El primer pinchazo: por qué cada vez más gente pasa de la crema antiarrugas a la jeringuilla

Hace unas semanas, la actriz Anna Castillo explicó en el programa televisivo 'La Revuelta' que se había puesto vitaminas en la cara. Con esto no se refería a pasarse una cáscara de plátano por el rostro como Ashton Hall sino a un tratamiento llamado mesoterapia facial que consiste en inyectar en diversos puntos de la dermis un cóctel de vitaminas (A, B, C y E), ácido hialurónico y aminoácidos. Dicho procedimiento ilumina y aporta flexibilidad a la piel, es decir, mejora el aspecto de forma rápida y efectiva de forma no invasiva. O sea, que no hay que pasar por el quirófano. Este tipo de procedimientos cada vez son más habituales y la conversación ha pasado del cómo le ha quedado la faz a tal famosa después de retocarse al ‘dónde te lo has hecho’.
Los motivos que explican que los retoques para acabar con las imperfecciones (según el canon occidental) y los signos de envejecimiento hayan dejado de ser exclusivos de las clases altas son diversos. Uno de los más evidentes es que acabar con las arrugas no es tan caro como antes: unos pinchazos cuestan mucho menos que una operación y no requieren tiempo de recuperación, por lo que no hace falta pedir una baja laboral.
Tampoco hay duda acerca de la influencia de las redes sociales y sus filtros ‘de belleza’ en el ascenso de los niveles de exigencia estética. Además, en la era del autocuidado ya no hay tanta vergüenza a la hora de reconocer los ‘arreglos’ faciales. Al fin y al cabo: ¿Hay tanta diferencia entre una rutina diaria de diez pasos de cuidado para el cutis y una infiltración de vitaminas cuando el objetivo es el mismo? La clave no está en el cómo sino en el porqué.
Según el informe Percepción y uso de la Medicina Estética en España 2023 que la Sociedad Española de Medicina Estética presentó en febrero de 2024, el 50% de la población española se ha realizado algún tratamiento de medicina estética. De ellos, los más demandados son: “IPL [Luz Pulsada Intensa], rellenos con ácido hialurónico, mesoterapia, PRP y toxina”. Entre los datos extraídos, destaca que se ha ampliado el espectro de edad de los pacientes: ha habido un aumento de los más jóvenes, de 16 a 25 años (20%) y de personas mayores de 45 años (38%). La edad media se sitúa en 45 años, aunque según Castillo, “dicen que a partir de los 30 hay que empezar a ponerse estas cosas”.
Acabar con las arrugas no es tan caro como antes: unos pinchazos cuestan mucho menos que una operación y no requieren tiempo de recuperación
Silvia, que ahora tiene 31 años, empezó con los retoques a los 28. Lo primero que se trató fueron las ojeras porque se veía siempre con cara de cansada y después siguió con los pómulos, los labios y la barbilla para “revertir el paso de los años y sentirme bien en mi día a día”, explica a elDiario.es. Todos los tratamientos han sido a base de infiltraciones de ácido hialurónico además de una sesión de plasma: “Te sacan sangre, la licuan y te la pinchan”. En total se ha gastado alrededor de 1.700 euros y dentro de un año seguramente vuelva a retocarse los pómulos. “Más allá de eso me planteo hacer cosas menos intrusivas como peelings”, afirma.
Laura, de 34 años, comenzó hace cuatro. Ha probado con el bótox [el nombre técnico de la intervención es tratamiento con neuromoduladores] y el ácido hialurónico. Se pinchó en los labios para “corregir forma e hidratarlos”, sostiene, “y me hice un retoque meses después porque la primera vez me puse poco por miedo a que quedaran muy exagerados”. Más tarde, se corrigió las ojeras porque desde pequeña tenía complejo: “al reírme se me marca la bolsa”. Luego se tocó el mentón —“lo tenía algo retraído”— y se “hidrató” los labios otra vez.
