Es tu agenda personal, tu navegador de internet, tu mapa, tu reproductor de música y de vídeos, tu álbum de fotos y cámara a la vez. Guarda tu biblioteca de libros, tu lista de contactos, tu carnet de conducir y tu tarjeta de crédito. Con abrir una aplicación puedes hacer la compra, avisar a la grúa, cambiar una cita médica o conectar la alarma de tu casa. Resulta que también funciona como teléfono, chat o para intercambiar mensajes de texto. Te recuerda tareas, citas programadas y te avisa del nuevo episodio de tu podcast preferido. Además te entretiene en el transporte público, te distrae en la sala de espera del dentista, te ayuda a llenar ratos de insomnio, momentos incómodos cuando quieres huir del silencio y siempre acude al rescate cuando necesitas aparentar que estás ocupado.
Cada semana, el miniordenador que llevamos en la mano nos asalta con las horas de pantalla que hemos consumido y es inevitable preguntarse cómo podemos usarlo menos cuando nos resulta tan útil. Cuenta con aplicaciones de redes sociales o servicios que incluyen información a dos clics y que antes requerían hacer una llamada de teléfono o consultar con alguien por la calle, por ejemplo, si buscabas indicaciones. Pequeños contratiempos y que ahora solucionamos en minutos.
Incluso las redes sociales, con todos sus defectos, se han convertido en plataformas imprescindibles para activistas e incontables campañas en defensa de los derechos humanos que las han utilizado como punto de conexión con personas de todo el mundo. Y qué decir de los nichos culturales que hemos descubierto en estas redes y que de otra manera nunca habríamos imaginado tener ante nuestra mirada. O de curiosidades como esta. Pero de un tiempo a esta parte parece que algo no está bien. Tanto scroll inconsciente ha hecho del ‘brain rot’ uno de los conceptos del año y ya no nos acordamos de lo que hacíamos cuando no teníamos a cada momento un teléfono en la mano, cuando no llenábamos cada instante con algún tipo de streaming.
A más contenido, menos satisfacción
Escribe Jason Pharman en The Verge que toda una generación de internautas, los primeros que utilizamos las redes sociales, ya no tenemos adónde ir. “Los millennials son los últimos del mundo analógico, a medio camino entre el pasado y el futuro, [...] y por eso quizá sentimos que ya no quedan aplicaciones en las que socializarnos como hacíamos antes”. Pharman añade que la promesa inicial de las redes sociales, “acercar a la sociedad a un ideal virtual” ha desaparecido por los cambios recientes en las plataformas. “Además de Twitter, la erosión de la experiencia del usuario en Facebook e Instagram con la proliferación de servicios de pago, discursos de odio y desinformación, ha marcado un antes y un después para el internet social”.
“Yo he seguido conectada esta última década en plataformas que dañan mi salud mental por el hecho de seguir presente en lo que percibía como una comunidad”, reconoce Kate Lindsay, cofundadora de la newsletter Embedded, en una de sus últimas entregas. “Tenía la sensación de que el equivalente de no hacer esto era enterrar mi cabeza en la arena e ignorar ese espacio donde podía –y debía– escuchar los problemas que nos acechan”.
Ahora que tenemos claro que ninguno de estos servicios son gratuitos, también nos molestan todos sus efectos secundarios. Resulta que más allá de esa ilusión de comunidad, gran parte del contenido que consumimos ya no nos sirve. No nos acordamos de lo que acabamos de ver a los pocos minutos, sabemos que no hemos aprendido nada mientras navegamos, el algoritmo acierta cada día menos y no se ha cumplido la promesa de la conexión social.
Recurrimos a estas plataformas en búsqueda de esas pequeñas recompensas y el problema es que cuando no se dan, tendemos a aumentar nuestros tiempos de exposición para intentar lograrlas
Y cuanto más tiempo pasamos en redes “sociales”, más solos nos sentimos. Según un estudio reciente de la Escola de Salut del Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona, un 44% de los adolescentes y jóvenes dicen conectarse a las redes para no sentirse solos, pero también hay un 40% que reconoce ese sentimiento de soledad, el doble que hace solo 15 años.
“La gran mayoría de aplicaciones utilizan un programa basado en recompensas que les permite tenernos constantemente atrapados y enganchados a pequeñas recompensas que además son variables”, explica a elDiario.es Vicente Villalba, profesor de la Universidad de Barcelona e investigador especializado en la adicción a la tecnología móvil. “Recurrimos a estas plataformas en búsqueda de esas pequeñas recompensas y el problema es que cuando no se dan, tendemos a aumentar nuestros tiempos de exposición para intentar lograrlas”, añade.
