Durante el verano de 2019, Ana Geranios (Andalucía, 1988) escribió un diario. El registro de 56 jornadas trabajando como camarera en plena temporada entre San Pedro de Alcántara y Puerto Banús (Marbella, Málaga). Al octavo día lo titula “exhausta”, y dice: “Afortunadamente mis jefes me conceden cuatro días de libertad condicional en los dos meses que voy a estar currando. Cuatro días de 60”.
Esta memoria, en la que caben los detalles cotidianos —los 4,30 euros por una tostada con aceite y un café— y las reflexiones en torno al trabajo y la vida en una localidad en la que todo está dispuesto para el turista, compone la primera parte de su libro Verano sin vacaciones. Las hijas de la Costa del Sol (Piedra Papel Libros, 2023). La segunda mitad, escrita tras la pandemia por covid, es un ensayo en el que Geranios, que es periodista y poeta, habla de su generación como hija de migrantes andaluces que dejaron el campo bajo la promesa de prosperidad económica y oportunidades laborales que en los años 60 y 70 ofrecía el boom turístico.
En el año que el libro lleva publicado, la conversación en torno a los dos temas que este aborda ha crecido: “Está siendo parte de esta literatura de abolición del trabajo y también parte de la literatura que critica el turismo, que es muy extensa”, dice la autora. También lo ha hecho la acción: las recientes movilizaciones contra la turistificación, la denuncia de las condiciones laborales de trabajadoras del sector como las Kellys y la repulsa a la masificación creciente de las ciudades en las que costearse la vivienda está al alcance del que viene de paso pero no de quien reside, pretenden dar la vuelta al relato desarrollista alimentado durante años. Ahora, en lugares como Canarias, Mallorca, Lavapiés (Madrid) y próximamente Málaga, la gente está saliendo a la calle a denunciar que es el turismo el que vive a costa de los ciudadanos y no al revés.
“La crítica a esta problemática es lógica, somos muchas las que nos estamos quejando del turismo, sin embargo parece como que [esta queja] no existe. Se está haciendo justo lo contrario”. El pronóstico –ya cumplido– para 2024 era batir récords de turistas en España. “Después de haber visto los resultados tras la pandemia, de cómo ese parón había beneficiado a la naturaleza y a la vida de la gente, lo que se estaba esperando era volver a la actividad turística de la misma forma o peor. Inolvidable ese aplauso a los primeros turistas que llegaron a Mallorca, que salió en todos los medios –se te ponen los vellos de punta–. Seguimos con la misma lógica de cuantos más turistas, mejor”.
Después de haber visto los resultados tras la pandemia, de cómo ese parón había beneficiado a la naturaleza y a la vida de la gente, lo que se estaba esperando era volver a la actividad turística de la misma forma o peor
Y si vienen más turistas, se desplaza a los vecinos. “Es cuestión de lógica. Todo el mundo no cabe”, escribe Geranios en el libro. “En San Pedro, en Marbella, no tenemos ni un sitio que no esté atravesado por la lógica del consumo y, sobre todo, dedicado a las personas que vienen de turistas. Las necesidades que se están cubriendo son las de la población que viene a pasar un rato, a gastar y a pasárselo bien. Nosotras, las que estamos aquí, ni contamos ni somos escuchadas ni preguntadas, solo existimos para trabajar”. Parte de un decorado con una clara misión: servir al que viene y hacerle más amable la experiencia.
“Cuando yo era chica había una pequeña verbena de San Pedro que ha desaparecido totalmente y también lo han hecho comercios y bares más tradicionales que han dado paso a los típicos locales de pizza. Todo es lo mismo. Al final, claro, lo único que te queda es ser tú también como una turista en tu tierra”. Pero una más pobre. Como apunta la autora en su libro a través de un estudio recogido en la plataforma y documental Tot inclos. Danys i conseqüències del turisme a les nostres illes (Todo incluido. Daños y consecuencias del turismo en las Islas Baleares), se ha demostrado que la población que habita municipios turísticos es más pobre que la de otros sitios. “Los espacios para la gente del pueblo son cada vez más reducidos. Entre los restaurantes y bares más pijos a los que no puedes ir a comer y los coches deportivos que circulan por la carretera –en San Pedro hay muchos de estos que no te dejan circular con esas velocidades–, cada vez hay menos espacio y este se limita a ir y a volver de trabajar”.
La hijas de la Costa del Sol, explica Ana Geranios, son las nacidas de “toda esa migración que hubo como reclamada, porque había mucha necesidad de mano de obra, de gente que llega a la costa solo porque había trabajo de camarero, de limpiadora, de cocinero, de cocinera... Esto te sitúa en un lugar muy concreto. Vinieron ya a servir. Nosotras nos hemos criado también en esa situación de familia sirviente, de servir a gente con mucho dinero”. Pero mientras en los 80 y 90 el sueldo de camarero de su padre le llegaba para mantener a la familia, hoy lo que llegan son relatos de terror sobre trabajadores del turismo de lujo que pernoctan en sus coches en temporada alta porque es imposible costearse una vivienda por la inflación de precios y la merma en los salarios.
“En aquella época se pagaba muy bien porque había mucho dinero. Luego ha seguido habiendo mucho dinero, pero cada vez se han empeorado más las condiciones de los trabajadores. No es que mi padre haya tenido nunca buenas condiciones –yo me acostumbré a no poder comer con él y a que nunca tuviera un fin de semana libre; los de la hostelería no son unos horarios muy compatibles con tener una vida propia–, pero podía permitirse la vida porque tampoco era tan cara en esa época para la clase obrera. Es un poco macabro: llegas a ese paraíso desierto, puedes hacerte con tu chabola, pero todo se empieza a desarrollar de tal forma que ya la gente que quiere vivir allí, no puede. La clase trabajadora no se puede permitir casi vivir”.
Las necesidades que se están cubriendo son las de la población que viene a pasar un rato, a gastar y a pasárselo bien. Nosotras, las que estamos aquí, no contamos, solo existimos para trabajar
Sin embargo, la posibilidad de acceder a “pequeños lujos” que el sistema filtra deliberadamente –“podemos tener el mismo móvil que Beyoncé pero invirtiendo mucho más trabajo”– o a pildoritas de ese bienestar que el propio trabajador ha facilitado durante su turno –“tener tú también un sirviente a una hora exacta”–, “nos confunde y desmoviliza”, opina la autora. “La clase obrera necesita ser consciente de que es clase obrera”.
También influye el desarraigo con el terreno: cuando las condiciones laborales y económicas para tener una vida digna te obligan a desplazarte es más difícil participar en sus luchas. “Creo que lo que pasa en Canarias puede ser básico para entender por qué se ha iniciado allí esta movilización. Están en un nivel de empobrecimiento que no pueden migrar, no se pueden ir a la comunidad autónoma más cercana para tener una vida mejor –entre comillas– porque ya se está destrozando todo su territorio y sus vidas. Como en la península y en Europa tenemos mayor facilidad de movimiento, estamos abandonando nuestros lugares. Yo ya no voy a San Pedro más que una vez al año porque me da fatiga. Entre la saturación, que encuentras un trabajo en otro sitio o que simplemente no quieres estar, las redes se van acortando y la gente que antes vivía allí, se va. Se está viviendo una deconstrucción de la historia del terreno”.