El bótox se lo aplicó para frenar la aparición de arrugas en el tercio superior de la cara (frente, entrecejo, cejas y el contorno de los ojos) y también para tratar sus problemas de bruxismo. Y prosigue: “Cuando me quedé embarazada y di a luz perdí volúmenes así que me puse pómulo para volver a como estaba antes. También me hice marcación mandibular por pura estética para marcar facciones y me volví a retocar el mentón. Y lo último que me hice fue otro retoque de labios hace dos años”, completa. Para ella no hay mucha diferencia entre los tratamientos estéticos y teñirse el pelo, tatuarse o comprarse ropa. “A mí me gusta cuidarme y para nada lo mantengo en secreto. Es algo de lo que hablo con naturalidad y no me importa en absoluto que la gente lo sepa”, afirma. En total calcula que se habrá gastado unos 4.000 euros. “Me gusta hacerme retoques para cuidarme, no me gusta nada exagerado ni modificar mi cara para parecer un filtro. Hay mucha gente que busca eso, yo busco verme bien y natural”.
Mar Mira, médico estético y codirectora de Clínica Mira+Cueto, explica que, aunque sus pacientes suelen tener peticiones razonables, “a veces vienen con expectativas por encima de las reales, provocadas por los filtros de las redes sociales. Pero nuestra labor es analizar cuáles son sus necesidades reales para aportar armonía y resultados naturales al rostro”. De hecho, en su centro han puesto en marcha un proceso de ayuda psicológica complementario a los tratamientos de los pacientes. Lo han llamado A Coaching y el objetivo es acompañar a la persona en “su proceso de envejecimiento dándole herramientas para gestionar su imagen”, sostiene la profesional, “trabajando la actitud ante la presión social que demanda que en todo momento tenemos que estar perfectas, el manejo de posibles obsesiones o distorsiones de la imagen corporal, reforzando la autoconfianza”.
Me gusta hacerme retoques para cuidarme, no me gusta nada exagerado ni modificar mi cara para parecer un filtro. Hay mucha gente que busca eso, yo busco verme bien y natural
Lavado y planchado
En su newsletter Pretty in, pretty out, Paloma Abad publica de vez en cuando confesiones anónimas de las periodistas españolas expertas en belleza que mejor conocen el sector. Y sus declaraciones reafirman algunas cosas que quienes han invertido dinero en cosmética posiblemente ya sospechaban, como: “Las cremas antimanchas no quitan las manchas. Usar fotoprotector a diario no te quita las que han salido, pero te evita que salgan nuevas”.
Después de muchos años de aplicarse productos, Sandra, de 40 años, ha llegado a la conclusión de que el láser es la única solución para eliminar la mancha que tiene sobre el labio superior. “Me salió por depilarme con cera, todo sea dicho. Ahora cada vez que llega el verano parezco Cantinflas con la mancha en el bigote”, declara. Además, ya de paso, también le gustaría hacerse unos retoques extra para rejuvenecer su imagen: “Un peeling facial, inyectarme un poco de ácido hialurónico en el código de barras y en las patas de gallo”.
Cuando Isabel, de 49 años, decidió quitarse las manchas de la cara con láser porque “yo ya veía que ni despigmentantes ni leches”, afirma, acudió a una dermatóloga a la que había conocido por motivos laborales y le había dado “muy buen feeling”. Ya en su clínica, después de confirmar que lo de la pigmentación tenía solución, le preguntó si habría algo que la pudiese “enguapecer”, declara. “Aquí, como en todo, la utilización de las palabras es fundamental, así que me dijo: ‘como eres una persona que gesticula muchísimo, tanto cuando te enfadas como cuando te ríes, te sale ahí como la salchichilla del entrecejo. Yo creo que un pinchacito de bótox te va a hacer parecer más descansada’”, recuerda. Es decir, nada de que las arrugas salen por envejecer, sino por ser muy expresiva. Al principio se negó pero, al final, aceptó una dosis baja para probar. “Sin decirle nada a nadie hubo como tres personas distintas que me dijeron ‘oye, estás como muy guapa, muy descansada”, comenta. Y se convenció, claro.
Desde entonces, va a la dermatóloga periódicamente a quitarse las manchas —“hay que darse varias sesiones. La mancha es muy traicionera y puede volver a emerger”— y a ponerse bótox en las patas de gallo y el entrecejo. “Estoy absolutamente encantada. Ella es superconservadora y me fío muchísimo de su criterio. Yo no me quiero hacer estas cosas que estás tres semanas que parece que te han dado una paliza y te duele toda la cara. No quiero acabar pareciendo un cuadro cubista”. En total, en todo el tiempo que lleva con los tratamientos, se ha gastado entre 1.000 y 1.200 euros.
