En el año 2013, un joven músico frustrado decidió rodar 15 páginas del guión de una película que acababa de escribir, esperando que el cortometraje resultante atrajera la atención de los productores. Dicho corto acabó exhibiéndose en el Festival de Sundance, y la potencia de sus imágenes le permitió obtener la financiación que necesitaba. Un año después, la película se estrenaba en cines y se colaba en los premios de la crítica. Dicha película era Whiplash, y su director se llamaba Damien Chazelle.
La estrategia de quien poco después volvería con la exitosísima La La Land dio unos resultados inmejorables, pues Whiplash se convirtió automáticamente en un film de culto y le consiguió un Oscar a J.K. Simmons, que ya había aparecido en el cortometraje anterior. Es posible que Rodrigo Sorogoyen, quien tuvo que trabajar tanto o más que Chazelle para hacerse un hueco en el cine patrio, quisiera emular dicha estrategia para poder rodar Madre tal y como quería.
Sin embargo, la situación de Sorogoyen en 2017 era radicalmente opuesta a la de Chazelle. Para entonces, este ya había dirigido tanto Stockholm como Que Dios nos perdone, obteniendo el premio Feroz a Mejor Película Dramática por la primera, y nadie dudaba que este realizador madrileño constituía uno de los talentos con mayor proyección del panorama nacional.
De hecho, Sorogoyen rodó el cortometraje titulado Madre poco antes de ponerse con El reino, la película que supondría entonces el gran triunfo de su carrera, obteniendo 7 premios Goya entre los que se contaba el de Mejor Guión para él y su inseparable colaboradora, Isabel Peña. Pero ahí no acabó todo.
Madre, a su exhibición en los circuitos internacionales, llegó a recabar más de 100 premios, obteniendo el Goya a Mejor Cortometraje y siendo nominado al Oscar en la misma categoría. Avales suficientes para seguir la estela de Chazelle y conseguir la financiación necesaria para la película que siempre había tenido en mente, ¿pero por qué quiso Sorogoyen utilizar esta vía? ¿Por qué no optó directamente por el largometraje, amparándose en el holgado prestigio con el que ya contaba?
La respuesta es que Madre es un salto sin red. Un punto y aparte en una filmografía marcada por el thriller y los personajes extremos, donde por vez primera Sorogoyen afronta el drama intimista. Las tramas enrevesadas, siempre dispuestas a estallar en una violencia que este realizador ha gustado de retratar con la mayor sequedad posible —ya sea con complejísimos planos secuencia o con diálogos de intensidad creciente—, son dejadas de lado en pos de un viaje pura y estrictamente emocional.
Una jugada de lo más arriesgada, incluso desde el punto de vista de quien disfrutó —o más bien sufrió— el corto original, y se imaginaba que la película posterior compartiría su tono e intenciones, acaso dando respuesta a ese cliffhanger con el que concluía dejando al espectador sin aliento.
Sin embargo, la historia de Madre, la película, tiene lugar diez años después de lo que vimos en Madre, el cortometraje. Y el momento en el que lo descubrimos es devastador.
Regreso a la playa
Originalmente, Madre consistía en una sola toma donde Elena (Marta Nieto) recibía la peor llamada de su vida. En compañía de su madre (Blanca Apilánez), la protagonista debía actuar a contrarreloj para ayudar a su hijo, que acababa de perderse en una playa sin nadie a su alrededor. El final del corto nos dibujaba a una Elena al borde de la histeria una vez el teléfono de su hijo quedaba sin batería, y todo concluía con el pesadillesco plano de aquella playa.
Es justo en este lugar donde comienza el cuarto largometraje de Sorogoyen, diez años después de esa angustiosa escena. El suspense despertado por ella, agudizado por la decisión de grabarlo todo en un plano secuencia que dejaba al espectador sin la posible escapatoria del montaje, ahora se convierte en una fatalista serenidad. Una Elena muy cambiada, transcurrida una década, camina por esa misma playa, y su sombra solitaria se confunde entre los bañistas de la zona.
Muy pronto, Sorogoyen deja claro que la historia que a él y a Isabel Peña les interesaba contar no tenía nada que ver con el horror psicológico de ese impactante corto que les llevó a los Oscar. Esta obra, ejercitando en la Madre definitiva de prólogo ominoso, sólo pretendía dejar una sensación determinada en el espectador. Su misión era precipitar una identificación instantánea con esa madre traumatizada. Esa madre que sigue buscando a su hijo.
Consumada esa identificación casi de forma kamikaze, Madre profundiza en unos temas muy concretos que la erigen como el largometraje más atípico de todos los que ha rodado Sorogoyen. Tan trágico como Stockholm, tan sombrío como Que Dios nos perdone, tan absorbente como El reino. Y eso que, en puridad, Madre ni siquiera es un thriller.
Aun así, la película protagonizada por Marta Nieto se nutre de todo lo aprendido, y escala una nueva cumbre dentro de una filmografía que siempre ha perseguido el más difícil todavía tanto en términos estéticos como narrativos. Los planos secuencia marca de la casa, que antes perseguían el encierro psicológico de los personajes, ahora se desarrollan en amplias tomas de la playa por la que transita Elena. Pero la opresión es la misma, y más poderosa si cabe, porque viene reforzada por la soledad.
Cero sorpresas por este lado. Sorogoyen siempre ha sido un superdotado de la puesta en escena, de modo que el auténtico valor de Madre radica en lo escueto de sus presupuestos. En un relato pausado, que alcanza de forma meditabunda las dos horas de duración, mientras el afilado guión describe exhaustivamente el dolor de Elena y sus posibles vías de escape, teniendo a una portentosa Marta Nieto — ganadora del premio a Mejor Actriz en el Festival de Venecia— como indispensable aliada.
Madre es la película más difícil de su director, y por ello la más madura. Trasladando además el punto de vista a un personaje femenino, Sorogoyen mira de frente a los grandes referentes del melodrama clásico, y lo hace sin dejar de ser él. Sin que su cine deje de transmitir turbiedad, aspereza, y una verdad que inquieta más cuanto más cercana la percibimos.
Lo tenía difícil para superar el impacto del corto precedente, pero Madre es capaz de trascenderlo y de lanzar al espectador algo que no esperaba. Algo que, devastado por la fuerza del relato y la mirada rota de Marta Nieto, es posible que ya siempre lleve consigo.