“Es viernes y tu cuerpo lo sabe”, afirma en las redes sociales una frase repetida -los días viernes- hasta la omnipresencia. Durante la cuarentena obligada por la pandemia de coronavirus, sin embargo, alguien escribió en Twitter: “Es viernes y tu cuerpo no tiene ni idea”. Alude, por supuesto, a uno de los efectos más comunes, y también más riesgosos, del confinamiento: que los días se parezcan demasiado unos a otros, al punto tal que se genera la sensación de vivir siempre el mismo día. Un poco como el personaje de Bill Murray en la película Atrapado en el tiempo.
¿Cuáles son los riesgos de no diferenciar si es lunes, jueves o domingo? El principal es que aumentan las probabilidades de padecer síntomas de ansiedad y estrés, que pueden conducir a una depresión. Y esto se debe a que una vida como esa adolece de la falta de una estructura simbólica, y por lo tanto produce la sensación de carecer de coherencia. A esas conclusiones han llegado investigadores de la Universidad de Rutgers y de la de Misuri, Estados Unidos, que desde hace varios años indagan en estas cuestiones.
La principal solución para ese problema radica en un concepto habitualmente denostado: la rutina. La reiteración de unas ciertas actividades todos los días, o de manera regular en determinados días de la semana, genera esa estructura mental coherente sobre la cual se apoya la propia vida. Contar con esa estructura coherente es uno de los pilares de sentir que la vida tiene un sentido, lo cual es clave para el bienestar y la salud emocional.
A menudo se habla de la importancia de las rutinas en la crianza de los hijos. “Las rutinas diarias son para los niños lo que las paredes para una casa: le dan fronteras y dimensión a la vida”, escribió el educador austriaco Rudolf Dreikurs. Añadió que la rutina brinda “sensación de seguridad” y “un sentido de orden del cual nace la libertad”.
El caso es que esto no es válido solo para los niños, sino también para los adultos. Sucede que, por lo general, en la vida adulta las actividades rutinarias se imponen y son motivo de queja. Hasta que, por alguna causa excepcional, esa estructura desaparece y uno parece quedar flotando en el vacío, sin saber de qué agarrarse para seguir adelante.
Los días de la semana y las rutinas
Existen varias pautas posibles para conformar una estructura en el tiempo del confinamiento. En primer lugar, se puede intentar sostener ciertas rutinas ya existentes. Por supuesto, muchas de ellas no se pueden mantener, a menudo las más importantes, como ir todos los días al trabajo, los martes y jueves al gimnasio, los viernes a tomar cañas con los compañeros, comida familiar los domingos, etc.
Pero, por ejemplo, hábitos como limpiar la casa los sábados por la mañana o ir al supermercado los lunes por la tarde sí que se pueden conservar tal cual. En otros casos, se pueden buscar variantes para continuar con esas costumbres aunque por otros medios. Si los viernes no se puede ir al bar con los amigos, pues se puede sustituir la salida por una conversación a través de videoconferencia.
Si tocaba gimnasio los martes y jueves por la tarde, esos mismos horarios podrían dedicarse a hacer actividad física en casa. Está claro que no es lo mismo, pero proponérselo de esa forma genera varios beneficios, como mantener el contacto con la gente querida (lo cual es fundamental para sobrellevar el aislamiento) o evitar el sedentarismo, además de estructurar el tiempo para que los días no sean todos iguales.
Otro recurso vital es crearse rutinas nuevas. Esto puede ser especialmente valioso para personas habituadas a hacer mucha vida fuera de sus casas y no tanta dentro de su propio hogar. Dedicar uno o varios momentos fijos de la semana a leer un libro (a la gente que dice que le gustaría leer -o leer más- pero no tiene tiempo, estos días de confinamiento pueden ayudarla a afianzar el hábito), cocinar o jugar a un juego de mesa con la familia también contribuye con la creación de un esquema mental para la semana.
También puede ayudar la colocación de un calendario en un sitio visible de la casa, en el que sea posible señalar -del modo más elocuente- qué día de la semana es. Es un detalle quizá menor, pero ayudará a prevenir los momentos de olvido o de desorientación en los que uno se descubre en ciertas ocasiones.
