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Muchas me estáis preguntando: carteo, ideas y recomendaciones entre amigas de Internet

13 de marzo de 2024 23:04 h

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Muchas me estáis preguntando… es mentira. No me habéis preguntado nada, así que pido disculpas por esta osadía solo empezar. Déjame que te cuente. Busco consuelo, y creo que tú también. El olor a consuelo ya nunca se irá de Internet, por eso estamos todas aquí.

Mi vida se desborda. No hay nadie al mando, digo que sí a cosas que ni tan siquiera entiendo, despacho amistades, busco caras nuevas, decido aprender a cocinar, me pongo a escribir, me insulto por ello, renuncio a proyectos, me arrepiento. Todo desborda, por todos los costados. Es tan visual la palabra desbordar, me gusta muchísimo. Verbo transitivo: rebasar límites de lo fijado o previsto. No hay nada previsto ahora mismo en esta etapa de mi vida. Así que es fácil que todo desborde. Mi único punto de anclaje es el desayuno. Es lo único que tengo claro: hoy voy a desayunar y mañana también.

No soy experta, no tengo conocimientos profundos ni tengo especialidad. Nado en la más absoluta ignorancia del querer abarcar mucho sin apretar nada. Por eso quiero que este espacio se convierta en un intercambio de mensajes ligeros. A ti te apetece hablar conmigo. Yo te respondo un mensaje. Tú quieres saber una cosa y yo seguramente te responderé con más preguntas, porque lo que más me gusta en esta vida es hacer preguntas. Pregunto a Google, a ChatGPT, a mis amigas de la vida real, a mis amigas de Instagram. Siempre pregunto. Hola niñas esto, hola niñas aquello. Las mejores respuestas están en una madre, aunque no queramos reconocerlo, y en Internet, porque en Internet todo el mundo lo sabe todo. Y yo, que soy muy creyente, confío: no lo llamaría candidez, sino una fe férrea en el proverbio ajeno. No espero lo mismo al otro lado de este espacio. No vayas a creer todo lo que se diga aquí. Tómate esto como una conversación ligera entre amigas con una cosa en común: acudir a Internet cuando una está baja de moral, perdida, distraída o con ganas de procrastinar, es decir, siempre.

Cuando estoy baja de moral, perdida, distraída o con ganas de procrastinar acudo a mis proveedoras de saber. No siento que me estén dando consejos, sino que en ese embrollo de pensamientos y palabrejas encuentro compañía

Cuando estoy baja de moral, perdida, distraída o con ganas de procrastinar acudo a mis proveedoras de saber. No siento que me estén dando consejos, sino que en ese embrollo de pensamientos y palabrejas encuentro compañía. La culpa siempre es mejor si es compartida, supongo. Me gusta cuando Rayne Fisher Quann empieza escribiendo “para ser honesta: últimamente he sentido mucho dolor”. Cuando Ainhoa se pone en plan proverbial. O cuando Haley Nahman habla de empezar a cuidarse. O Delia hablando de las amigas de Internet. Las otras vidas de Anna. O cualquier cosa que escriba Leo. Aquí en la habitación de al lado está Sara, mientras esto es verborrea en apnea, sus frases son un respiro, cada una de sus sentencias está prevista para ordenar emociones. Conmigo lo consigue, me estabiliza, como en su último libro de poemas cuando se pregunta: “¿Seré más justa con menos hambre? ¿Más justa si amo menos?”. Dímelo tú, Sara, dímelo tú

Me gusta leer en otras pensamientos que creo haber tenido. Disfruto tejiendo conversaciones imaginarias con las amigas de Internet, creyendo que sus experiencias son mías, que esa idea la conté yo entre cervezas, y que esa sensación de amor roto no sé si la he leído o es de otra vida pasada. No te sacudas, no, este olor a consuelo colectivo no se va. Por eso estamos aquí.

Leía en la nueva novela de Pol Guasch al protagonista lamentarse: “I es que havia crescut amb les històries que m’havien explicat com si fossin meves, però no, i quan les històries te les expliquen tant et penses que les has viscudes, i després queda tota una vida, vint-i-quatre anys, una vida veloç com un cometa rabent, per descobrir què és veritat i què no”. (Y es que había crecido con las historias que me habían contado como si fueran mías, pero no, y cuando las historias te las cuentan tanto crees que las has vivido, y después queda toda una vida, veinticuatro años, una vida veloz como un cometa raudo, para descubrir qué es verdad y qué no). 

Mientras lo leía pensaba: ¿y no es bonito mezclar historias? No distinguir cuál es mía de cuál es tuya, si es vivido o leído, si soy yo la que ando perdida y distraída ¿o eres tú?

