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En los más de dos años que han transcurrido desde el comienzo de la pandemia de COVID-19 -sobre todo durante sus primeros tiempos, cuando se impusieron el confinamiento y el distanciamiento social- se habló bastante de una de sus consecuencias más negativas: el “hambre de piel”.
Se llama “hambre de piel” a la especie de síndrome neurológico que aparece ante la falta de contacto físico, algo que es una necesidad biológica para los seres humanos. Es un problema que no comenzó con la pandemia, desde luego: afecta a muchas personas, sobre todo a adultos mayores que viven en soledad.
Diversos estudios han analizado la importancia del contacto piel con piel. Por supuesto, no solo en materia de relaciones sexuales, sino también en lo que se refiere a caricias, abrazos e incluso roces ligeros. Tales trabajos demuestran la importancia y los numerosos beneficios de esos contactos necesarios.
El placer de acariciar y ser acariciado
Una investigación reciente reveló las “bases moleculares y neurales” del placer que sentimos al tocar o ser tocados por alguien. Sus autores -científicos de la Universidad de Washington, en Estados Unidos- identificaron como responsable de ese placer a un neuropéptido llamado prokinecticina 2 (PROK2).
La “información hedónica positiva” producida por el tacto agradable, según el estudio, “facilita el vínculo emocional, el comportamiento afiliativo y el bienestar de los animales sociales”.
En un experimento, los investigadores criaron algunos ratones sin PROK2 desde su nacimiento, mientras que a otros los privaron de este neuropéptido cuando ya se encontraban en su etapa adulta. La ausencia de tal sustancia los privaba de sentir placer ante el contacto físico, pero no de otras sensaciones como picor o dolor.
El estudio comprobó que los ratones que nunca habían tenido PROK2 mostraban mayores índices de estrés y tendían a evitar el contacto social más que sus congéneres, incluidos los que ya no contaban con el neuropéptido pero sí lo habían sentido en la primera parte de sus vidas.
Expresar emociones a través del tacto
A tal punto es importante el tacto que a través de él los seres humanos podemos transmitir toda una gama de sensaciones. Así lo comprobaron científicos de la Universidad de California en Berkeley, también en Estados Unidos.
En la prueba, una persona debía ofrecer un brazo para que lo acariciara alguien más (alguien a quien la primera no conocía). A través de ese contacto -que solo duraba un segundo- quien tocaba debía tratar de demostrar una emoción, y quien era tocado debía interpretar y tratar de acertar cuál era esa emoción que el otro había intentado transmitir.
Los participantes acertaron en casi el 60% de las ocasiones en que los habían tocado con compasión, y más del 50% de las veces en que la caricia de un segundo de duración buscaba comunicar gratitud, ira, miedo o amor. Es decir: el tacto permite expresar emociones en un grado mucho mayor del que intuitivamente podríamos suponer.
El contacto físico como refuerzo de los lazos sociales
Por otra parte, el sentido del tacto ayuda a reforzar los vínculos sociales. Un estudio analizó la sensación subjetiva de suavidad y calidez que se experimenta al acariciar la piel de otra persona, y sus resultados avalan esa afirmación.
“Las personas tienen la ilusión persistente de que la piel de los demás es más suave y tersa que la suya, independientemente de las diferencias individuales de la piel”, aseguran las conclusiones del trabajo, publicado en 2015.
El hallazgo, además, sugiere “una fuerte reciprocidad psicológica al dar y recibir contacto afectivo”. Esto es, cuanto mayor es el placer que siente quien recibe las caricias, también es mayor el de la persona que las da.
Por tal motivo, los autores del estudio apuntan que esta “ilusión sensorial subyace a un mecanismo corporal de vinculación socio-afectiva y aumenta nuestra motivación de tocar a los demás”. Es por ello que el tacto funcionaría, de acuerdo con esta hipótesis, como un sistema que propicia la unión y el refuerzo de los lazos en una comunidad.
Aunque no se trata solo de unión social: el tacto placentero (el que se genera a partir de caricias y movimientos lentos, más que los de movimientos rápidos) también contribuye con la propiocepción, esto es la capacidad del cerebro de saber, en cada momento, la posición exacta de todas las partes del cuerpo.
En concreto, las caricias y el contacto físico lento son beneficiosos para el sentido de propiedad del cuerpo y para la aceptación de la forma corpórea del “yo psicológico”. Así lo demostró un trabajo elaborado por científicos del Reino Unido y publicado en la revista ‘Frontiers in Psychology’.
Otros beneficios de las caricias y el contacto piel con piel
Además de lo señalado hasta aquí, las caricias y el contacto piel con piel proporcionan algunos beneficios más directos y evidentes. Uno de los principales es la liberación de oxitocina, la “hormona del amor”, responsable de que aumente la sensación de bienestar. Por otra parte, tocar y ser tocado reduce la presencia de cortisol, la “hormona del estrés”, lo que hace que desciendan los niveles de ansiedad en el organismo.
Un estudio muy representativo en este sentido data de 2006. A través de resonancia magnética, se monitoreó la actividad cerebral de mujeres a las que se amenazaba con una descarga eléctrica: algunas de ellas estaban tomadas de la mano de su pareja, otras tomaban la mano de un extraño, y otras no tenían ningún contacto físico.
Como habían previsto los investigadores, el estrés y la actividad en las zonas neuronales que se activan en situaciones de amenaza se redujeron mucho en las personas que sostenían la mano de sus esposos, y algo menos en quienes podían sujetar las de desconocidos.
Más aún: cuanto mayor era el vínculo de esas mujeres con sus parejas, en mayor medida se reducían esos índices de temor. Unos resultados que vinieron a dar evidencia científica a gestos intuitivos que en general tenemos todas las personas cuando deseamos animar o acompañar a alguien que está triste, asustado o enfermo.
Como explica la especialista Tiffany Field, fundadora del Instituto de Investigación del Tacto -el cual pertenece a la Universidad de Miami, Estados Unidos-, las caricias también mejoran el sistema inmunológico, alivian el dolor, ayudan a dormir mejor y reducen la tensión sanguínea.
“El tacto es una de las principales formas en que las personas se conectan y se relacionan entre sí”, enfatiza Field. Y esto es así, añade, en todas las etapas de la vida: los niños se sienten reconfortados al estar piel con piel con sus madres, las relaciones de pareja las incluyen como un elemento central, y los adultos mayores se alegran cuando los toman de la mano o les dan un abrazo o una palmadita en la espalda.
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