¿Qué es 'el bien querer'? Sobre nuestras creencias colectivas al hablar de amor
Hola, Sara, deseo que estés bien. Mi reflexión va en torno al cómo se quiere a alguien. Si el bien querer es atravesado por entender las necesidades de la otra o queda limitado a una manera de amar unidireccional y que debe ser aceptada como tal
Como un viaje intenso y peligroso del sujeto por las profundidades de su interioridad cambiante, las historias del querer apasionado se han contado durante siglos, a menudo con tono épico y dividiendo la experiencia en distintas fases o etapas. Al “mal querer” se acercó la artista Rosalía, inspirándose en la novela medieval Flamenca y poniendo atención en cómo el interés erótico, cuando se ritualiza a través de la cultura patriarcal, normaliza la violencia machista como respuesta al fracaso del imposible deseo de fusión de los seres (y de sus intereses).
Rosalía indaga en el mal querer, pero deja sin resolver qué podría ser un querer bueno. Sus letras, eso sí, reflejan la fácil movilidad entre las palabras que supuestamente pronuncia el cuerpo inspirado por el amor, y las palabras que después buscarán la herida y el insulto. Aunque aquí se trate el amor sexual, esta movilidad la encontramos en distintos vínculos apasionados, donde el sujeto que ama busca que la persona a la que deposita su atención le responda como objeto, y no desde su libre albedrío, que es condición vital.
Qué bonita está mi novia, que se pare en su trono (reina)
Corona' de brillantes y, ay, con perlas y oro
Corona' de brillantes y, ay, con perlas y oro
(Quiera o no quiera, no quiera, ella no quiera)
(Va estar conmigo y hasta que se muera)
El arranque del enamoramiento tiene en sí mismo una fuerza que, por arrebatar el estado y la percepción de la realidad del cuerpo enamorado, ansía el lenguaje, tiene sed de nueva significación, de palabra. La boca glotona del deseo, educada en cuentos de príncipes y princesas, se erotiza, cree satisfacerse, y se siente más calmada al pronunciar fórmulas de exceso: “muero de ganas”, “para siempre”, “tuya”, “hasta que me muera”. Estas son fórmulas capciosas, vacías de referente material, pero que animan la excitación del cuerpo enamorado que habla, al mismo tiempo que comprometen a la interlocutora en un juego de intensidad. ¿Hay algo malo en utilizarlas? Creo que no, si cuando las comenzamos a intercambiar reflexionamos y ponemos en común lo que significan para cada una de nosotras.
La boca glotona del deseo, educada en cuentos de príncipes y princesas, se erotiza, cree satisfacerse, y se siente más calmada al pronunciar fórmulas de exceso: "muero de ganas", "para siempre", "tuya", "hasta que me muera
En El mal querer, sin embargo, Rosalía utiliza estas fórmulas para mostrar los potenciales efectos del fuego cuando está en unas manos peligrosas, sin capacidad autocrítica, sin conciencia de cuidado o ética.
Yo que tanto te camelo
Y tú me das pie
Haciendo que tú de aquí no sales
Mucho más a mí me duele
De lo que a ti te está doliendo
Conmigo no te equivoques
Con el revés de la mano
Yo te lo dejo bien claro
Amargas penas te vendo
Caramelos también tengo
A lo largo del álbum la artista analiza, a través del lenguaje, las derivas destructivas de una pasión que se inicia en un aparentemente inocente reconocimiento de belleza. La historia del mal querer empieza, entonces, como las historias normativas del buen querer: “La belleza de la otra me conmueve, la deseo, la elijo, inicio la seducción, busco estar cerca, muy cerca, lo consigo, en algún momento parece que me convierto en su prioridad”.
La idea de que después de haber aceptado el bien, "caramelos", nuestrxs amantes también tienen que aceptar la amargura que necesitemos volcarles, está bastante establecida en nuestras creencias colectivas sobre el amor
Luego… todo se tuerce. Un buen día la descubriré poniendo su atención en otras cosas del mundo, me asustaré, interpretaré su libre albedrío como un acto de violencia hacia mí, la violentaré señalando mi dolor, su responsabilidad frente a mi dolor.
Sin necesitar grandes historias de violencia y celos, la idea de que después de haber aceptado el bien, “caramelos”, nuestrxs amantes también tienen que aceptar la amargura que necesitemos volcarles, está bastante establecida en nuestras creencias colectivas sobre el amor. Una forma de amar unidireccional es una épica del ego donde el yo carece, ansía, busca, encuentra, lucha y gana, luego pierde, se desgarra, odia, se desencanta, exilia su deseo, se vacía, se reinventa y vuelve a buscar. Creo que este monólogo narcisista, la épica identitaria de un yo que busca completarse con una media naranja a la que exige una larga lista de responsabilidades, nunca será el lenguaje que dé paso a unas prácticas del bien querer. Estas prácticas, lejos del furor romántico, han de tener que ver con el cuidado de la vida de la otra, que no puede ocurrir sin haber desarrollado la atención y la entrega para comprender sus necesidades, a pesar de que no estén sincronizadas con nuestros deseos y proyecciones sobre la relación.
Creo que este monólogo narcisista, la épica identitaria de un yo que busca completarse con una media naranja a la que exige una larga lista de responsabilidades, nunca será el lenguaje que dé paso a unas prácticas del bien querer
Aunque no haya nunca de ser definido con términos estrictos, pues la estabilidad forzada de una definición del bien querer inauguraría una serie de injusticias frente a la movilidad de los contextos y la vida, una sociedad que se preocupa y que puede entregarse a una conversación sobre su naturaleza transluce inteligencia emocional y libertad crítica. ¿Vivimos ahora ese momento, con deseo de saber y de buen hacer, con plasticidad frente a la norma y la moralina? Algunas, al menos, parece que sí, y con responsabilidad y alegría lo celebramos.
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