Tú y yo podemos hablar de cómo la mal llamada estética digital nos ha hecho pasar de obsesionarnos con querer unas medias rojas a querer unas medias blancas troqueladas, mientras se multiplican las chicas con lacitos en el pelo, en una vuelta infernal a la hora del patio. O por qué la saturación de recomendaciones, series imprescindibles, títulos de libros y autoras que no deberías perderte te produce algo doloroso en el pecho que hace que al final no quieras saber nada de eso y acabes viendo Real Housewives por décima vez. O por qué ahora que parecía que (por fin) había llegado el momento de hablar de la amistad, nuestra revisión constante del discurso ha hecho que se ponga en duda la idealización de las amigas y se guarde en el cajón donde dejamos el amor romántico. El ciclo discursivo es cada vez más rápido, y el sentimiento de culpa individual va en aumento. ¿Es malo que piense que los mejores sentimientos están en la amistad? No lo sé, dime tú de qué hablas con las tuyas. Compárteme esos grupos de WhatsApp —Andrea se ha unido al grupo—.

El ciclo discursivo es cada vez más rápido, y el sentimiento de culpa individual va en aumento. ¿Es malo que piense que los mejores sentimientos están en la amistad? No lo sé, dime tú de qué hablas con las tuyas. Compárteme esos grupos de WhatsApp.

Soy una romántica, soy narcisista, soy una adicta a la atención, adicta a la atención de gente desconocida de Internet ¿Es este un nuevo espacio para crear vínculos con gente a la que probablemente nunca veré la cara? Espero que sí. No me decepciones.

Escribir me produce absoluto pavor. Estoy tecleando estas palabras con dolor de barriga y dedos agarrotados. Esto no le importa a nadie, solo a la editora de estos textos, que es María, y que con este encargo no solo deberá corregir dónde pongo las comas sino también encargarse de mi pánico con la palabra escrita, que no es poco. Te acompaño en el sentimiento, María. 

En un primer momento esto había de ser un consultorio, pero qué preguntas puedo responderte yo que no sepas ya tú, chica lista. Pero a María le va muy rápido la cabeza y ha entendido que cuando yo digo intercambio de mensajes ligeros lo que busco es una amiga al otro lado, y que eso no dista tanto de la correspondencia de antaño. ¿Recuerdas aquella postal que te mandó tu amiga cuando se fue a Benicàssim de vacaciones? ¿O las cartas de olor que te intercambiabas en clase por debajo del pupitre? Menudo sobresalto daba el corazón, qué capacidad tiene la correspondencia de hacer sentir a una que es especial. María tiene razón. Además la novela epistolar es de mis géneros favoritos. 

“Querida Anna, ¿por qué es tan difícil encontrar personas que sean iguales o similares a una?”, le escribió Mercè Rodoreda a Anna Murià buscando el consuelo entre amigas en el exilio. O Bergé escribiendo un 13 de abril a Yves Saint Laurent “Esta mañana estaba pensando en ti y me he dicho que pasé la vida entera a tu lado preservándote de todo”, qué mejor forma de escribir sobre el amor que a través de una carta. 

También existe la correspondencia de amigos que se admiran profesionalmente, como los intercambios entre Carmen Laforet y Emilio Sanz de Soto que comparten textos, trabajos, recomendaciones de libros, vivencias e inquietudes desde la plena admiración. Qué importante es compartir el deslumbramiento que nos producen ciertas personas:

“Me ilusiona mucho este artículo tuyo. Puede caer como agua bienhechora. Y de esto es de lo que andamos necesitados: de diálogo. Y quien dice diálogo dice comprensión, y quien dice comprensión dice humanidad. Con todo cariño, Emilio”. 

Es como si Emilio supiera ya en 1961 que acabaríamos todos hablando solos en Internet. Diálogo, cuánta falta nos hace el diálogo. Podemos llamarlo mensajes ligeros si preferís. Supongo que habréis notado que he leído esta palabra en algún sitio y no puedo dejar de repetirla.

Querida Anna, ¿por qué es tan difícil encontrar personas que sean iguales o similares a una?', le escribió Mercè Rodoreda a Anna Murià buscando el consuelo entre amigas en el exilio

En estas cartas no esperes aforismos ni guías espirituales. Un poco de reflexión, de punto de vista, de alivio, eso sí. Pero es que yo nunca entendí una sola clase de filosofía. Subrayo los ensayos sin entenderlos. Conozco a personas con una clarividencia desmedida sobre el comportamiento humano, las relaciones y los afectos. No es mi caso. ¿Hablar de sentimientos? Siempre. ¿Teorizar sobre ello? Me parece una locura. 

Nunca se me dieron bien los exámenes de pensar, los análisis de texto, las preguntas razonadas. Eso sí, era una hacha con la memoria. Eso me permitió sacarme los estudios a base de horas, muchísimas horas, engañando al sistema, que me recompensó con altísimas notas. Y ¿cómo he llegado hasta aquí? Pues a base de verborrea. Una charlatanería que amansa a las fieras, distrae a unas, y alegra a otras. Dicho esto. Tampoco quiero que se convierta este espacio en un juego para discernir lo que es paja, de lo que no, dónde hay invento y dónde hay exageración. ¡Siempre hay exageración! Como dice Nora Ephron en Las 25 cosas con las que la gente tiene una capacidad insólita para sorprenderse una y otra vez: “Los periodistas a veces se inventan cosas, los periodistas a veces no entienden bien las cosas”.

Déjame añadir: los periodistas exageran las cosas, porque una buena salsa te arregla cualquier plato, columna o relación epistolar. Al final yo vengo aquí solo por el consuelo, tú no sé, creo que querías explicarme algo ¿no?