Desde que nos lo contó Kyle Chayka en Mundofiltro, no hay forma de abrir una aplicación sin acordarnos de que cuanto más tiempo pasamos en ella, “más datos producimos, más fácil es rastrearlos y nuestra atención puede venderse de forma más eficiente a los anunciantes”. Y resulta que el consumo del contenido de aplicaciones basadas en recomendaciones automáticas nos deja siempre con el mismo sabor de boca. “En ese momento se diría que el contenido te rodea y, sin embargo, en cuanto te alejas de él, te resulta todo insignificante”, escribe el periodista de The New Yorker.
Qué estábamos buscando
Porque ya es habitual desbloquear el teléfono y en menos de un segundo haber olvidado qué íbamos a buscar y acabar perdidos en una ratonera de contenidos generados con IA o mirando fotos de desconocidos. Hay un número excesivo de opciones entre pantallas y aplicaciones, todas ellas con la promesa de llevar tu atención en una dirección distinta. Y todas quieren hacerlo a la vez. Según Cal Newport, autor de libros como Minimalismo Digital o Céntrate (Deep Work) esta sensación también se debe a dos fenómenos a los que nuestro cerebro es especialmente susceptible y que, además, son promovidos por las tecnológicas: refuerzos positivos intermitentes —quién sabe cuándo llegará ese “me gusta”, un nuevo suscriptor o la respuesta de un amigo— y el deseo de aprobación social.
En este último factor sitúa el profesor Villalba una de las claves de la dificultad de desconectar: “Si pruebas una aplicación como Instagram y no te gusta, a lo mejor la borras, pero si subo un post o un story y recibo esos estímulos gratificantes, me voy a sentir bien y voy a entrar en ese bucle”. Newport le añadió a este problema otro detalle y es que ese tipo de navegación parece escapar cada vez más a nuestro control. Pocas personas quieren pasar tanto tiempo en internet, pero estas herramientas tienen una manera de crear adicciones basadas en nuestro comportamiento“, alertaba Newport en Minimalismo Digital.
Los humanos han tenido una vida social rica durante toda la historia sin necesidad de enviar pequeñas cantidades de información todos los meses a gente que conocieron brevemente durante el instituto
El director ejecutivo de Instagram, Adam Mosseri, ha reconocido recientemente que la mayor parte del crecimiento de esta aplicación se debe a los mensajes directos y a las publicaciones de stories de los usuarios más jóvenes. “Los adolescentes pasan más tiempo intercambiando mensajes que publicando stories, y suben más cosas a stories que las que publican en su feed”, declaró Mosseri durante una entrevista en el podcast británico 20VC.
Frente a esto, Newport anima a limitar estos intercambios al círculo más reducido posible y resistir a la tendencia impuesta por aplicaciones donde hemos acumulado contactos que apenas ubicamos en nuestro pasado. “Los humanos han tenido una vida social rica durante toda la historia sin necesidad de enviar pequeñas cantidades de información todos los meses a gente que conocieron brevemente durante el instituto”, asegura. “Nada en tu vida va a disminuir considerablemente cuando regreses a ese estado”.
Casi seis horas diarias de media delante de una pantalla
Pero seguimos inmersos en el internet de ahora, ese en el que no nos sentimos dueños de nuestra propia experiencia. “Pese a estar rodeados de una superabundancia de contenidos, ninguno les inspira”, dice Chayka de los usuarios. Y esto tampoco hace que dejemos las plataformas. Simplemente, seguimos haciendo scroll hasta llenar, de media, el 35 por ciento de nuestro tiempo diario (unas 5 horas y 45 minutos) que pasamos delante de una pantalla, según datos recientes de Electronics Hub. La mitad de este tiempo, además, se lo lleva el teléfono móvil.
Newport apunta también a los factores estructurales que nos han llevado hasta aquí. Al borrarse los límites entre el trabajo y la vida personal, con empleos cada vez más exigentes y tradiciones comunitarias en deterioro, más y más personas dejan de invertir tiempo en actividades de ocio que son cruciales para nuestra felicidad. Un vacío difícil de afrontar y muy fácil de ignorar con el ruido digital.
“Es muy fácil rellenar esos huecos entre el trabajo, atender a tus relaciones o incluso dormir sacando el móvil o una tableta y distrayéndose” escribe en ‘Minimalismo Digital’. “Antes de YouTube teníamos —y seguimos teniendo— el consumo pasivo de televisión y el alcohol para evitar preguntas y momentos incómodos, pero las tecnologías más avanzadas de la economía de la atención son especialmente efectivas en esta tarea”.
Tanto si has consultado el teléfono por una cuestión de utilidad o para huir del estrés del momento, ya no te acuerdas de qué era lo contrario a estar pendiente del teléfono y hablar de brain rot después de navegar online se queda corto. No, internet ya no es lo que era, y desde newsletters a foros de reddit –este tiene 250.000 usuarios– se han llenado de recomendaciones para desconectar de tu teléfono sin obligarte a volver totalmente a la vida analógica, aquella en la que sabíamos entretenernos sin una pantalla. ¿Te acuerdas de ese día en que fuiste capaz de entretenerte haciendo un puzle?
