La UE se ha rearmado para la guerra comercial y se ha lanzado a la batalla de subsidios de China y Estados Unidos con una suerte de proteccionismo que pretende evitar la fuga de empresas y fábricas a esos países. Las alarmas sonaron en las capitales europeas cuando Joe Biden anunció la Ley de Reducción de la Inflación (IRA) con la que inyectará hasta 370.000 millones de dólares para fortalecer su tejido industrial, especialmente en el sector verde. La lenta maquinaria europea se puso entonces en marcha para tratar de potenciar su competitividad en un entorno cada vez más agresivo con la intención de reducir las dependencias de otras potencias y de aumentar sus capacidades estratégicas.
La estrategia de la UE persigue hacer más atractivo el suelo europeo desde el punto de vista comercial y en buena medida eso pasa por flexibilizar al máximo las normas de manera que las empresas vuelvan a producir en el continente o, al menos, evitar que se fuguen a otros territorios que hacen ofertas suculentas en plena transición ecológica de las economías. Los primeros frutos se han dado esta misma semana con la primera autorización para que un país de la UE iguale una de esas propuestas ventajosas al otro lado del Atlántico.
Bruselas dio el visto bueno a que Alemania otorgue una ayuda de estado de 902 millones de euros a la compañía sueca Northvolt para que construya en la ciudad de Heide una gigafactoría para la producción de baterías para el coche eléctrico. Su alternativa era marcharse a Estados Unidos. Evitando la deslocalización de esa fábrica, la Comisión Europea calcula que la región tendrá una inversión total de 2.500 millones.
La flexibilización de los subsidios es una de las principales herramientas escogidas por la UE para plantar cara al proteccionismo de sus rivales y rompe con la tradicional postura europea, que recelaba de las ayudas de estado por su incompatibilidad con el libre mercado. No obstante, ese principio no es absoluto y desde siempre se han concedido bajo determinadas condiciones.
La evolución histórica de las ayudas de estado ha oscilado: en los años 80 del pasado siglo llegó a alcanzar el 2% del PIB de la UE, pero fue bajando paulatinamente hasta situarse en el 1% en los 90 y caer a alrededor del 0,5 o 0,6% en la primera década del siglo XXI. “Desde 2014, sin embargo, la tendencia a la baja se ha invertido, sobre todo debido a la inclusión de grandes sistemas de energías renovables”, recoge la Comisión Europea en sus informes.
Pero el gran salto se produjo con la irrupción del coronavirus en 2020 cuando la UE dio una respuesta de gasto expansivo al inédito parón de la economía mundial y optó por salvar empresas a través de las ayudas de estado que se multiplicaron por más del doble. Frente a los 134.000 millones autorizados en 2019, en el primer año de la pandemia la cifra llegó a los 320.000 millones y aumentó en 2021 (334.000 millones). Respecto al PIB, las ayudas de estado se situaron por encima del 2%.
Durante esos años, que son los últimos que la Comisión Europea tiene recabados a falta de publicar próximamente la información relativa a 2022, más de la mitad de las ayudas concedidas se destinaron a paliar los efectos del coronavirus.
Pero la capacidad de los estados miembros a la hora de conceder esas ayudas es muy poco equitativa y dentro del propio club comunitario existen suspicacias ante las repercusiones que tienen en el mercado interior ante la amenaza a la igualdad de oportunidades.
Y es que Alemania, que tiene el mayor músculo financiero de la UE, es el gran beneficiario de esa flexibilización al aglutinar más de un tercio de las ayudas de estado que se conceden en el conjunto de la UE (donde representa en torno al 23% del PIB total). En 2021, por ejemplo, Berlín otorgó el 36% de las ayudas de estado del continente (121.000 millones de euros). Francia, que es la segunda economía, quedó bastante atrás con prácticamente la mitad (63.000 millones que representaron el 19% del total concedido).
La propia Comisión Europea advirtió hace unos meses a los 27 de esa distorsión. “Algunos Estados tendrían bolsillos más grandes para ayudar a sus empresas, incluso aunque se trate solo de excepciones temporales”, advirtió el comisario de Mercado Interior, Thierry Breton, en pleno debate sobre la recuperación del tejido industrial para hacer frente la competencia de Pekín o Washington. La vicepresidenta y responsable de Competencia, Margrethe Vestager, envió una carta a los gobiernos en la que advertía de que la batalla de los subsidios podría acarrear “efectos negativos sobre la cohesión dentro de la Unión Europea” y acabar en una “fragmentación del mercado interior”. Los datos eran irrefutables: Alemania y Francia concentraban el 80% de las ayudas estatales concedidas en el marco excepcional de la pandemia.
Pero la tónica se ha mantenido en un contexto cada vez más adverso y en plena guerra comercial. Ante el riesgo de deslocalización de un proyecto europeo, Vestager hizo una férrea defensa del uso por primera vez de las conocidas como ‘matching aids’ para igualar una oferta de Estados Unidos. “Es importante ser pragmático en el mundo”, respondió la comisaria a una pregunta sobre el beneficio que se lleva la empresa sueca Northvolt al haber juzgado a dos bandas. Para la Comisión y el Gobierno alemán, cuyo ministro compareció junto a Vestager en Bruselas, lo fundamental es que la inversión se quede en el viejo continente.
Alemania: “Deberíamos estar contentos de cada inversión que hay en Europa”
“Es una buena noticia que en la UE por fin dejamos de ser inocentes en relación con las ayudas de estado que están otorgando EEUU y China para atraer empresas europeas. Pero hacerlo a través de la flexibilización de las ayudas de estado a nivel nacional, es un ‘sálvese quien pueda’. Alemania puede y lo acaba de hacer; España no puede. Por eso necesitamos un instrumento de inversión a nivel de la UE, para evitar la fragmentación del mercado único europeo y atraer más inversión privada para proyectos innovadores. Lo que tenemos ahora es un parche”, argumentó en la red social X la eurodiputada de Ciudadanos Eva Poptcheva en un reflejo de las suspicacias que suscita el modelo.
“Necesitamos nuevos sistemas, nueva solidaridad europea”, admitió el vicecanciller y ministro de Economía alemán, Robert Habeck, antes de hacer un alegato en defensa de que su país pueda hacer uso de su fortaleza financiera: “Solidaridad también significa que los que pueden invertir, ser parte de renovación fuerte de la economía, no sean mirados con desconfianza”. “Imagina que Alemania no invierte en la próxima década de producción industrial, eso dañaría a la economía europea en su conjunto”. “Deberíamos estar contentos de cada inversión que hay en Europa”, agregó Habeck, que cuestionó que durante décadas la UE, que nació como alianza comercial, haya estado más pendiente de las reglas de cara al mercado interior. “La competición real que estamos enfrentando no es de Alemania con Italia, Dinamarca, Holanda, Hungría o República Checa. Es entre la UE y China y Estados Unidos”, remató.