La flora intestinal o biota es el conjunto de seres microbianos que habitan nuestro intestino, sobre todo en los tramos más bajos y que entran en él mediante la ingestión de los alimentos para después quedarse y desarrollar poblaciones. Pueden ser bacterias, en su mayoría, pero también hongos e incluso parásitos intestinales invertebrados. Todos ellos componen un complejo equilibrio poblacional que si se mantiene en su justa proporción es beneficioso en múltiples maneras para nuestra salud. Sin embargo, si se altera puede dar lugar a graves trastornos.
Es cierto que algunos de estos seres pueden ser tremendamente dañinos para nuestro organismo, y de hecho están presentes en las heces fecales y son el motivo de que las consideremos anti higiénicas. Pero en el interior de nuestro sistema digestivo ejercen diversas funciones, tanto reguladoras como metabólicas, interesantes. Además, se calcula que de las 2.000 especies que conforman la flora bacteriana, solo unas 100 son realmente peligrosas.
A continuación te explicamos nueve motivos para amar a estos huéspedes de nuestro cuerpo. De hecho algunos científicos no dudan en calificarlos, dados los más recientes descubrimientos sobre sus funciones, como un órgano más que debemos cuidar al igual que hacemos con el hígado, los pulmones, etc.
1. La flora intestinal fabrica vitaminas que nosotros no podemos sintetizar
En concreto las menaquinonas y el ácido aminobenzoico son sintetizadas por bacterias de la flora. La primera regula la coagulación de la sangre, entra dentro del grupo de las vitaminas K y es muy importante en los recién nacidos por cesárea, puesto que en sus primeros meses tienen el intestino limpio de bacterias y la leche materna no les aporta las suficiente vitamina K. También al no haber pasado por la vagina no se han contaminado de la flora vaginal, que les puede aportar bacterias.
De este modo se explica la necesidad de que el recién nacido se contamine de los gérmenes adecuados lo antes posible y así desarrolle una flora correcta; y la mejor forma es a través de la leche materna. El ácido aminobenzoico no se considera una vitamina fundamental, por lo que no se debería considerar como tal, aunque entra por estructura espacial y composición en el grupo de las vitaminas B hidrosolubles. Tiene intervención en los procesos de fotosensibilidad de la piel.
2. El asma y otros procesos alérgicos podrían estar relacionados con la composición de nuestra flora
Como muchas alergias, varios tipos de asma son endémicos de las sociedades industrializadas pero no están estadísticamente tan presentes en el ámbito rural ni el tercer mundo. Al parecer estos trastornos, denominados autoinmunes por ser provocados por nuestro propio sistema inmunitario, están en relación con el tipo de flora microbiana que tenemos, ya que ciertas toxinas de ciertos patógenos intestinales ejercen funciones de modulación de dicho sistema.
Si estos patógenos no están presentes, el sistema inmunitario se descontrola frente a una agresión externa, como por ejemplo el polen de determinadas plantas, el humo o los fertilizantes, etc. De nuevo varios estudios apuntan a que los elevados niveles de higiene del primer mundo tienen la culpa de que nuestra flora intestinal sea pobre y por tanto menos activa que la de las personas que viene en el segundo o tercer mundo.
Como explica la doctora Mary Ruebush en su libro 'Why dirt is good' (Por qué la suciedad es buena) (Kaplan 2009), nuestra obsesión por la asepsia nos ha llevado a un mundo empobrecido en biodiversidad microbiana que, por lo tanto, se ha vuelto mucho más vulnerable. Según esta y otras investigadoras, hemos evolucionado desde el paleolítico con una flora intestinal a la vez parásita y simbiótica, con la que acabamos estableciendo una relación mutua que nos fue beneficiosa.
3. La intolerancia al gluten también está relacionada con una flora alterada
Un equipo dirigido por la investigadora española Yolanda Sanz demostró en 2009 por primera vez la relación entre la microflora intestinal y la enfermedad celíaca, una dolencia de carácter autoinmune que provoca intolerancia al gluten y afecta a miles de personas, sobre todo en el primer mundo. En los enfermos celíacos el gluten, de origen vegetal, crea un subproducto llamado gliadina que inflama parte del intestino y genera vómitos y estreñimientos pertinaces.