“Conocemos demasiado bien los efectos en cadena de Internet en nuestra vida cotidiana, desde el roce de la pantalla del móvil en vez del botón del despertador, hasta lo que hacemos nada más levantarnos de la cama o qué nos preocupa justo antes de quedarnos dormidos; desde los detalles de nuestro regreso viaje al trabajo, lo que ocurre al llegar a la oficina o cómo nos reunimos al volver a casa. Todo esto ya lo sabemos, lo que no tenemos tan claro es cómo solíamos hacerlo antes”, escribió Pamela Paul en Las 100 cosas que perdimos en Internet.
Qué tiene esto que ver con el juego, el aburrimiento y el tiempo libre
La primera de esas cosas que perdimos en la lista de Paul es el aburrimiento, protagonista de incontables momentos en los que, a falta de ideas, desbloqueamos el teléfono. “El aburrimiento estaba disponible en todas partes. Nada que hacer, nada con lo que entretenerse o distraerse”, escribe. La escritora también reconoce que “hemos resuelto ese problema porque ya no hay tiempo para aburrirse. Ya no hay momentos vacíos y la misma idea de pensar en esto —¿quién tiene tiempo para eso?— parece absurdo”.
Paul recuerda que el fabricante de móviles Motorola acuñó el término ‘microaburrimiento’ para describir esos instantes que nos perturban por no saber qué hacer con ellos y cómo un smartphone podría resolver el problema en un instante. “En cuanto inventaron esa palabra también habían eliminado el problema”, dice Paul. Pero también inventaron otro: ya no sabemos aburrirnos.
Muchos de esos instantes en los que desbloqueamos la pantalla esconden o bien una huida de problemas y preocupaciones que no sabemos cómo solucionar —la respuesta a horarios complicados, presiones laborales y cómo escapar a la crisis de la vivienda no siempre está en internet— o uno de esos ratos en los que no tenemos idea de qué hacer. En la cola del supermercado, atrapadas en un atasco o esperando a que llegue la comida, seguimos conectados.
Villalba apunta además a que hay que reconocer que la tecnología cada vez es más “llevable” y lo que antes estaba solo en el teléfono ahora cabe en un reloj, por lo que es inevitable que se cuele en nuestras vidas. “Es natural convivir con ella, pero hay que saber que hay que poner ciertas barreras, tomar conciencia de que podemos dejar de lado el teléfono”, afirma.
¿Y si resulta que hay una respuesta analógica a muchas de esas situaciones en las que consideramos que el teléfono es imprescindible? Si hacemos caso a Newport, una de las maneras de lograr el “minimalismo digital” está en plantearse, antes de utilizar una aplicación del móvil o el ordenador, por qué y para qué la queremos. ¿Realmente necesitas tener tres aplicaciones abiertas a la vez? ¿Es imprescindible acordarse, en este preciso instante, de cómo se llamaba la actriz de aquella serie? ¿O consultar cinco veces al día el tiempo que hace? ¿Y si paseamos hasta la siguiente calle para recordar el camino en vez de abrir Google Maps?
Y así, si queremos reemplazar la pantalla por experiencias reales, podemos empezar a dejar revistas —dicen que el papel está de vuelta— en la cocina, por ejemplo, para hojear mientras esperas a que se haga el café, o ahora que viene tiempo de celebraciones, recuperar otra tradición y quedar antes de tiempo con ese aliado que quiera salir a dar un paseo cuando se eternice la sobremesa. Podríamos recuperar cosas realmente útiles que se nos han escapado entre horas de streaming e, incluso, después de que hayas buscado cómo hacerlas en internet: arreglar una cremallera, construir una estantería sin manual, taladrar una pared, restaurar un mueble o aprender a conectar los cables del interruptor de una lámpara. Y, por el camino, quizás aprenderemos a organizar las comidas de toda la semana, tener una rutina básica de ejercicio o llevar unas cuentas mínimamente saneadas.
Podemos dejar de lado el teléfono y a la vez recuperar hábitos como el de perdernos por lugares nuevos que visitamos, visitar una biblioteca y hojear varios libros hasta elegir uno, y (ojalá) leerlo después sin interrupciones. Volveríamos a hacer listas a mano, desde la de la compra hasta ideas para un viaje. Recuperaríamos aficiones abandonadas y de las que como mucho nos acordamos una semana durante el confinamiento de la pandemia. En Londres han encontrado más de 1000 personas para llenar esta catedral mientras tejen mantas para personas sin hogar, esta mujer recrea escenas familiares con hojas de árboles, parece que los retiros para aprender a hacer figuras de cerámica siguen funcionando y todos los años hay quien viaja hasta a Italia para aprender a hacer salsa de tomate al sol. Internet está lleno de ideas, ¿te apuntas?
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