La cuestión de la monogamia ha interesado a numerosos científicos a lo largo de los años. Muchos han ido en busca de una respuesta contundente acerca de si los seres humanos somos por naturaleza monógamos o no. Hasta ahora, sin embargo, ninguno ha podido llegar a una conclusión definitiva. Pero sí hay estudios cuyos resultados arrojan algo de luz acerca del tema.
En primer lugar, está claro que las especies de mamíferos que practican la monogamia son una minoría: alrededor del 3 % del total, según las estimaciones más altas (otras indican que no supera el 1 %). Esto se debe a razones evolutivas: el sistema reproductivo que ha resultado más eficaz para nueve de cada diez de esas especies ha sido la poliginia, es decir, el régimen en que un macho dominante fecunda a varias parejas hembras a la vez. De hecho, de las sociedades humanas que han existido, hasta el 83 % practicó la poliginia. ¿Cómo es entonces que la monogamia se impuso de tal forma en nuestras sociedades modernas?
Estudios e hipótesis acerca del porqué de la monogamia
Entre las especies que sí practican la monogamia se encuentran el pingüino, el lobo gris, la lechuza, el cóndor, el antílope africano dicdic, el castor y muchos tipos de primates, entre ellos los seres humanos. En la mitad de las especies que optan por este sistema social, la causa principal es que sus individuos viven demasiado dispersos, de modo tal que no les resulta sencillo encontrar nuevos compañeros de reproducción. A esa conclusión arribó un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Cambridge, Reino Unido, y publicado en 2013 en la revista Science.
“Allí donde las hembras están vastamente diseminadas, la mejor estrategia para un macho es quedarse con una hembra, defenderla y asegurarse de que es él quien engendra toda su descendencia”, apuntó Tim Clutton-Brock, uno de los directores del trabajo. “En resumen, la mejor estrategia para el macho es ser monógamo”. De acuerdo con estos investigadores, este sería el motivo por el cual la mitad de los mamíferos monógamos optaron por este sistema de reproducción.
¿Qué ocurre con la otra mitad? Otra investigación, publicada casi al mismo tiempo que la anterior, rastreó los orígenes de la monogamia en los primates y postuló una respuesta. Si bien la importancia de la colaboración entre ambos progenitores para la crianza de los hijos tuvo su importancia, el motivo principal fue evitar los infanticidios.
Es decir, la muerte de las crías por parte de otros machos, que por un lado pretendían que la madre se desligara de la crianza para volver a estar disponible como pareja sexual y, por el otro, eliminar posibles competidores sexuales futuros. Por ello, el trabajo –elaborado por expertos de universidades del Reino Unido y Australia– concluye que “estos análisis filogenéticos respaldan el papel clave del infanticidio en la evolución social de los primates y, potencialmente, de los seres humanos”.
Otras hipótesis destacan más elementos que podrían haber contribuido con la adopción de la monogamia por parte de nuestra especie, como el afán de combatir las enfermedades de transmisión sexual o motivos económicos, vinculados con la propiedad privada de la tierra, las herencias y otros bienes que se organizan de un modo más simple cuando un grupo social se divide –como el nuestro en la actualidad– en unidades familiares.
La monogamia y lo natural
En tanto seres humanos, entonces, formamos parte de esas pocas ramas evolutivas que en algún momento adoptaron la monogamia. ¿Quiere esto decir que somos “naturalmente” monógamos? La psiquiatra Judith Lipton y el psicobiólogo David Barash, autores del libro El mito de la monogamia (Ed. Siglo XXI, 2003), opinan que no. Por el contrario, sostienen que “la biología humana tiende de modo natural a la poligamia”, y que “ni la biología, ni la primatología, ni la antropología sugieren que la monogamia sea un modo de vida natural”.
Lo importante en este caso es definir qué quiere decir “natural”. “Andar y hablar son cosas naturales –explican Lipton y Barash–. El arte es posible, pero no es natural. La monogamia es posible, como el arte, pero no es natural”. En cambio, “si por natural entendemos que hay una predisposición, hay poderosas razones para creer que la monogamia en los seres humanos sí es natural”, afirma el psicólogo Bertrand Regader, divulgador científico y director de la web Psicología y Mente.
Regader especifica que “se ha visto a lo largo del tiempo y de las sociedades un patrón claro hacia la monogamia funcional”. Es decir, una estructura adecuada a una serie de finalidades. El psicólogo –coautor del libro Psicológicamente hablando: un recorrido por las maravillas de la mente (Ed. Paidós, 2016)–, señala que “hay varias posibles explicaciones”, y apunta algunas de las ya mencionadas, como el menor riesgo de transmisión de enfermedades venéreas y una mayor eficacia a la hora de proteger a los bebés.
¿El futuro pertenece a las relaciones abiertas y el poliamor?
De todos modos, aclara Regader, esto no quiere decir que estemos “programados para ser monógamos”, dado que “la existencia de ciertas predisposiciones biológicas no legitima la imposición de maneras de vivir el amor y las relaciones personales”. Por otra parte, “que un rasgo haya sido útil hasta ahora no significa que sea bueno en abstracto, ni que tenga que ser la norma, sino que hasta el presente ha resultado ventajoso para que sigamos existiendo como especie. Pero eso podría cambiar en cualquier momento”.
Surge la pregunta inevitable: ¿es posible que en el futuro cambie el paradigma y las llamadas relaciones abiertas, el poliamor u otras formas se impongan como modelo predominante en la estructuración social? Sí lo es, según Regader.
“En las sociedades del bienestar, en las que un individuo puede ser autosuficiente y a la vez tiene una mayor facilidad para crear vínculos amistosos, y en las que el sexo y el amor se van desvinculando más de la reproducción y de la creación de familias, las dinámicas polígamas lo pueden tener más fácil para extenderse. Solo el tiempo dirá hasta dónde son capaces de hacerlo”.
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