Los análisis microbiológicos demostraron que la microflora del intestino de los celíacos presenta una mayor concentración de bacterias potencialmente perjudiciales, bacteroides y enterobacterias, y una reducción de bacterias beneficiosas, como las bifidobacterias, que inducen la síntesis de antiinflamatorios. Si bien la enfermedad cuenta con ciertos componentes de predisposición genética, se ha comprobado que una dieta rica en bifidobacterias, o la ingesta de probióticos, mejora la tolerancia al gluten.
4. Una flora desequilibrada nos hace propensos a la obesidad
La flora intestinal también se encarga de regular nuestro metabolismo digestivo y el aprovechamiento que hacemos del alimento. Diversos estudios han comprobado que personas con problemas de sobre peso, siguiendo la misma dieta y la misma actividad que otras con su peso adecuado, presentaban una biodiversidad microbiana alterada en su flora. En condiciones normales, la flora se encarga de segregar determinadas sustancias que dan sensación de saciedad, además de regular la formación de cúmulos de grasa.
5. Cuidar la flora nos protege contra el colesterol
También es una relación causal de la que se desconocen los detalles exactos, aunque se cree que podría ser que la membrana de determinadas bacterias retuviera el colesterol, impidiendo así que fuera reabsorbido por el intestino y entrara en el torrente sanguíneo. El caso es que de nuevo hay estudios que vinculan las floras intestinales desequilibradas con los altos índices de colesterol.
6. La flora nos previene contra el cáncer de colon
Estudios en ratones han demostrado que la existencia de determinadas poblaciones bacterianas en nuestra flora favorece la hidrólisis fermentativa de la fibra vegetal y la síntesis de ácido butírico, que induce a la creación de anticuerpos encargados de eliminar células del intestino envejecidas y por tanto susceptibles de convertirse en tumorales. Además la fermentación de la fibra en el último tramo intestinal baja el PH a niveles que previenen la formación de tumores.
7. Puede ser determinante en la prevención de la diabetes de tipo 2
Investigadores chinos han hallado cambios significativos en la estructura de las poblaciones bacterianas de pacientes con diabetes de tipo 2, el 90% de los casos registrados en el mundo. No se sabe si los cambios se producen a raíz de la aparición de la enfermedad o son estos los que la propician, pero los investigadores creen que reponer la flora a un estado normal puede ayudar a regular la producción de insulina, que controla los niveles de azúcar en la sangre.
8. Algunos parásitos intestinales de la flora previenen contra diversas enfermedades
Desde que en 1976 el investigador inglés John Turton se autoinoculara en su sistema digestivo el parásito Necator americanus y consiguiera resolver así sus problemas de asma, han sido muchos los ensayos con diversos parásitos que se encuentran presentes en el intestino de poblaciones selváticas aisladas en la Amazonia y a las que se sabe con altos niveles de inmunidad a problemas de alergias y otros trastornos autoinmunes.
En la actualidad se ensayan terapias con helmintos para modular la respuesta a diversas enfermedades autoinmunes como la enfermedad de Crohn o la colitis ulcerosa e incluso la esclerosis múltiple. Se basan en que los parásitos producen determinadas toxinas que obligan a un sistema inmunitario descontrolado a centrarse en ellas en lugar de atacar al propio cuerpo.
9. Es muy difícil reconfigurar las poblaciones de la flora intestinal
Los equilibrios entre las distintas especies que conviven en la flora bacteriana son muy estables, por lo que es difícil reconducirlos una vez rotos, o si desde el inicio de nuestra vida han sido configurados de un modo incorrecto; esto es, que nos lleven a algún tipo de trastorno autoinmune o a alguna carencia. Se precisa de un impacto radical, y a veces intrusivo, en el intestino para corregir los problemas que puedan existir.
Una de las técnicas que se postula es el trasplante fecal, de modo que se adquieran las heces de una persona sana, con toda su conformación de flora, y se trasplanten al intestino de otra con desajustes. Existe ya en Estados Unidos un banco de heces fecales de personas sanas y se han realizado trasplantes a enfermos de infecciones de Clostridium difficile, una bacteria que causa graves desarreglos digestivos, con excelentes resultados.