Ferrol, lugar sin futuro: hasta el Zara se va

Se recogieron 3.500 firmas por Internet, los otros comerciantes del centro salieron a movilizarse y el alcalde de la ciudad mandó una carta al mismísimo Amancio Ortega para tratar de impedirlo, pero el Zara se ha ido de Ferrol.

Pasadas las 20 horas de este sábado una empleada activó con su llave la persiana eléctrica para que la tienda deje atrás treinta años de historia. De la marca estrella del imperio Inditex no quedará ni rastro. Y eso es mucho decir en este tiempo de capitalismo salvaje en el que son las inversiones de las multinacionales las que miden el pulso de las ciudades. La explicación del gigante textil es que ese comercio había dejado de ser rentable: quien quiera comprar en Zara deberá irse al centro comercial Odeón, en Narón, el pueblo de al lado. La decena de trabajadoras de Ferrol serán recolocadas en otros centros.

El portazo de Zara ha encendido la última alarma en un municipio que agoniza. Las viejas metáforas aburren de tan manoseadas: el Detroit gallego, el lugar sin niños, el pueblo donde perder es lo normal de aquel verso de Los Limones...

De los 81.255 habitantes censados en 1981 quedan 67.500 y no han pasado ni tres décadas. Últimamente mueren más del doble de personas de las que nacen y a determinadas horas entre semana el callejero parece territorio zombie. Con una media de edad de 48 años, solo un 14% de la población por debajo de la veintena y casi el doble de jubilados (26%) no es solo que no tengan futuro las tiendas de moda juvenil: es la propia ciudad la que está amenazada.

Porque antes que el Zara -por el que lloran ahora las pymes del centro, que lo veían como un foco de atracción de clientes, los políticos y el vecindario organizado- se había ido muchísimo más: 15.000 empleos de Astano y Bazán desaparecieron con las reconversiones de los astilleros públicos en los 80. Y el movimiento de las juras de bandera de la Academia Militar que se acabó con el fin de la mili obligatoria en los 90. Desde entonces han sido demasiados lunes al sol para una comarca entera que fue agonizando entre promesas gubernamentales y planes anticrisis que no acabaron de funcionar.

Javier Galán, presidente del comité de empresa de Navantia y toda una vida en los astilleros donde empezó hace 40 años, vivió la era buena de las grúas gigantes a pleno rendimiento y las gradas llenas de buques en construcción. Habla de una ciudad que no tiene nada que ver con esta. Y maldice la idea de haber puesto todos los huevos en la cesta del sector público: “Vivimos épocas donde parte de la flota de la Marina de Guerra estaba en Ferrol, un cuartel de instrucción donde se hacía la mili. Había otras industrias importantes, como la Peninsular Maderera, que montaba puertas en cadena antes de los 70, la fábrica de lápices, la Peninsular del bacalao. Poco a poco todo se fue al tacho y casi todo se centró en la administración pública. Hoy solo queda la empresa pública Navantia, las oficinas de la Xunta y el Ayuntamiento. Se creó un polígono industrial donde no hay empresas y se pusieron comercios. Merma la población, la gente más joven se va, a veces la ciudad parece muerta”.

Su pujante pasado industrial ligado a algunas empresas vinculadas a la economía del régimen y del dictador Francisco Franco, que dio nombre durante décadas a la ciudad, nunca se recuperó. Los diferentes programas anunciados por las administraciones públicas -el Gobierno de Alberto Núñez Feijóo llegó a aprobar un Plan Ferrol para atraer inversiones en distintos sectores, no ha evitado que sea la ciudad con peor saldo vegetativo de la comunidad que lidera la pérdida de población en España (Galicia, con 12.683 muertes más que nacimientos en 2016).

Con semejante panorama ni siquiera extraña el último partido local que se acaba de registrar, Jubilados por Ferrol, que aspira a lograr uno o dos concejales y erigirse en llave de Gobierno en 2019. Luis María Taboada, pensionista de 74 años, que se pasó 40 tras el mostrador de una tienda de deportes, es su portavoz y sueña con que su experiencia y la de otros como él que vivieron los años buenos, sirva para que la ciudad deje de languidecer: “Los jubilados, podemos aportar conocimientos, experiencia y queremos implicar también a los jóvenes porque es necesaria también su visión. Habría que intentar diversificar la industria, el turismo no está desarrollado, con el patrimonio artístico, las playas, la gastronomía. Hemos pedido muchas cosas, no se nos ha tenido en cuenta y nos hemos convencido de que hay que estar dentro”.

