Jean-Martin Charcot fue el primero en describir una enfermedad que hasta el siglo XIX no tenía nombre y cuya principal característica es la degeneración neuromuscular progresiva. El prestigioso médico francés, quien también es considerado como uno de los padres de la neurología moderna, asignó a la patología que estaba estudiando el nombre de Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA). Desde entonces la ciencia ha intentado ponerle freno con numerosos avances, pero con mucha frustración, ya que todavía se desconocen las causas que la provocan y no existe una cura efectiva. En España hay diagnosticados unos 4.000 pacientes, a los que se suman 900 cada año. Pese a que es difícil calcular la cifra global, se estima que esta supera los 200.000 afectados en todo el mundo, cuya esperanza de vida varía en función de cada caso, aunque las estadísticas dicen, desgraciadamente, que el 80% de los pacientes fallece en los cinco años siguientes al diagnóstico.
La ELA afecta a las células nerviosas responsables del control de los músculos voluntarios porque las señales del cerebro se dañan de forma paulatina e irreversible. Esto provoca una pérdida gradual de la función muscular, así como un debilitamiento cada vez mayor. Esta incapacidad para moverse puede derivar en la imposibilidad de hablar, tragar e incluso respirar en los casos más extremos. Entre los factores que se barajan como detonantes hipotéticos del proceso se encuentran elementos ambientales y genéticos, aunque la medicina aún no es concluyente al respecto. Hasta el momento, las personas diagnosticadas con ELA tan solo pueden recurrir al control de los síntomas con tratamientos y terapias que mejoran su calidad de vida.
Pero si hay algo que ha demostrado la historia de la medicina —incluyendo la reciente crisis sanitaria provocada por la pandemia de COVID— es que una decidida apuesta por la investigación, dotada de una financiación adecuada que permita explorar nuevas perspectivas, es el camino más corto para terminar con la ELA y casi con cualquier enfermedad. Y con esta premisa por bandera, la Fundación “la Caixa” y la Fundación Francisco Luzón firmaron un acuerdo de colaboración en el año 2017 que acaba de ser renovado.
Así, gracias al convenio original se asignaron cerca de dos millones y medio de euros a cinco proyectos promovidos por instituciones como la Universitat Autònoma de Barcelona, la Universidad CEU San Pablo, la Fundación Miguel Servet - Navarrabiomed, el Centro de Investigaciones Biológicas Margarita Salas del CSIC y el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO).
En esta ocasión, las dos fundaciones trabajarán de nuevo juntas durante los próximos cinco años para destinar una nueva partida de entre 500.000 y un millón de euros con el objetivo de ampliar el conocimiento sobre la ELA, mejorar el diagnóstico temprano y desarrollar nuevos tratamientos para ralentizar la progresión de la enfermedad y mejorar la calidad de vida de los pacientes.
Así revolucionan las maresinas la lucha contra la ELA
El primer proyecto concluido con el anterior convenio ha sido el encabezado por Rubèn López Vales, investigador de la Universitat Autònoma Barcelona. Su trabajo ha servido para demostrar que la administración de maresina, un lípido derivado de los ácidos grasos omega-3, tiene efectos terapéuticos mayores que el famoso riluzol (único fármaco aprobado en Europa para combatir esta enfermedad). El proyecto ha probado con éxito la eficacia de este componente en animales, ya que reduce la inflamación y frena la progresión de la enfermedad: “Si podemos suplir el déficit en la producción de maresinas con su administración de forma exógena, reduciremos la inflamación en el sistema nervioso y frenaremos o ralentizaremos la progresión de la ELA”, explica el propio investigador.
Se trata de la primera vez que existe una investigación basada en estudiar los mecanismos que resuelven la inflamación en el sistema nervioso a nivel mundial, ya que “hasta ahora, la mayoría de los estudios de investigación se han focalizado en la etapa de activación del proceso. Nosotros nos hemos centrado en otra fase de la inflamación porque, cuando existe una respuesta inflamatoria, siempre hay una fase de resolución. Esto nos ha permitido identificar que las maresinas son unos mediadores clave”, precisa Rubèn López Vales.
Para entenderlo mejor, el investigador propone una analogía: “La inflamación crónica sería como una autopista llena de coches a consecuencia de un accidente y estos vehículos serían las células inmunitarias. Hasta el momento —continúa—, los fármacos intentaban bloquear las entradas de los coches a la carretera para evitar un colapso mayor, pero tras nuestra investigación, hemos conseguido trabajar en la retirada del automóvil accidentado que va a permitir la recirculación de los coches”, aclara.
Sin embargo, para alcanzar unas conclusiones tan útiles, se han tenido que superar algunos hándicaps tradicionales en nuestro país. Para Rubèn López Vales, “en España los recursos económicos destinados a la investigación son muy limitados, lo que deriva en proyectos demasiado garantistas. En nuestro caso, el hecho de tener una dotación que apueste por proyectos innovadores nos ha permitido realizar estudios complejos. La medicina y la lucha contra la ELA avanzan cuando la financiación permite investigaciones de alto riesgo, esto mejora la excelencia científica porque, obviamente, tienen un impacto global en nuestra sociedad”, concreta.
Los otros frentes abiertos en la guerra contra la ELA
En la Universidad CEU San Pablo, la investigadora Carmen María Fernández-Martos lidera otro de los proyectos iniciados en el anterior acuerdo entre la Fundación “la Caixa” y la Fundación Francisco Luzón. En este caso, el proyecto estudia el papel neuroprotector de la leptina, una hormona relacionada con la obesidad. El equipo ha conseguido desarrollar un modelo animal único para investigar los mecanismos relacionados con la leptina y buscar nuevas dianas terapéuticas.
En paralelo, el proyecto liderado por Óscar Fernández-Capetillo del CNIO se centra en el papel del estrés nucleolar en la ELA. Ya se han identificado varias mutaciones genéticas relacionadas con la enfermedad y este proyecto busca comprender mejor su mecanismo y desarrollar terapias para contrarrestar su toxicidad.
Por otra parte, la Fundación Miguel Servet – Navarrabiomed también acoge una de las investigaciones promovidas por el convenio. De esta forma, Maite Mendioroz e Ivonne Jericó están utilizando la técnica de la biopsia líquida, basada en el análisis de sangre, para identificar fragmentos de ADN liberados por las neuronas enfermas de pacientes con ELA para obtener información genética y ayudar a identificar biomarcadores de diagnóstico y progresión de la enfermedad.
Finalmente, el Centro de Investigaciones Biológicas Margarita Salas del CSIC está desarrollando un compuesto que busca restaurar la funcionalidad de la proteína TDP-43, modificada en pacientes con ELA. Ana Martínez y su equipo han demostrado que este compuesto es eficaz para prevenir la muerte de las neuronas motoras.