Por lo demás, también es importante tomar algunas otras medidas, que no tienen que ver solo con la percepción del tiempo sino que son estrategias generales para sobrellevar con buena salud emocional esta cuarentena. Para quienes ejercen el teletrabajo, es fundamental asearse y vestirse como si tuviesen que salir de casa (al menos quitarse el pijama) y tratar de cumplir los días y horarios laborales. Y también respetar los horarios de las comidas y de levantarse e irse a dormir.
Las rutinas y la percepción del paso del tiempo
Si no se toman estos recaudos, además de no saber en qué día se vive, también puede ocurrir que los días se tornen demasiado tediosos. Diversos estudios acerca de la percepción del paso del tiempo han señalado que el tiempo parece durar más, curiosamente, en situaciones antagónicas: cuando suceden demasiadas cosas al mismo tiempo o cuando “no pasa nada”. Esto se debe a lo que el investigador Michael G. Flaherty llama “la densidad de la experiencia humana”. Es decir, el volumen de información que contienen.
Cuando en un momento suceden muchas cosas, el tiempo parece transcurrir con mayor lentitud. Lo afirma, por ejemplo, el testimonio de soldados: dicen que, durante las batallas, las acciones parecen transcurrir en cámara lenta. En los momentos en que no pasa nada, esa “densidad” de la que habla Flaherty -autor de Las texturas del tiempo y otros libros dedicados a esta materia- no se da por los acontecimientos que se producen, sino por la participación subjetiva del propio sujeto.
En otras palabras: cuando alguien no tiene nada para hacer, suele estresarse debido a ese mismo hecho y en ocasiones se obsesiona con esa inactividad, lo cual lo lleva a sentir que el tiempo pasa más lento. Las rutinas, que a menudo agobian y se sienten como una prisión, pueden hacer sentir que en la vida “normal” el tiempo pasa demasiado rápido.
En situaciones extraordinarias como las actuales, por el contrario, conviene aferrarse a ellas: de ese modo, será más fácil evitar -además de la ansiedad y el estrés- el tedio, la irritabilidad y otras consecuencias negativas tanto para la propia persona como para quienes estén compartiendo el confinamiento con ella.
10 consejos para los días de cuarentena no sean iguales
- Leer una hora al día: debemos procurar que siempre sea a la misma hora, y se trata de hacer el esfuerzo de enfrentarnos a un libro que queramos leer, se o no fácil.
- Leer los periódicos: podemos dedicarle media hora, o más, por las mañanas, a medio día o la tarde, y luego procurar desconectar; así tendremos la “hora de la información”.
- Ver el telediario: ya sea el de medio día o el de la noche, para estar enganchados a la actualidad.
- Escuchar un programa favorito de radio a la misma hora: ya que tenemos tiempo dediquemos una porción fija a escuchar nuestro programa favorito,
- Tomar un rato el sol: el cerebro se guía entre otros factores por la intensidad d luz natural, así que salir al balcón o la ventana a dedicarle media hora al sol en un horario fijo del día nos subirá el ánimo y nos ubicará mentalmente.
- Ducharnos y asearnos como si fuéramos a la oficina o de fiesta: el aseo es un tiempo fijo e íntimo que dedicamos a nosotros mismos, además de constituir un ritual que nos da el contexto de lo que vamos a hacer.
- Hacer gimnasia, una rutina de yoga o meditación todos los días a la misma hora: además de mantenernos en forma y ayudarnos a relajarnos y desconectar de la tensión del confinamiento, nos obliga a fijar una hora para estas tareas.
- Acostarnos siempre a una hora fija: a poder ser pronto, igual que si fuéramos a trabajar. Si tenemos el día lleno de rutinas, no nos costará sentirnos obligados a descansar.
- Levantarse con el alba: es decir pronto y para vivir con la luz natural.
- Programar una hora para las telerelaciones: sean por vídeo o por móvil, destinar una hora fija a hablar con amigos y familiares para mantener el contacto humano.
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