Cansado de ver los Plenos por Internet, el próximo objetivo de Taboada es tener asiento en el salón de sesiones. No lo tiene difícil el partido de los jubilados en una ciudad que ha hecho del desencanto su sistema político. Ningún alcalde ha revalidado el poder desde 1987. Cada legislatura hay uno nuevo. El último, Jorge Suárez, salió de una candidatura ciudadana llamada Ferrol En Común, e intenta gobernar con 7 de los 25 concejales y un pacto roto con el PSOE, que también se ha fracturado.

María Fernández Lemos se ha quedado dentro del Gobierno tras romper con el partido socialista, con el que concurrió en las listas como independiente. Admite que la situación económica en la comarca es muy mala desde hace décadas pero cree que la decisión de Inditex de cerrar el Zara responde más a un cambio de estrategia interna: “Les interesan más los centros comerciales en las ciudades pequeñas. A nosotros nos duele porque pedimos una reunión y ni siquiera nos recibieron. Amancio Ortega en sus inicios trabajó mucho por aquí y la verdad es que creo que Ferrol se merecía una segunda oportunidad”. La concejal, arquitecta de profesión, sostiene que el comercio local debería también hacer un esfuerzo por modernizarse, aceptar la peatonalización que plantea el Ayuntamiento y flexibilizar sus horarios y admite que es un problema que decenas de bajos comerciales del centro, la mayoría vacíos, estén en manos de dos o tres familias que prefieren mantenerlos cerrados a bajar los precios.

Pasear por el centro es hacerlo entre escaparates con carteles de se vende o se alquila. Incluso en los alrededores de la calle Real, una esplendorosa zona de comercio repleta de vida décadas atrás, cuelgan los anuncios. En Idealista.es puede encontrarse de todo: oficinas, bares, gimnasios... Hasta el viejo cine Avenida de la calle Dolores construido en 1945 se vende ahora por un millón de euros, con sus 900 metros cuadrados, sus dos plantas y su entrada directamente de la calle.

Manolo Aller, leyenda local del equipo de baloncesto que maravillaba en la vieja cancha de A Malata junto a Nate Davis y llegó a ser internacional en 20 ocasiones, también echa de menos aquellos años de bullicio en el pabellón y en las calles que fueron los ochenta. “No eran solo que en los astilleros trabajasen 17.000 personas, es que cada mes y medio venían 5.000 personas a las juras de bandera. Lo que ha sufrido esta ciudad y lo que le queda por sufrir es brutal. Tengo dos hijos, el mayor de 21 años y no veo perspectiva. Yo llegué con 15 para jugar al baloncesto desde Ponferrada y ya me quedé. Me siento ferrolano, es un lugar idílico, por su emplazamiento, sus playas, su patrimonio. Han fallado muchas cosas, tal vez se vivió muy a expensas del trabajo público. Todos nos acomodamos, pensabas que nunca iban a desaparecer los astilleros y luego mira... Es como si siempre estuviésemos esperando a que viniese alguien de fuera a solucionarlo y mientras va desaparenciendo todo, los astilleros, el deporte, las pocas empresas que había... Y es un drama porque la ciudad tiene unas posibilidades enormes. Nos falta créernoslo, duele ver cómo se deshabita”.

El derrotismo parece haberse adueñado de un pueblo que ni siquiera se ha atrevido a echar abajo el muro del arsenal militar que le obliga a vivir de espaldas a la ría. Al menos a los astilleros ha empezado a llegar alguna buena noticia: los pedidos de dos grandes buques para Australia, además de las cinco fragatas F100 encargadas estos años por la Armada garantizan trabajo para una década más. El plan industrial todavía está por discutir con los sindicatos pero Galán, el presidente del comité de empresa, está esperanzado: “Parece que hubiésemos pasado los años peores”.

Desde el balcón del Ayuntamiento que mira al Zara que se ha ido, María Fernández tampoco se resigna: “Los ferrolanos hemos sido siempre gente luchadora. Hemos vivido demasiado pendientes de las administraciones pero también se empieza a ver gente que quiere emprender y nuevas generaciones con una nueva mentalidad”. El cabeza de cartel de los jubilados también tiene sus recetas: “necesitamos diversificar, apostar por el turismo, tenemos un rico patrimonio, y una buena gastronomía”. Los deseos los comparte Aller, la estrella del baloncesto: “Es un lugar idílico para vivir y ahora además está bien comunicado”.

Pero la estadísticas oficial evidencia que la situación es crítica. Ferrol necesita algo más que buenas palabras o planes industriales pintados sobre un papel para sobrevivir.