“El capitalismo ya ha cumplido su función”. Así de seguro se expresa Santiago Niño-Becerra (Barcelona, 1951), doctor en Economía y catedrático de Estructura Económico de la IQS School of Management, que vuelve a marcar fechas de un nuevo modelo económico en su reciente libro Capitalismo 1679-2065 (Editorial Ariel). Niño Becerra vislumbra un futuro algo distópico, “totalmente productivista, absolutamente tecnificado, en la que en la eficiencia será la que marque la pauta” y dónde los estados habrán cedido el poder a las grandes corporaciones.
Mientras, el ciudadano se tendrá que conformar con un “trinomio social: renta básica, marihuana y ocio casi gratis para asegurar la subsistencia de quienes no sean necesarios” porque están totalmente controlados -“las revoluciones ya no están de moda”- con la tecnología, que ha terminado de hundir al factor trabajo y dejar a millones de personas no en el paro, sino simplemente en excedente. En esta nueva era, ¿qué papel económico jugará España?. Niño-Becerra responde convencido: “¿Hubiera sido posible tras la transición cambiar el modelo productivo español? Creo que sí, pero hoy ya es imposible, España ha perdido definitivamente el tren”.
Hay una frase en su libro que se me ha quedado marcada: “La dinámica histórica hoy va contra la ciudadanía”.
La ciudadanía dejará de ser necesaria. La tecnología hace cada vez más prescindible el factor trabajo. El capitalismo en su primer siglo necesitó al factor trabajo, es verdad que había explotación, que había precariedad, que se hacía trabajar a los niños, pero el capitalismo necesitaba el trabajo. No siempre fue así, en otros momentos de la historia también ocurrió, como a mediados del siglo XIX, lo que dio lugar a las grandes emigraciones: 50 millones de europeos tuvieron que emigrar a Estados Unidos o Latinoamérica. Es cierto que el capitalismo, incluso después de la Segunda Guerra Mundial, necesita al ciudadano desde el punto de vista individual y también como colectivo, pero hoy el capitalismo cada vez necesita menos al factor trabajo gracias al avance de la tecnología, por eso la evolución histórica va contra el ciudadano.
Ahora con la pandemia, medios como Financial Times o The Economist han destacado la necesidad del papel del Estado para salvaguardar a los ciudadanos y como garantes de unos servicios mínimos. Usted, sin embargo, vaticina que el papel decreciente del Estado en favor de las grandes corporaciones. Por qué cree que estamos ante la “última manifestación histórica de la función de cobertura de los estados”.
Si se analiza la evolución del sistema capitalista desde que estalla la Gran Depresión con el New Deal de Roosvelt o con la Alemania nazi la gran burguesía recurre al Estado cuando tiene problemas. Cuando las cosas van bien, el gran capital no quiere la intervención del Estado, les resulta una molestia, solo hay que recordar la famosa frase de Ronald Reagan: “El Estado no es la solución a nuestros problemas, el Estado es el problema”. Ahora bien, cuando hay verdaderos problemas, crisis profundas, el primero en ponerse en la cola para pedir ayuda es el gran capital y las grandes empresas.
La pandemia de la COVID es una situación excepcional, desde el siglo XVIII no se había producido un paro generalizado en la economía, pero vemos como el gran capital y las empresas son las primeras que han pedido ayudas. La ciudadanía siempre ha necesitado la ayuda del Estado pero su función se va diluyendo ante el papel que están jugando las grandes corporaciones. Solo hay que ver que la suma de la facturación de las diez principales empresas del mundo en el año 2019 era más grande que el PIB del Reino Unido. Hoy una gran corporación que está presente en 140 o 150 países tiene mucho más poder que cualquier Estado. Ya estamos viendo cómo se está empujando para que haya un proceso de concentración bancaria en Europa para crear grandes entidades, creo que en un horizonte de diez años como máximo en Europa habrá cinco o seis grandes grupos bancarios y realizaran sus negocio al margen de los estados. Sin embargo, sí creo que los municipios van a ser más importantes, que los municipios van a tener incluso más fuerza que los estados.
El modelo que entra en crisis en el 2007-2008 y que ahora en el 2024 da lugar a otro modelo. Desde ese años hasta el 2060 o 2070 que será la última fase del capitalismo el Estado jugará un papel absolutamente marginal frente al protagonismo de las grandes corporaciones, lo cual no quiere decir que si en este periodo hay una nueva catástrofe el gran capital no vuelva a pedir ayuda pública.
