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La edad promedio a la que se produce la menopausia en las mujeres españolas es a los cincuenta años. Por supuesto, no se trata de un proceso brusco ni repentino, sino que se produce a lo largo de bastante tiempo.
Hay un primer periodo, de hecho, llamado premenopausia -o perimenopausia-, que comienza en torno a los 45 años de edad (antes de que la mujer deje de tener la regla) y puede durar hasta cinco años, según explica la Asociación Española para el Estudio de la Menopausia (AEEM).
En esta etapa, en general, es cuando aparecen los síntomas vasomotores, entre los cuales se pueden enumerar las sudoraciones, palpitaciones, insomnio, parestesias (sensación de hormigueo, irritación o entumecimiento de ciertas partes del cuerpo), cefaleas y vértigos. Pero el más típico y más común de esos síntomas es otro: los sofocos.
De acuerdo con la AEEM, los sofocos afectan a entre el 60% y 80% de las mujeres durante su transición perimenopáusica. Es decir, hay bastantes mujeres que no los experimentan. Pero, como contrapartida, una de cada cinco mujeres los sufre con mucha intensidad, al punto de que resulta alterada su calidad de vida.
¿Qué son los sofocos?
Los sofocos se caracterizan por una repentina sensación de calor en la cara y la parte superior del pecho, que luego se disemina por la espalda, el abdomen, los brazos y el resto del cuerpo. En ocasiones generan sudor y luego escalofríos o temblores, y pueden ser acompañados por palpitaciones o una sensación de ansiedad.
En términos específicos, apunta la AEEM en su ‘Manual básico de menopausia’, publicado en 2020, los sofocos son “una respuesta de disipación del calor de forma rápida y exagerada” que ocurre “cuando la temperatura central corporal alcanza su umbral superior”. Su duración varía entre unos pocos segundos y hasta tres o cuatro minutos.
A menudo suceden por la noche e interrumpen el sueño de la mujer. En esos casos son llamados sudoraciones nocturnas, y a las molestias de los sofocos en sí mismos hay que añadir los perjuicios de un sueño de baja calidad: cansancio, irritabilidad, problemas de atención, de memoria, disfunciones sexuales, etc.
Lo curioso es que todavía la ciencia no ha encontrado una explicación clara acerca de por qué se producen los sofocos. Se sabe que tiene que ver con los estrógenos, la principal hormona sexual femenina, cuya producción disminuye con la llegada de la menopausia.
Pero esa disminución no explica por sí sola la aparición de sofocos y otros síntomas vasomotores, ya que -como añade el documento de la AEEM- “no se han evidenciado diferencias entre los niveles plasmáticos estrogénicos de las mujeres sintomáticas y las asintomáticas”.
Cómo aliviar los calores súbitos
Tanto los especialistas de la AEEM como los de la Clínica Mayo y del Instituto Nacional sobre el Envejecimiento, ambos de Estados Unidos, enumeran una serie de recomendaciones que se pueden tomar con el fin de aliviar las molestias causadas por los calores súbitos de la menopausia. Las principales son las siguientes:
1. Regular la temperatura del ambiente
Una primera medida pasa por procurar que la temperatura de la habitación o el espacio donde la mujer se encuentre no sea muy elevada. En este sentido, es importante mantener la calefacción en niveles moderados en los meses de frío (si es posible, con buena ventilación) y contar con ventilador o aire acondicionado en las épocas de calor.
2. Vestirse con muchas capas
Vestirse con varias capas de prendas ligeras -en vez de prendas más gruesas pero en menor cantidad- permite quitárselas cuando se sienta el sofocón y, de esa manera, reducir el impacto inmediato del calor. Parece un consejo de sentido común, pero es clave y todos los especialistas recomiendan tenerlo presente.
3. Cuidar la dieta
La ingesta de comidas muy picantes y condimentadas, de cafeína y de bebidas alcohólicas aumenta el riesgo de padecer sofocos. Conviene evitar o moderar esos consumos, así como poner atención a qué otros alimentos pueden propiciar los calores. Por lo demás, el sobrepeso y la obesidad en general aumentan la frecuencia y la intensidad de los calores.
4. No fumar
El tabaquismo es otro hábito que se asocia con una incidencia mayor de los síntomas vasomotores. No fumar -o al menos fumar menos- ayudará: no solo en relación con los sofocos, desde luego, sino también para reducir el gran número de perjuicios derivados del cigarrillo.
5. Hacer actividad física
Practicar deporte y evitar el sedentarismo también puede ayudar para que los sofocos resulten menos molestos. Al igual que algunos de los consejos anteriores, es una medida positiva para cualquier momento de la vida, pero en esta situación puntual tiene beneficios extras.
Paliar los sofocos con medicación
En la mayoría de los casos, las citadas recomendaciones y hábitos saludables son suficientes para paliar y sobrellevar las molestias de los sofocos. Pero, como se ha mencionado, a veces esos efectos alteran a tal punto la calidad de vida de quienes los sufren que conviene al menos valorar un tratamiento con medicación.
En algunos casos, se administran antidepresivos (en dosis bajas, siempre indicadas por el médico) que ayudan a reducir los efectos de los calores súbitos y las sudoraciones nocturnas.
Otro recurso es la fitoterapia: el tratamiento a través de fitoestrógenos, unos compuestos químicos similares a los estrógenos humanos pero que se encuentran en frutas, verduras, cereales y legumbres. Como su presencia en los alimentos es muy baja, hace falta ingerirlos a través de suplementos, cuyas dosis también deben ser especificadas por el médico.
No obstante, tanto los antidepresivos como los fitoestrógenos (y otros recursos también citados por la AEEM, como el extracto citoplasmático de polen) tienen una eficacia limitada. Los fármacos que mejores resultados arrojan son los hormonales, que compensan el estrógeno que el organismo ya no produce.
El problema son los efectos secundarios de los suplementos hormonales. En principal, el aumento del riesgo de cáncer de mama. Y también hay un mayor riesgo de cáncer de endometrio, el revestimiento del útero (salvo que la mujer se haya sometido a una histerectomía, es decir, la extirpación del útero).
Además, la terapia hormonal también puede aumentar las probabilidades de sufrir problemas cardiacos, coágulos, enfermedades de la vesícula biliar e incluso ictus. Por eso, en cualquier caso, siempre se deben valorar con mucha atención los riesgos y los beneficios de este tratamiento, y procurar que -si se aplica- sea con la dosis más baja y durante el lapso más breve que sea posible.
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