El pasado mes de septiembre fue para muchos bebés y niños pequeños el momento de asistir, por primera vez, a la guardería. Además de la emoción que les supone este paso no solo a pequeños sino también a los padres, ya que es indiscutible el papel que juegan estos centros en el desarrollo social —estimula el desarrollo, les ayuda a socializar o a ganar autonomía—, también es el momento en el que se enfrentarán a los primeros virus y bacterias.
El inicio de la escuela infantil constituye el primer desafío que enfrentan sus sistemas inmunológicos porque, en la mayoría de los casos, va a suponer un aumento de las infecciones. Se estima que la mayoría de los bebés que van a la guardería tienen de ocho a 12 resfriados al año, algunos más de los que tienen los que se quedan en casa.
Según un estudio de la Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria (AEPap), entre un 30-50% de las infecciones entre la población infantil en edades tempranas pueden relacionarse con las guarderías. Una cifra que suele disminuir después del primer año.
“Tenemos que asumir y entender que el primer año de guardería va a suponer un aumento de infecciones, casi con seguridad”, reconoce la doctora Ana Belén Jiménez, Médico Adjunto, Unidad de Pediatría de la Fundación Jiménez Díaz.
Las temidas –itis y demás
Debido a la naturaleza de las guarderías, en las que se comparte espacio, juegos y objetos, la incidencia de las infecciones virales es alta. Incluso si las medidas de higiene son las adecuadas, es muy difícil prevenir la transmisión si hay un niño enfermo. La mayoría de las veces se debe a infecciones recurrentes que afectan los sistemas respiratorio y gastrointestinal.
Y es que, en invierno, las habitaciones cerradas, a menudo excesivamente calentadas y frecuentadas por muchos niños, representan un ambiente ideal para la propagación de virus. Además, la transmisión de microorganismos se ve facilitada por el hecho de que los pequeños, además de tener un sistema inmunológico no suficientemente maduro, suelen tener una respiración más bucal que nasal, lo que aumenta el riesgo.
Hablamos sobre todo de infecciones de las vías respiratorias altas, conjuntivitis, gastroenteritis, bronquitis, faringitis u otitis algunas de las cuales no precisan antibióticos y otras cuentan con una vacuna eficaz. No suelen ser graves ni duran mucho.
Empezar la guardería, por tanto, significa entrar en un entorno bacteriano y viral activo. ¿Debemos preocuparnos por ello? No hay motivo para hacerlo porque estas infecciones generalmente no suponen gravedad ni tienen repercusión a largo plazo en el desarrollo del niño. Además las infecciones también permiten que el niño adquiera su inmunidad. La clave está en saber reconocer —acompañados por los consejos de su pediatra— los síntomas que distinguen a las infecciones más graves y que precisan una atención inmediata.
Fiebre, tos, mucosidad nasal, estornudos, dolor de garganta y en ocasiones malestar general deben afrontarse con paciencia porque estos episodios infecciosos, con el tiempo, se espaciarán cuando el niño tenga un sistema inmunológico fuerte. Estas infecciones disminuyen a medida que el niño crece y desarrolla su sistema inmunológico.
¿Se pueden minimizar los daños?
El bebé tiene que lidiar con numerosos virus distintos. Y con cada nuevo virus que encuentre, tendrá que crear, por sí mismo, nuevos anticuerpos. El modo de transmisión de la mayoría de ellos hace que la prevención sea compleja, sobre todo en estas edades. Gotas de saliva, narices mocosas que se frotan con las manos, juguetes que se llevan a la boca… Los virus circulan y se contagian fácilmente de un niño a otro.
En el caso de las infecciones respiratorias, el mecanismo de infección es a través del aire, inhalando pequeñas gotas en suspensión que no se ven y que se expulsan al toser o estornudar. También es común el contagio a través de las manos u objetos en contacto con el virus.
Las normas de prevención básicas de transmisión de enfermedades como que los educadores procuren lavar las manos de los niños con agua y jabón —después de ir al baño, antes de comer—, así como desinfectar el suelo y los juguetes con frecuencia, son determinantes para frenar la expansión de los virus. Como lo es también evitar el contacto con otros niños enfermos, por tanto, es importante que un niño enfermo no asista a la guardería mientras está enfermo. De esta manera, se curará más rápido y disminuye el riesgo de contagio a otros niños.
También es clave la vacunación. Para la doctora Ana Belén Jiménez, “un niño bien vacunado y con su calendario vacunal completo probablemente se enfrenta a infecciones frecuentes pero banales”. La vacuna produce una respuesta inmunitaria específica similar a la infección natural. Y, aunque es un tema que preocupa a algunos padres, se trata de un mecanismo de protección de enfermedades más graves que pueden provocar secuelas.
“Con el acompañamiento pediátrico adecuado los padres pueden manejar estas situaciones con calma, sentido común y vivir con naturalidad los primeros años de guardería”, admite la experta Ana Belén Jiménez.