No sólo las mujeres
La medicina estética se suele relacionar automáticamente con las mujeres. No es algo fortuito: al fin y al cabo, son siglos de presión estética del sistema patriarcal sobre el cuerpo femenino. Pero el paso del tiempo y el turbocapitalismo han conseguido que los hombres entren en el juego y no solo para injertarse pelo en la calva. Mientras que, según la SEME, en 2021 el 71,8% de pacientes de medicina estética eran mujeres y el 28,2% hombres, el porcentaje cambió a un 69% de mujeres y 31% de hombres en 2023.
El bótox me lo hice porque empecé a notar muchas arrugas de expresión. En el caso del ácido por la pérdida de volumen en el rostro
La doctora Mira ha detectado esa tendencia en su clínica. “El perfil suele ser de edad en torno a los 35-50 años que solicitan tratamientos sobre armonización facial, cuidado de la piel, arrugas de expresión, papada, flacidez, etcétera”, especifica. Precisamente, Juan, la pareja de Laura, es uno de los integrantes de ese grupo social. Él tiene 49 años y hace dos años se hizo un tratamiento de ácido hialurónico en ojeras y en pómulos. “Yo tenía bastantes bolsas y ojeras con la piel bastante ennegrecida. Así que mi pareja me recomendó pincharme por debajo de esas bolsas para que se disimularan. Y me parece muy buena idea”. Ahora piensa en volver a hacerlo porque el efecto ya ha desaparecido y quiere volver a tener ‘buen aspecto’.
Antonio empezó con 33 años a aplicarse tratamientos estéticos con jeringuilla. Ahora ha cumplido los 36 y hasta el momento se ha inyectado bótox siete veces –acude aproximadamente cada seis meses a renovarlo– y ácido hialurónico una vez. “El bótox me lo hice porque empecé a notar muchas arrugas de expresión. En el caso del ácido por la pérdida de volumen en el rostro”, aclara. Aunque se muestra muy discreto al respecto de sus ‘retoques’, comenta que no los mantiene en secreto, pero no va “pregonándolos”. Las primeras veces se los hizo en un centro estético y luego en una clínica “con la misma doctora”. En general se quedó conforme con los resultados, aunque “unas veces más que otras”, afirma.
Tu cara ya no me suena
El temor a que algo salga mal es uno de los motivos, además del dinero, que hace que Sandra aún no se haya inyectado nada. “Quiero que sea un sitio de confianza y que alguien me lo recomiende. Hay muchos, pero no sé por cuál decantarme”, dice. Hace meses conoció a una mujer que trabajaba en una clínica, pero que se ofreció a tratarla en su casa por mucho menos de lo que le costaría en su centro. Ella se lo pensó —la diferencia de precio era muy considerable— pero finalmente no siguió adelante.
La SEME ha puesto en marcha la campaña Tu cara ya no me suena para alertar del peligro de tratarse en lugares no especializados y de ponerse en manos de personas no cualificadas. “Los lugares son múltiples: desde centros sin licencia médica o sin unidad asistencial de medicina estética U48 hasta domicilios particulares, sin olvidarnos de las trastiendas de comercios”, señala el doctor Sergio Fernández, médico estético y vicepresidente de la SEME. “Los riesgos a los que se expone un paciente pueden ser transitorios o permanentes depende de la gravedad y van desde infecciones, inflamaciones o alergias hasta necrosis del tejido”, testifica. Los motivos para correr estos riesgos son “el precio y la desinformación. Cualquier persona podría caer en ello”, apunta.
Isabel no se considera hipocondríaca, pero quería “ir a una persona a la que pueda dejar los dineros con confianza”, de ahí que acudiese a una dermatóloga a la que ya conocía. Y cuenta una anécdota: “Estaba en una cafetería y había dos mujeres hablando en una mesa de al lado, que se dedicaban un poco a esto. Y dijeron una frase que me pareció magistral: ‘cualquier cosa menos hacerse los labios con Groupon’. Podría ser el arranque de un artículo o una columna”. O de una campaña de prevención de riesgos estéticos.
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