¿Ocurrirá también con las grandes instituciones multilaterales como la UE? ¿Van a perder la capacidad de frenar a estos conglomerados empresariales?
Sí, desde la Unión Europea a instituciones como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial, entre otras cosas porque sus características políticas van en contra de ellas. Vamos a un escenario totalmente productivista, absolutamente tecnificado, donde la eficiencia será la que marque la pauta. Habrá entidades reguladoras pero estarán descargadas de esta carga política que hoy tienen la UE o el Banco Mundial. Serán instituciones totalmente técnicas en las cuales las grandes corporaciones podrán dirimir sus temas.
En su anterior libro El Crash también daba fechas concretas sobre que la crisis terminará en 2024 y en 2025 comienza una nueva periodo que terminará en 2060-2070 con el fin del capitalismo.
En los últimos 2.000 años, si se analiza la evolución de los sistemas económicos y sociales siempre han tenido una duración entre 250 y 260 años. El capitalismo oficialmente nace a caballo entre el Congreso de Viena de 1815, que puso fin a las guerras napoleónicas, y la botadura del primer buque con casco metálico, que tuvo lugar en 1820, así que con le suma de 250 o 260 años sale una fecha comprendido entre 2060 y 2070, pero si es en 2080 o en otra fecha me da igual. Lo que quiero reflejar en el título del libro es que el capitalismo no va a ser un sistema eterno, de la misma forma que no lo fueron ni el mercantilismo ni el feudalismo.
El capitalismo ya ha cumplido su función, aspectos tan importantes como la competencia está declinando. Hoy cada vez se produce más en colaboración, incluso entre empresas competidoras. Por ejemplo, en temas de investigación para abaratar costes. Y un concepto como la propiedad privada, que el capitalismo nos vendió que era lo más y que el gran objetivo personal era tener un coche, una casa, etc... Hoy en día se puede usar todo mediante un alquiler sin ser propietario, incluso la ropa.
Usted habla de un nuevo 'pan y circo' que se basa en el “Trinomio social: renta básica, marihuana y ocio casi gratis para asegurar la subsistencia de quienes no sean necesarios”. Pero la historia nos ha enseñado que en otros periodos el ser humano necesita otras respuestas y rebelarse.
Si estuviéramos en 1870 le diría que sí, fue cuando ocurrió la revolución francesa. Hoy las revoluciones no están de moda, en las últimas décadas no veo que haya una tendencia al inconformismo en los jóvenes, no digo que no pueda haber conatos pero nada significativo. Además, hoy la tecnología posibilita al poder unos elementos de control tan sofisticados que no cabe pensar en una revolución. Hay una película Minority Report en la que las autoridades saben cómo se va a actuar antes de que ocurra, pero es que ya solo hay que mirar el sistema de control de la población en China, donde ya utilizan tecnología predictiva además de análisis biométricos.
Hoy la tecnología posibilita al poder unos elementos de control tan sofisticados que no cabe pensar en una revolución
Siguiendo con el control que permite la tecnología, hace una definición de la Generación T, por touch de las pantallas (nacidos entre 2008 y 2025), bastante deprimente: “La Generación T aceptarán ser manipulados porque no habrán conocido otra cosa”.
Hoy la persona con más edad de esa generación tiene 12 años, es la primera generación totalmente digital, tienen a la tecnología absolutamente integrada. Además son un grupo de población que ha nacido en crisis, con la financiera de 2008, y seguirán naciendo en crisis hasta el 2025, no habrá conocido otra cosa. Los milenials conocieron una época de, al menos, falsa abundancia, pero la generación T ha nacido en la incertidumbre, con un cierto nivel de privaciones pero integrados en la tecnología. Van a ser la generación del próximo modelo, tendrán la edad de la plenitud profesional en 2060.
Y el sistema educativo no va a funcionar.
A los niños se les está inculcando en los colegios la idea de trabajo en equipo y trabajo por proyectos. Ahora están en clases más grandes, de entre 50 y 60 alumnos con 4 o 5 profesores para trabajar distintas áreas, con lo que destacar a nivel individual en ese entorno es más complicado. No se busca que los alumnos destaquen a nivel individual, sino que esas personas aporten al colectivo lo máximo que puedan. Es una visión totalmente distinta a la educación de los años 60-70 del siglo pasado, cuando se potenciaba la búsqueda de genios individuales.
