasado mal por su alta dependencia del gas ruso, le apremia el cambio mientras que Francia quiere ante todo garantías para su energía nuclear.
El enfrentamiento quedó claro en la reunión de ministros del ramo esta semana. La presidencia sueca, a quien corresponde pilotar las negociaciones, les emplazó a dialogar bilateralmente para ver si se desencallaba el desencuentro, según fuentes presentes. Pero la reforma del mercado eléctrico fracasó.
La principal fisura es que los países con peso de la energía nuclear quieren que los contratos por diferencia –en los que se acuerda un precio entre comprador y vendedor, que se liquida posteriormente– se apliquen a las instalaciones de generación de electricidad existentes donde se realice una inversión para incrementar su capacidad de generación o prolongar su vida útil. Alemania encabeza la posición de los que quieren limitar esa posibilidad y que, en todo caso, solo se aplique de manera proporcional al incremento de capacidad resultante de la inversión.
“No me gusta que nadie piense que la regulación europea es para resolver los problemas de dos países grandes. No es válido resolver el problema de Francia y el de Alemania, y generar distorsión en el resto. Es muy importante dar cobertura al interés general de los Veintisiete”, lamentó la vicepresidenta tercera, Teresa Ribera, en una entrevista en La Vanguardia, en la que admite sus recelos por la posición francesa, pero también respecto a la ambición que pretende Berlín respecto a la protección a la industria: “La cuestión es si ese ahorro se distribuye por igual dentro del sistema o si se pueden seleccionar unos colectivos u otros, que es parte del debate con Alemania. Con los consumidores domésticos vulnerables no hay conflicto. Con los industriales, empieza a plantear algún problema, ¿por qué unos sí y otros no? Esto hay que resolverlo”.
Un “standby” en las relaciones franco-alemanas
“En cosas importantes siempre se van a enfrentar, por ejemplo, con el tema nuclear”, explica Dolores Rubio, profesora de Relaciones Internacionales en la Universidad Complutense: “Todo lo que tiene que ver con la Unión Europea se pueden convertir en cualquier momento en polos de fricción”.
“Depende del momento. Un día son unos [asuntos] y en otro momento son otras cosas, que incluso no salen en la prensa. Por ejemplo, en cosas que tienen que ver con la libre circulación de mercancías, todos los días se están produciendo fricciones entre Francia y Alemania”, agrega Rubio sobre la relación de vecindad de dos potencias, una mundial y otra regional.
Aún así, la profesora asegura que “la puerta de la diplomacia nunca se ha cerrado: ”Lo que pasa es que, bueno, a veces hay más avances, a veces hay menos. Y ahora estamos en standby“.
Suspicacias sobre el rearme alemán
La desconfianza viene, no obstante, de largo y ha tenido su punto álgido a raíz de la guerra en Ucrania por las discrepancias en la política de seguridad y defensa. La invasión rusa de Ucrania llevó al canciller, Olaf Scholz, a impulsar un fondo especial de 100.000 millones de euros destinado a modernizar el Ejército alemán. Esa decisión, sumada a que ha mostrado inclinación por los proyectos de EEUU por encima de los europeos, provocó suspicacias en el Elíseo.
Mientras que Merkel y Macron fueron de la mano en la relación con China en 2021, el viaje de Scholz el pasado otoño a Pekín provocó un fuerte malestar en los socios europeos, que lo interpretaron como un intento para representar a su país por encima de los intereses de la UE, que en ese momento comenzaba a replantearse cómo reducir la dependencia de Pekín. Y es que “la alianza implica rivalidad”, según reconoce la profesora Rubio.
Pero fue apenas unos meses después cuando el presidente francés, que fue bastante complaciente con Xi Jinping en su visita, tensionó a los 27 al marcar distancias con EEUU respecto al conflicto de Taiwán. Uno de los países que le reprendió fue Alemania.
Por otro lado, tampoco sentó bien en el seno de la UE, con Francia a la cabeza, que Alemania usara su músculo financiero para inyectar 200.000 millones de euros en ayudas en el arranque de la crisis energética. Entre medias se coló el bloqueo de Francia al gasoducto MidCat, con el que España y Portugal pretenden incrementar el envío de energía a centro Europa del que se beneficiaría especialmente Alemania.
“Francia, como muchos europeos, no ve con buenos ojos el hecho de que Alemania, por los motivos que sea, en este caso sería la guerra de Ucrania, se pudiera rearmar”, explica Rubio. “A la mínima que Alemania intenta dar un viraje, Francia la mira de reojo”, concluye la profesora de la Complutense que, en todo caso, no cree que en lo “político-económico el eje franco-alemán esté herido”: “Sencillamente está allí con sus conflictos”.