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Las Navidades son unas fechas que muchas personas esperan con ilusión, pero que para otras representan unas jornadas difíciles. En general, por la llamada depresión navideña, depresión blanca o blues de Navidad. En particular, este año, por ser las segundas en tiempos de pandemia de COVID-19, con todo lo que ello implica.
Las razones de esta tristeza estacional suelen ser numerosas y variadas. Desde la ausencia de seres queridos (por fallecimiento, porque viven lejos, por posibles restricciones derivadas de la pandemia) o la añoranza de tiempos pasados, hasta las tensiones originadas por problemas económicos o por la “obligación” de ser feliz.
“Son unas fechas que están cargadas de significado emocional”, explica Mireia Cabero, psicóloga de familia y profesora de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). Porque además son días de vacaciones, durante los cuales “cambian nuestro ritmo diario, nuestras exigencias y nuestras responsabilidades”.
En consecuencia, explica la especialista, “tenemos más tiempo para sentir, estar y ser, y eso hace que estemos más conectados con nuestros dolores y con temas pendientes de resolver. Hay constancia de que en los periodos vacacionales los trastornos mentales y emocionales, especialmente si no están bien atendidos, sufren un empeoramiento”.
Y a eso se añade el hecho de que, desde el comienzo de la pandemia, a nivel global, los trastornos de ansiedad aumentaron en un 26% y los de depresión en un 28% (según reveló un estudio publicado en noviembre en la revista especializada ‘The Lancet’), y que ese incremento fue mayor en los países con mayor incidencia de COVID-19.
Los seres queridos que ya no están
Sin dudas, de entre todos los factores que propician la depresión navideña, lo que mayor tristeza provoca es haber sufrido en los últimos tiempos el fallecimiento de seres queridos, que estarán ausentes en las reuniones familiares. La pandemia tiene, desde luego, importantes consecuencias en ese sentido.
De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística (INE), en 2020 hubo 75.073 muertes más que el año anterior, una cifra similar a la del total de fallecidos por COVID: 74.839 (tanto casos confirmados como otros en que hubo síntomas pero no se corroboró la existencia de la enfermedad).
Este año, en tanto, las cifras oficiales indican que las defunciones por COVID-19 ya son más de 37.000. Pero no se trata solo de números y estadísticas, por supuesto, sino sobre todo de cómo se gestiona el duelo ante esas pérdidas.
Muchos de esos duelos no pudieron seguir su curso natural, debido a las restricciones derivadas de la propia pandemia. Por diversos factores: no haber podido estar junto a la persona durante su estancia en el hospital, la incertidumbre prolongada, la angustia de pasar mucho tiempo a la espera de un mensaje o una llamada telefónica, no haber podido despedirse ni ver el cuerpo tras la muerte, etc.
A esas circunstancias se añade el hecho de que muchas de las pérdidas fueron “no anticipables”, en palabras de Enric Soler, también psicólogo y docente en la UOC. Este experto se refiere al fallecimiento de muchas personas que tenían 50 o 60 años, o incluso menos, y que se encontraban bien de salud antes de la pandemia.
Lo inesperado de esos decesos hace que el duelo resulte aún más difícil. “El duelo es el mayor reto al que podemos enfrentarnos las personas, y cuanto más vulnerables seamos, más impacto tendrá la ausencia”, puntualiza Mireia Cabero.
¿Quiénes son más vulnerables? Según la especialista, las personas que tienen menos recursos y madurez emocional, las que padecen algún tipo de trastorno mental, las que sufren las desigualdades sociales de cualquier índole y las más aquejadas por el sentimiento de soledad.
Consejos para gestionar la ausencia
Los psicólogos y docentes de la UOC enumeran una serie de consejos para gestionar de la manera más apropiada el duelo y las ausencias de seres queridos en estas segundas Navidades en pandemia que se aproximan.
1. Buscar formas nuevas de vivir estas Fiestas. Una posibilidad consiste en realizar encuentros familiares previos para conversar y que cada persona pueda compartir sus inquietudes y necesidades, como sugiere la psicóloga Belén Jiménez Alonso.
2. Utilizar símbolos para honrar a los seres queridos que ya no están. Se puede utilizar algún objeto que perteneciera o que le gustara a esa persona, dejar una silla vacía en el sitio donde le gustaba sentarse o preparar su plato favorito: son maneras de “dar presencia a la ausencia”, en palabras de Enric Soler.
3. No eludir la compañía de amigos y familiares queridos. El duelo se atraviesa mejor cuando se comparte con gente hacia la que se siente afecto y cariño. Hay que aprovechar todas las posibilidades de hacerlo, dentro de lo que permitan las posibles restricciones por la pandemia.
4. Realizar actividades recreativas y de ocio. Leer, ver películas o series, jugar a juegos de mesa, escribir, cocinar, hacer deporte, salir a dar paseos, etc. Ya que para la mayoría de la gente estos días no involucran obligaciones laborales (o lo hacen en menor cantidad), se puede aprovechar para estas actividades que hacen sentir bien.
5. Distribuir entre todos las tareas de las que se encargaba quien ya no está. Esto tiene un doble beneficio: por un lado, evitar que una sola persona deba asumir todas esas funciones, y por el otro, ayudar a que cada miembro de la familia pueda elaborar su propio duelo personal a través de la realización de la tarea que le haya tocado.
6. Hablar de la ausencia. A menudo, conversar sobre los temas dolorosos es difícil, porque en el momento parece generar aún más dolor. Pero hacer como si no pasara nada es peor. No conviene dar la espalda al duelo, sino aceptarlo y legitimarlo. De hecho, Belén Jiménez opina que quienes más sufren estas situaciones son las personas que “no pueden expresar y compartir con otros su dolor por la ausencia”.
7. Cuidarse y permitir ser cuidado. Aceptar los gestos de los demás y también brindarlos aumenta el bienestar, tanto al del grupo como al de cada individuo.
8. Aceptar la forma en que viven el duelo los demás. Todos somos diferentes, y cada quien encuentra su propio modo de sobrellevar el dolor y también de expresarlo. Cada uno construye su propio duelo, y es importante respetarlo.
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