Usted plantea un futuro modelo laboral en el que ya no hay precariedad porque no directamente no hay trabajo, lo define “el no-nada”, incluso asegura que hay “personas que no van a trabajar jamás porque las capacidades que pueden aportar no van a ser nunca necesarias”. La verdad es que cuesta pensar que habrá gente que no trabajará en su vida.
El economista Jeremy Rifkin estimó en 2015 que si la tecnología seguía avanzando en la progresión en la que había avanzado en los últimos 25 años en algún momento del siglo XXI para generar el 100% del PIB del planeta solo haría falta el 5% de la población, unos 150 millones de personas. No es que las personas vayan a ser definidos como prescindibles por motivos ideológicos, raciales o políticos es que simplemente no van a ser necesarios. Esto es la productividad, conseguir la mayor cantidad de producción con los menores recursos o factores productivos, puede sonar terrible pero no será con elementos clasistas o coercitivos sino puramente evolutivo. El concepto de población parada desaparecerá porque cuando una persona está en paro, no encuentra trabajo, se considera que esa persona sigue siendo útil, pero en el futuro no será así, pasará a ser población excedente.
Hay muchos expertos o políticos que hablan de repartir el trabajo, reduciendo las jornadas, pero en Francia el Gobierno de Michel Rocard lo puso en marcha a mediados de los años 90 y la conclusión a la que se llegó es que la productividad caía por lo que no creo que vuelva a repetir. Más bien será al revés, trabajara muy poca gente, el tiempo que sea necesario y serán remuneradas en relación al valor que generen.
Ya hay una línea completa de producción de un modelo de BMW en el que se hace todo con robots e inteligencia artificial, no hay ni siquiera personas vigilando el proceso de fabricación, pero además con la inteligencia artificial si hay algún problema las propias máquinas 'improvisan' y buscan una solución. Puede ser un caso concreto, pero mientras la tecnología vaya reduciendo su precio se irá implementando en más sectores y, además, hay una realidad: los humanos cometemos errores aunque sea involuntariamente, algo que no ocurre con las máquinas.
Usted apunta en su libro que “si la izquierda quiere sobrevivir tiene que reinventarse perdiendo cada día más de aquella esencia que le caracterizaba”. ¿Cómo tendría que ser esa reinvención?
Hasta los años 80 la izquierda se caracteriza por buscar la reducción de las desigualdades con políticas económicas basadas en la redistribución fiscal. Pero posteriormente se empieza a imponer un nuevo discurso teórico que señala a la meritocracia, a través del esfuerzo individual, la vía para que las personas pueden mejorar, y aparece Margaret Thatcher que asegura que solo es pobre el que quiere serlo, es un discurso que convence a muchas personas... Es un momento en que la izquierda se queda sin argumentos, entonces aparece Tony Blair, aunque realmente el que lo inventó fue Anthony Giddens, con el Nuevo Laborismo (New Labor) a la que también se denominó como Nueva Izquierda o Tercera Vía, pero realmente es una posición liberal atemperada que está agotada, querer arañar en el centro político fue un error. Ahora la izquierda debería concentrarse en administrar recursos escasos desde una posición realmente práctica y menos política, con una visión cosmopolita más cercana a Engels.
Cuando se refiere a España en su libro explica que el problema no es de jornada laboral sino de inversión y de estructura de PIB, es decir del modelo productivo. Con el pronóstico que usted aventura en su libro. ¿Cómo cambiamos el modelo productivo de España?¿estamos a tiempo?
Cuando el PSOE ganó las elecciones en 1982 ya se empezó a hablar de cambiar el modelo productivo, ya entonces la industria era de bajo valor y la economía era muy dependiente del turismo. ¿Qué se ha hecho en todos estos años? Muy poco. ¿Por qué? Porque es más fácil construir un hotel y llenarlo de turistas. Para cambiar un modelo productivo hace falta inversión, ganas y tiempo. ¿Hubiera sido posible tras la transición cambiar el modelo productivo español? Creo que sí, pero hoy ya es imposible, España ha perdido definitivamente el tren.